Hacía mucho
tiempo que no se juntaban todos en la casa paterna y Marcy, a pesar del estado
de su padre y de la extraña situación de su matrimonio, disfrutó de alguna
manera viendo a sus hijos embelesados con su papá.
Amelia, alerta
con ese sexto sentido de las madres, no perdió la oportunidad de interrogar a
su hija, cada vez más preocupada por el cambio que observaba. Dijo que la
encontraba cada vez más delgada, demasiado activa, luciendo ropa demasiado cara
y con un mal humor y una altanería insoportable.
Pilló a Marcy en
la cocina, a solas, para soltarle la retahíla completa.
Su madre siempre
había sido conservadora, mucho más que su padre.
–Marcelina, te
encuentro cambiada, hija, como nerviosa, ¿pasa algo malo?
–Pero, ¿qué
dices, mami?, todo va bien.
–No sé…, parece
como si ya no te interesaran ni tu padre, ni tus hijos, ni tu marido.
No soportaba que
la madre le llamara la atención, la reprendía como si fuera una niña a la que
pillan con la caja de galletas de chocolate escondida en el armario.
–Madre, tú
preocúpate por papá, que ya tienes bastante.
Contestó
cortante, dando la espalda a Amelia, para acabar aquella conversación que la
sacaba de quicio.
–Yo me preocupo
por todo. Me estás quitando la vida, hija.
–Madre, déjame
hacer mi vida, que ya soy mayorcita.
Estaba procurando
hablar sin perder los nervios.
–Tu vida deben de
ser tu marido y tus hijos.
Se oía el barullo
infantil en el salón y la voz de Manele poniendo paz.
La madre señaló
con su dedo índice en dirección al salón.
–Ellos son tu
felicidad.
Mejor dejarlo
estar. Nunca se había atrevido a decirle a la madre la realidad de su vida
conyugal y no iba a hacerlo ahora.
Arturo tenía una
tarde pésima, no estaba para visitas.
Marcy llevó al
salón unos refrescos y se sentó a la espera de los planes que traía su marido y
él, como leyéndole el pensamiento, anunció que iría a visitar a sus padres a La
Vitia.
Se fue en su
propio coche. El flamante y lujoso deportivo de gama alta, salió con brío tras
un fuerte acelerón de su conductor y dejó una estela de admiración en los
transeúntes que circulaban en ese momento por las aceras de Greda.
Sólo unos días
después regresó para recoger a los niños, entusiasmados por montar en el nuevo
juguete se su padre, y llevarlos a un parque temático por espacio de varias
jornadas y Marcy, que temía todo acercamiento a su marido, quedó algo aliviada
por su nueva partida.