En la velada,
amenizada por una pequeña orquesta, las parejas, a cual más elegante, competían
en pericia en los bailes agarrados, algunos con la perfección propia de una
academia.
A Marcy aquel
ambiente la transportaba a otros tiempos, cuando la existencia se deslizaba con
placidez, en las mansiones se celebraban magníficas fiestas y las damas no
tenían otra cosa en qué pensar más que en el largo de sus vestidos.
Estaba bailando
con Nacho, una pieza detrás de otra. Un vals, un tango, no lograban ponerse de
acuerdo en los pasos y se daban pisotones, se partían de la risa.
García y su
esposa estaban haciendo lo propio unos metros más allá.
Ellas ataviadas
con vestidazos largos, escotados, maravillosos, que acababan de comprar en la
boutique del balneario, ellos de media etiqueta, traje azul marino que habían
traído de casa.
Había preparado
la ropa a conciencia, se exigía así para acceder al baile.
Comenzó a sonar
un rock and roll y la pista se volvió un hervidero de parejas que iban y venían
enganchados de la mano, dando vueltas, algunos hasta saltos casi acrobáticos.
Las chicas de falda corta, de vuelo, un torbellino.
Marcy no podía
con aquellos taconazos.
–Venga Nacho,
¡que no se diga!
No estaba con el
atuendo más adecuado, pero trató de moverse a buen ritmo.
Aquella era la
música de su juventud, la misma que estaba de moda cuando iba a los guateques
con Laura e Isabel y empezaba a tontear con los chicos.
No había pasado
casi nada de tiempo, casi nada.
Ya no era el
mismo cuerpo, ni el mismo vigor.
–Vamos a tomar
una copa, Nacho, que no puedo con mi alma.
Pidieron unos
combinados fuertes y volvieron a la pista con fuerzas renovadas.
Estaba sudando y
su traje se había pegado a su cuerpo, empapado.
Por fortuna sonó
una canción suave y se acercó a Nacho para un slow.
Aún resonaba en
su cabeza la conversación que había mantenido después del masaje.
–Qué puta es la
vida, ¿no?
–Y tanto
–respondió él–. ¡Si no fuera por estos momentos!
Y quedaron
bailando los dos, derrengados, dando vueltas y vueltas, despacio, como si nunca fuera a llegar el día de
mañana.
Se habían dicho
muchas cosas, no todas agradables.
Pero Marcy no
recordaba, en años, haber pasado unas jornadas tan felices como aquellas, tan
autenticas.
Abandonaron el
lugar el domingo por la tarde, sin que Marcy le hubiera dicho nada a Nacho de
los trámites que se traían García y Román entre manos.