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martes, 27 de noviembre de 2012

Marcy (70)



Una noche, mientras veía la televisión, le sorprendió la llamada de Román, el arquitecto separado de Isabel, el antiguo socio de Manele en la época de Imomonde, un tipo frente al que ella siempre había sentido una mezcla de respeto y miedo.
–Marcy, ¿es usted?... Mire, lo primero de todo es disculparme por mi grosería cuando me llamó. Estaba muy dolido con Isabel y no sabía lo que decía. Le ruego que me disculpe.
–No hay por qué, Román, ya comprendo por lo que estará pasando, pero yo hace tiempo que no tengo trato de amistad con ella, hace mucho que no nos vemos.
Él no le apeaba el trato de usted, como manteniéndola a distancia, pero, a la vez, amagaba con decirle algo de importancia.
–Mire, he hecho mis averiguaciones y tengo que decirle que tenga cuidado, señora, quizá usted y yo tengamos algo en común.
–No sé a qué se refiere, Román.
–Mire, no quiero meterme en su vida personal, pero ándese con cuidado, tome precauciones. Tal vez algún día podríamos vernos, ya le explicaré, ¿okay?
Se despidió y colgó sin darle a aquello la mayor trascendencia, pero no tardó mucho en hablar de nuevo con Román, le devolvió la llamada al día siguiente.
Había quedado intrigada a raíz de aquella conversación telefónica.
El arquitecto le rogó que acudiera a su estudio a última hora de la tarde, donde podrían hablar con tranquilidad.
Se convenció a sí misma de que los niños ya eran mayorcitos y, dejándolos ya en la cama, les advirtió que saldría y que no se movieran de su habitación en ningún caso.
–Pablo, te hago a ti responsable, que eres el mayor.
Se enfundó uno de sus nuevos trajes color negro, bien ajustado a su cuerpo y se recogió el pelo, se maquilló los labios y completó su atuendo con botines rojo oscuro y bolso a juego.
El estudio se encontraba en un edificio singular, un cubo fabricado entero en cemento pulido, con un único ventanal enorme, oscuro, haciendo las veces de fachada. No se encontraba lejos del domicilio de Marcy, y accedió a él caminando por las ya medio desiertas calles de Mazello.
Hacía ya mucho tiempo que no veía a Román y le cautivó su imagen cuando le abrió la puerta de entrada, vislumbrándose tras él la refinada estancia.
Era algo mayor que ella, de rasgos perfectos; el cabello plateado y abundante, ondulado y peinado hacia atrás; bien arreglado, con prendas de lujo de aire deportivo y cuidados modales, provenientes, seguro, de una educación de primera clase. Le tendió la mano, que ella apreció firme y suave a la vez.
–Adelante, Marcy.
Un conjunto de sofás tipo chéster eran los únicos asientos colocados en el centro de la enorme y única habitación, y Marcy ocupó uno de ellos. La sobria decoración en blanco y negro arrojaba una imagen de estilo masculino muy atrayente. Se notaba la mano del artista.
De una diminuta máquina donde él introdujo unas cápsulas semiesféricas, extrajo dos cafés de aroma exquisito que colocó en una bandeja junto a dos vasos de cristal grueso y una jarra de agua fría de la nevera.
Depositó el conjunto sobre la mesa de diseño, al alcance de Marcy, y ocupó el sofá confrontado al de ella, probando con deleite su café.
–Cuando usted me llamó, Román, estaba tan ocupada que apenas pude prestarle atención, pero me pareció que quería decirme algo importante.
–Desde luego, Marcy. No voy a andarme por las ramas. Usted me había preguntado hace un tiempo por Isabel. Mire, voy a decirle donde está, prepárese. Lo he averiguado todo hace unos días.

martes, 20 de noviembre de 2012

Marcy (69)


Al día siguiente fue Manele quien llevó a los niños al colegio, de paso hacia su trabajo, y ella pasó en su casa el día entero. Aquella era una de las tardes en que él se quedaba al partido de squash con García.
Llamó por teléfono al club deportivo y preguntó.
–Soy la esposa de don Manuel, quiero saber si está ahí mi marido, es un asunto urgente, señorita, pero a él no le diga nada, por favor.
–Perdone un momento.
Esperó un minuto, hasta que volvió a oír a la empleada; a Marcy le pareció por la voz que estaba nerviosa.
–Mmm..., sí señora, no se preocupe, está jugando su partido habitual.
–Gracias, disculpe, es un tema familiar..., no le diga que he llamado, se lo ruego, yo se lo diré cuando vuelva a casa.
Procuró mantener la entereza, pero en cuanto colgó se vino abajo.
“¿No se preocupe? ¡Pero cómo que no me preocupe!”
Seguro que la zorra que le había dado el chivatazo no se había equivocado, no. Seguro que sabía que aquella mujer del jacuzzi no era ella, su esposa. Estaba siendo el hazmerreír de la compañía, todo el mundo lo sabía menos ella.
Estaría en boca de todos, en los chismorreos de la compañía.
Manele regresó tarde y ya estaban acostados los niños.
–Voy a ducharme que no me dio tiempo. Uff,..., ¡Estoy reventado!
Dejó su bolsa de deporte a la entrada, se desnudó en la habitación y se metió en el cuarto de baño.
Entretanto Marcy se lanzó como una posesa a hurgar en la bolsa. La ropa deportiva estaba seca y olía a suavizante, no la había usado. La metió en la bolsa y la cerró.
Manele salió pronto de la ducha, con su albornoz encima, cogió la bolsa y metió la ropa en la lavadora como solía hacer.
–¿Qué hay por ahí para cenar? –dijo despreocupado.
La comida ya estaba preparada y servida en los platos.
–Qué bien, verdura, hay que mantenerse en forma.
Se dio unas palmadas en su tripa y comenzó a comer.
–¡Qué tal hoy el squash? –preguntó Marcy como al descuido.
–Estupendamente –respondió él–, gané yo.
Marcy se atragantó con un trozo de comida y tosió una barbaridad, a punto de vomitar.
Estaba roja de rabia.
–Te han visto con una en el jacuzzi, no me lo niegues.
–Pero qué dices mujer, tú no estás bien –respondió él tan pancho.
Se repantigó hacia atrás en la silla y se paso la mano por el pelo.
–No me lo niegues –repitió ella en voz más alta.
–Si crees a cualquiera antes que a mí...
Ella le dijo que la esposa de un empleado le había visto con una en el jacuzzi.
–Dime quién es esa metomentodo. ¡Fíjate qué bruja! Se habrá confundido con García, solemos meternos en el jacuzzi después del partido.
Él fue dando varias explicaciones concatenadas, tan bien trabadas, que Marcy pareció una celosa tonta y se fueron a acostar reconciliados.

martes, 13 de noviembre de 2012

Marcy (68)



García era uno de esos empleados grises, con gafas, que hay en cualquier empresa, que pasa desapercibido, pero que en lo suyo, en el departamento de contabilidad, era un fenómeno. Manele lo tenía en la consideración más elevada y lo trataba a menudo, incluso jugaban juntos partidos de squash en el Zeol una vez a la semana.
Marcy lo había visto de refilón, en las celebraciones de la empresa y poco más.
Era el clásico contable, vestido como un contable, todo calculado de pies a cabeza.
De baja estatura, trajeado siempre hasta el menor detalle, minucioso y exquisito, llevaba los zapatos lustrosos hasta la exageración, el cabello corto, y una cuidada barba de dos días. A pesar de su escasa altura era atlético y estaba en una forma excelente.
Tenía fama en la compañía de darse tremendas palizas en el gimnasio, sudando como un pollo en la sala de musculación del Zeol.
Manele lo reverenciaba por sus contactos financieros y por su capacidad de manejar dinero y hacerlo crecer como por arte de magia, mover cuentas, comprar y vender valores. Dijo a Marcy muchas veces que todo lo que sabía de finanzas lo había aprendido García.
Manele hablaba mucho de él, tanto, que empezó a levantar en Marcy cierta desconfianza.
Llegó a pensar, incluso, que Manele lo utilizaba de tapadera y que el otro colaboraba. Que  muchos partidos de squash de los de una vez a la semana nunca habían tenido lugar y que, en ese tiempo, Manele se divertía con la nórdica o con otras mujeres de la compañía.
El Zeol Center daba para todo. Tenía el club deportivo más distinguido de Greda, en la penúltima planta del edificio, desde donde se disfrutaban magníficas vistas de la ciudad. Los privilegiados capaces de pagar las elevadas cuotas de club y los ejecutivos de la Duxa corrían allí miles de kilómetros a bordo de las máquinas más sofisticadas y luego se relajaban en la sauna y en el jacuzzi.
Marcy había visto aquellas instalaciones sólo una vez, se las había enseñado Manele al poco de ingresar en la compañía.
Tenía fundados temores para sospechar de las partidas de squash de su marido. De hecho en una cena de la compañía, un tiempo atrás, quedó en evidencia delante de las esposas de los empelados.
Las señoras siempre se sentaban a un extremo de la mesa para hablar de sus cosas. De improviso una de ellas, de una edad poco más o menos similar a la suya le soltó la bomba.
Estaban hablando de la guerra que daban los niños, uno de los temas preferidos.
–Marcy, tú no te quejes, preciosa. El otro día, allí estaba ella, en el jacuzzi del Zeol, enganchada a su maridito mirando la puesta de sol, teníais que haberla visto.
Marcy se quedó confusa unos instantes, sin saber que decía aquella tipa ni que tenía que responder ella.
No dijo nada, miró hacia Manele, que al otro lado de la mesa charlaba animado con sus compañeros y después hacia la que le había hablado.
Si  dices algo vas a meter la pata, seguro”. Se mantuvo en silencio sonriendo, como si en efecto fuera ella aquella mujer del jacuzzi.
Pero no lo era, era la esposa de Manele, aquel trasto viejo y gordo que él tenía escondido en su casa mientras se divertía con las mujeres que merecían la pena de verdad.
Después de haber oído aquello su corazón se volvió una piedra en el medio de su pecho, una piedra que le causaba un dolor sordo.
Y con aquella piedra regresó a su casa con su marido al lado y se acostó en la cama, cerca del borde, aislada, encogida, hasta que su cuerpo se volvió también pétreo, y metió la cabeza bajo las sábanas y respiró un rato para que el aire viciado le atontara el cerebro lo suficiente para dormir.
A ver si no despertaba de una puñetera vez.

martes, 6 de noviembre de 2012

Marcy (67)



Leyó con la mayor atención las instrucciones de Manele sobre las transferencias bancarias.
Debería sacar el dinero del banco a primera hora de la mañana, y lo iría acumulando en casa, guardado en la caja fuerte. Cada vez que reuniera cincuenta mil euros, los llevaría al Zeol Center, a la oficina de García, del departamento de contabilidad de la Duxa Limited. Ese dinero se depositaría en una cuenta especial para evitar el pago de impuestos. Así el producto de su negocio quedaría por entero para ellos.
Manele era un verdadero as de las finanzas, no cabía la menor duda.
Siguió sus instrucciones al pie de la letra.
En poco tiempo saldrían de aquella vida mediocre que llevaban en el pisito del enjambre de Mazello y darían el gran salto.
En cuanto reunió diez mil euros se metió mil en la cartera, y los reservó para jugar en las máquinas de un casino nuevo, del centro de Greda, que hacía un tiempo que tenía controlado y que contaba con máquinas de última generación.
También se compraría una buena cantidad de ropa y complementos de calidad en las mejores tiendas de Greda, para marcar el principio de otra existencia.
Mientras las remesas llegaran con regularidad no había porqué inquietarse.
Iba a darse el gustazo de un atracón.
Casi estaba oyendo ya las endiabladas musiquillas machaconas que soltaban los artefactos, las cantinelas que tanto le gustaban y que tanto odiaba, que se le metían en la cabeza y las evocaba sin querer, a todas horas, hasta estando en la cama, cuando estaba con la venada del juego.
Entró un día atraída por lo irremediable, dejando su voluntad en la puerta.
Estaba rabiando por recaer.
Transcurrió un tiempo indeterminado mientras iba ensayando con cada aparato, como ganado enganchado a su pesebre, adquiriendo al momento una pasmosa maestría.
Terminó con un regusto agridulce, de excitación mezclada con la corrosión del remordimiento por haber caído en el hoyo una vez más.
La orgía de juego le llevó varias mañanas que hubieran correspondido a su curso universitario.
Hasta llegó a pensar que no le interesaban demasiado ni el máster, ni sus hijos, que ya habían vuelto al colegio, ni siquiera Rafa, al que veía a ratos perdidos, por cumplir, a veces en su propia casa una vez acostados los niños.
Nada tan atrayente como alimentar aquellas máquinas, una apuesta detrás de otra, y luego otra, y aun otra más, hasta llegar al clímax del premio o abandonar estafada, enfadada y vagar perdida por la ciudad, sin oficio ni beneficio, como una zombi.