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lunes, 25 de noviembre de 2013

Marcy (122)


Había un corazón donado y su padre era compatible, su madre a duras penas fue capaz de decírselo a Marcy, al teléfono, de lo nerviosa que estaba.
Dijeron que el enfermo tenía que ingresar de urgencia en el hospital para hacerse pruebas.
Marcy echó a correr hacia el sanatorio y se encontró con la madre en la unidad de cirugía torácica. A su padre se lo habían llevado ya para hacerle los análisis.
Su madre estaba con una sonrisa de oreja a oreja.
–Desde que nos avisaron, hija, no he parado de rezar. Ese corazón le sirve, han dicho que es compatible.
Se sentaron en la sala de espera, como tantas veces, una vez más, a pasar horas de incertidumbre.
Cuando habían transcurrido cerca de tres horas, una auxiliar las avisó para que pasaran al despacho médico.
El cirujano les comunicó que, en caso de llevarse a cabo la operación, comenzaría en pocas horas.
Las dos se miraron perplejas.
–Señoras, Arturo no es el único, hay varios candidatos.
No era el momento para ponerse a dudar, para perder los ánimos. Marcy hizo como si no hubiera oído nada.
–Van a pasarle a una sala donde podrán estar con él.
Aquel no era uno de los peores días de enfermedad y, con el oxígeno puesto, Arturo se encontraba a gusto, consciente de lo que estaba pasando, de la esperanza que se abría por delante. Todas las pruebas que se le habían realizado eran favorables. No había rastro de fiebre ni de infección.
Una perita en dulce para la operación, habían dicho los especialistas.
Esperaron y esperaron en aquella sala, una a cada lado de la cama del enfermo, con los ojos fijos en la puerta, para ver cuando se abría y les comunicaban la noticia de que el corazón ya estaba allí y que iban a ponérselo a Arturo.
No se atrevían a cruzarse ni una palabra, pero Marcy soñaba con aquel corazón vivificante como si fueran a colocárselo a ella.
Y su padre volvería a tener una vida.
Pasaron horas y horas. El propio doctor las llamó desde la puerta, cuando ya estaban perdiendo la esperanza. Las pasó al despacho. Por la cara tan seria del médico se dieron cuenta de que algo no iba bien.
–Siéntense, por favor. Tengo algo malo que decirles: la operación no se llevará a cabo, la comisión ha valorado este órgano para otro paciente.
El médico se calló como esperando algo, su madre hizo ademán de hablar pero Marcy se lo impidió.
–¿Qué nos está diciendo, doctor? Esto no se puede consentir.
El médico, estoico, aguantó el chaparrón.
–No se puede hacer nada, señoras, lo lamento. La comisión consideró otro receptor.
–¡Ja, ja, ja! La comisión valora, y ustedes los médicos ponen el cazo ¿No es así señor doctor?
El galeno se mantuvo tranquilo, sin darse por aludido.
–Lo lamento mucho, es lo que hay.
Marcy estaba fuera de sí, con ganas de armar bronca, hasta le apetecía sacar los billetes que llevaba en el bolso y tirárselos a la cara al médico.
No serviría de nada.
–Vámonos de aquí, mamá.
Se levantó como una hidra y cogió del brazo a su madre, que ni había despegado los labios.
–Hija, no hay nada que hacer, no ha habido suerte.
Mejor no revolver, porque en aquel estado era capaz de una locura.
Volvieron al cuarto sin pensar lo que iban a decirle a Arturo.
–Papá, es que dicen que hay que hacer más pruebas, que hoy no te van a operar.

Y él, como tenía un día que no era de los malos, lo admitió con una deportividad que a Marcy la dejó anonada.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Marcy (121)


Quizá había cometido un gran error confiándose en un sujeto así, un tipo sin escrúpulos.
Un fulano al que la gente temía y a la vez seguía el juego, un hombre de oscuras relaciones con el stablishment, un tío con padrinos.
Y ahora, a ver las consecuencias de aquellos documentos firmados.
Fue a casa de Rafa, una vez más, con sus problemas a cuestas. Le dijo que se había atrevido a ir donde Román, a pedir explicaciones.
–­­­Señorita, usted hace todo lo mejor que puede hacerse. Pero sí, a mí también me preocupa todo esto; mayormente, si ese hombre está metido en algo malo, puede perjudicarla a usted.
Rafa le había dicho que Román fue el que trajo la perdición a Imomonde, un individuo capaz de falsificar documentos, estafar, y lo que fuera necesario para alcanzar sus metas. Esa era la impresión a la que había llegado después de hablar con gente, en la facultad, que sabía de aquel caso.
Pero al final sus relaciones habían funcionado y había salido indemne.
­­­­­­­­­­­–Rafa, a mí me parece que ahora tiene problemas con sus socios, porque me encontré con Lucas hace unos días y me pareció muy descontento.
–Ya le dije yo, señorita, que son unos buscavidas…
Rafa le había pedido a su madre unos cafés y unas pastas para compartir con Marcy y la madre lo trajo y lo dejó sobre la mesa camilla.
El bedel siguió diciendo lo que había averiguado.
–En la facultad, uno de los profesores del máster también me dijo algo que, bueno..., resulta ya algo exagerado, pero se hablaba que este Román, se rumoreó que es un Totale, o algo así, que es su grupo, que son los que se quedan con la mayor parte del dinero.
–Pero, ¿qué me estás diciendo?
–Lo que oye. Ahí hay metida mucha gente importante. Pero lo de Imomonde no se llegó a aclarar, y después ya desapareció, como si se lo hubiese tragado la tierra, no se hablaba de él. Indudablemente, deben de tener influencias a todos los niveles.
–¡Estoy tan arrepentida, Rafa! Estoy pagando por mis errores, por confiar en la gente a ciegas, en gente que no se lo merece. ¡Me estuvo bien empleado!
–Usted está haciendo todo lo que puede, señorita, no se mortifique, tome su cafetito, le hará bien.
También le contó lo sucedido con los niños, y el pánico que tuvo que pasar hasta que comprobó que estaban bien.
­–Sólo confió en ti, Rafa –dijo, tomando un sorbo del café.
–Me enorgullece enormemente eso que me dice, señorita. No lo merezco. Esperemos que todo se resuelva bien entre ustedes, fundamentalmente por los niños y, por descontado, por usted misma y por sus padres de usted también.
Y se echó una mano a la cabeza, la vista perdida en el vacío, y después apuró su café y limpió el borde de las dos tazas con una servilleta.
–Para que no queden marcas, no vaya a molestarse usted.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Marcy (120)


Al regreso de su viaje se acordó de que ni tan siquiera se le había pasado por la cabeza preguntarle a Manele por los papeles que en su día le había firmado. Pero sí recordó los documentos suscritos en casa del arquitecto y, nada más llegar a Greda, le telefoneó.
Quedaron en que ella acudiría al día siguiente al estudio.
Trabajó con Arcadia, pensativa, ensimismada, durante toda la mañana. En la propia cocina de la guardería se prepararon un bocadillo y un café y después Marcy cogió su vehículo en dirección a la casa de Román. Éste le abrió la puerta con el telemando.
Se encontró a la pareja tomando también su café de sobremesa en el sofá chester. Isabel hizo ademán de levantarse pero Román se lo impidió.
–Hay confianza –dijo él.
Isabel empezó a hacerle alguna pequeña protesta de cortesía por el tiempo que hacía que no los llamaba. A Marcy le pareció tan falsa como siempre.
–Nos tienes abandonados, amiga. Nos llama mucho más Manele que tú. Hay que ver qué detallista es. Todavía ayer por la noche nos llamó para recordarnos que pronto va a venir para celebrar la cena antes de que empiecen el curso los niños.
Las mujeres se halagaron por su aspecto la una a la otra con tanta reiteración que Román las tuvo que interrumpir.
–Y bien ¿Qué hay, Marcy? ¿En qué podemos ayudarla?
–Román, a ver… Yo hace tiempo que estoy preocupada por aquellos papeles que firmamos de solicitud de apertura de cuentas bancarias, ¿te acuerdas?
–Sí –contestó con sequedad.
–Pues es que yo no recuerdo muy bien el destino de ese dinero, porque Manele quería utilizarlo con el fin de crear empresas para perforaciones de agua en el tercer mundo y, claro, era una idea muy buena.
Se detuvo un instante y, para continuar, bajó la voz mirando al suelo.
–Tanto tú como yo estábamos muy enfadados y tengo miedo de que hayamos metido la pata y lo hayamos arruinado todo.
–Me parece intolerable por su parte, Marcy. Usted vino aquí, a mi casa, hundida en la miseria y yo le ofrecí todo mi apoyo, ¿no es cierto? Y ahora viene usted a pedirme a mí, explicaciones, ¿se cree con derecho?
El tono grandilocuente de él, con una mano sobre el pecho para subrayar sus palabras, la puso en guardia.
–No sé como se atreve, Isabel. Yo, a esta señora, le abrí las puertas de mi casa, vivió de mi dinero, fue mi invitada, y aun así ahora me reclama. No me extraña que su marido la haya dejado plantada.
–Román, yo sólo quiero saber qué demonios he firmado, sólo eso, tengo derecho, ¿no?
–Usted lo mejor que hace, Marcy, es callarse la boca, oiga, si quiere que yo también me calle, porque, si estas paredes hablaran… ¡No sé lo que dirían! No sé si alguien así está capacitada para atender a sus hijos.
Se daba bien cuenta de por dónde iba Román y tenía que reconocer que no se sentía muy orgullosa de aquellos días de descontrol a su lado. Pero cómo utilizaba aquello el tipo, le pareció repugnante.
Se quedó como paralizada. Quitando algo de tensión a sus palabras él prosiguió hablando.
–Obsérvese, usted está ahora algo indispuesta, con lo que se le ha venido encima. Piense que nosotros la seguiremos ayudando para lo que necesite, ¿okay?
El cinismo de Román la dejó helada. Él tomó a su pareja de la mano y le dio un beso en la mejilla restregándole a Marcy su recobrada, supuesta, felicidad.
Menudo par, son tal para cual”.
‑Perdonen, señoras, me gustaría continuar en su grata compañía, pero he de comenzar mi obligado trabajo de cada tarde –él miró a Isabel con fijeza.
Ella se levantó y propuso a Marcy salir a acompañarla hasta el coche. Ya en la calle las dos marcharon en paralelo, sin hablarse, hasta llegar al vehículo estacionado.
–Marcy, que te conste que tú tienes la gran suerte de tener a tus hijos, lo que pasa es que no te das cuenta.

No estaba para escuchar monsergas, así que se despidió rápido y se fue, al volante de su coche, dejando a su amiga envuelta en una nube de humo del escape.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Marcy (119)


Se encontraba aquel día, como era habitual, en la guardería, bien de mañana, cuando recibió una llamada de Manele al teléfono fijo del local.
Él le dijo que tenía el número por una tarjeta que cogió el día de la inauguración, que llevaba varios días llamando a casa y que no daba con ella.
–Tienes que venir cuanto antes, Marcy, los niños están aquí conmigo.
Se le formó tal nudo en la garganta, que apenas acertó a articular palabra.
–Pero están bien, ¿no?
–Sí, están perfectamente, pero tienes que venir.
–Esta misma tarde cojo un vuelo, díselo a los niños.
Colgó el teléfono y a toda prisa reservó el vuelo para primera hora de la tarde.
No entendía como era que los niños estaban allí.
En cuanto llegó Arcadia, le dijo que tenía que irse con urgencia y se fue a su casa a por algo de dinero y la documentación.
Cogió el coche y en pocos minutos llegó al aeropuerto de Greda. Se acercó al mostrador y el empleado le ofreció tomar un vuelo que partía en una hora y que tenía aun plazas libres. Compró un billete y acudió al bar. No tenía apetito, sólo tomó un vaso de agua y se dirigió a la puerta de embarque como si con su prisa el avión fuera a partir antes.
Hacía un calor pegajoso, pero el interior de la nave estaba frío y no había tomado ropas de abrigo. El ambiente festivo de los viajeros, realizando sus rutas veraniegas en medio de una jovial diversión le causó una impresión de falta de realidad. Permaneció quieta en su asiento, inmóvil, helada, unas dos horas eternas, en un estado de alerta angustiosa, dispuesta a salir por la puerta a la llegada en cuanto estuviera permitido.
Tomó un taxi señalando la dirección en el sobre de la correspondencia de Manele y permaneció muda, alerta como una pantera. Bastante antes de lo previsto llegó a la puerta del inmueble.
Subió en el ascensor sintiendo como su corazón galopaba acelerado dentro del pecho, tan fuerte que casi podía oírlo, llamó al timbre del apartamento de Manele y éste abrió la puerta en seguida.
–Qué bien, llegaste muy pronto, ¡pasa!
Avanzó decidida por el pasillo en dirección a las voces infantiles y se encontró en el salón a los niños jugando con un enorme mecano sobre la alfombra. Una empleada uniformada limpiaba la estancia
–¡Mami! ¡Mami! Papá nos fue a buscar al campamento. ¡Mira qué juguete más chuli!, papá dice que es para mí, pero que le deje jugar a Manu –dijo Pablo, entusiasmado–. ¿Estás contenta, mami?
–Sí, Pablete, claro que estoy contenta, si vosotros estáis contentos, mamá también.
Los pequeños se agarraron al cuello de la madre, arrodillada en la alfombra, y pronto la soltaron para volver a sus enredos.
Marcy se levantó y se dirigió al otro extremo del pasillo, donde se encontraba la cocina, Manele se fue tras ella.
–¿Qué es lo que está pasando?
–Cariño, no te enfades –respondió él–. Los echaba tanto de menos que me dio por ir a recogerlos, total, ya estaba a punto de acabar el campamento. Vamos, cariño, quédate unos días, también a ti te echo mucho de menos. Quiero a mi familia.
–Marcy, te lo suplico, ¿entiendes? –continuó él–. Olvidemos el pasado y empecemos de nuevo. Yo te quiero, eres la mujer de mi vida.
Alguna otra vez él había dicho aquellas mismas palabras, que ella recibía ahora con el más absoluto desencanto.
–Ya no podemos volver a estar juntos, yo ya no quiero –contestó ella, mirándole a los ojos.
–Estamos a tiempo de salvarlo todo, mujer, dame otra oportunidad, te lo suplico.
Él casi estaba de rodillas.
–No, ya lo tengo zanjado, y es que no.
Él la miró lleno de rabia, amenazante, parecía desesperado.
–¡Ay! Luego no digas que no te lo dije…
Se contuvo un instante y dulcificó sus palabras.
–Tú eres mi chica, Mar. ¡Lo eres todo para mí!
–Me tengo que ir o perderé el vuelo de vuelta. Dentro de quince días empiezan los niños el cole, el día anterior los quiero en casa –dijo Marcy, de manera terminante, regresando a la pieza donde jugaban los pequeños.
–Mami se tiene que volver a trabajar, peques, pero nos vemos pronto, que ya va a empezar el cole, ¿vale?
Los niños estaban tan entretenidos que apenas escucharon sus palabras.
–Queremos quedarnos aquí unos días más, ¡porfa, mami…! Lo pasamos muy bien –dijo el menor.
–Sí, cariño, claro que sí.

Y sintió un desgarro casi físico al salir del apartamento, como si en aquel salón hubiera perdido una parte de su propio cuerpo, pero se dio cuenta de que no tenía más remedio que pagar un precio, el precio de una vida propia, y que ya no había vuelta atrás.