Había un corazón donado y su padre era
compatible, su madre a duras penas fue capaz de decírselo a Marcy, al teléfono,
de lo nerviosa que estaba.
Dijeron que el enfermo tenía que ingresar
de urgencia en el hospital para hacerse pruebas.
Marcy echó a correr hacia el sanatorio y se
encontró con la madre en la unidad de cirugía torácica. A su padre se lo habían
llevado ya para hacerle los análisis.
Su madre estaba con una sonrisa de oreja a
oreja.
–Desde que nos avisaron, hija, no he parado
de rezar. Ese corazón le sirve, han dicho que es compatible.
Se sentaron en la sala de espera, como
tantas veces, una vez más, a pasar horas de incertidumbre.
Cuando habían transcurrido cerca de tres
horas, una auxiliar las avisó para que pasaran al despacho médico.
El cirujano les comunicó que, en caso de
llevarse a cabo la operación, comenzaría en pocas horas.
Las dos se miraron perplejas.
–Señoras, Arturo no es el único, hay varios
candidatos.
No era el momento para ponerse a dudar,
para perder los ánimos. Marcy hizo como si no hubiera oído nada.
–Van a pasarle a una sala donde podrán
estar con él.
Aquel no era uno de los peores días de
enfermedad y, con el oxígeno puesto, Arturo se encontraba a gusto, consciente
de lo que estaba pasando, de la esperanza que se abría por delante. Todas las
pruebas que se le habían realizado eran favorables. No había rastro de fiebre
ni de infección.
Una perita en dulce para la operación,
habían dicho los especialistas.
Esperaron y esperaron en aquella sala, una
a cada lado de la cama del enfermo, con los ojos fijos en la puerta, para ver
cuando se abría y les comunicaban la noticia de que el corazón ya estaba allí y
que iban a ponérselo a Arturo.
No se atrevían a cruzarse ni una palabra,
pero Marcy soñaba con aquel corazón vivificante como si fueran a colocárselo a
ella.
Y su padre volvería a tener una vida.
Pasaron horas y horas. El propio doctor las
llamó desde la puerta, cuando ya estaban perdiendo la esperanza. Las pasó al
despacho. Por la cara tan seria del médico se dieron cuenta de que algo no iba
bien.
–Siéntense, por favor. Tengo algo malo que
decirles: la operación no se llevará a cabo, la comisión ha valorado este
órgano para otro paciente.
El médico se calló como esperando algo, su
madre hizo ademán de hablar pero Marcy se lo impidió.
–¿Qué nos está diciendo, doctor? Esto no se
puede consentir.
El médico, estoico, aguantó el chaparrón.
–No se puede hacer nada, señoras, lo
lamento. La comisión consideró otro receptor.
–¡Ja, ja, ja! La comisión valora, y ustedes
los médicos ponen el cazo ¿No es así señor doctor?
El galeno se mantuvo tranquilo, sin darse
por aludido.
–Lo lamento mucho, es lo que hay.
Marcy estaba fuera de sí, con ganas de
armar bronca, hasta le apetecía sacar los billetes que llevaba en el bolso y
tirárselos a la cara al médico.
No serviría de nada.
–Vámonos de aquí, mamá.
Se levantó como una hidra y cogió del brazo
a su madre, que ni había despegado los labios.
–Hija, no hay nada que hacer, no ha habido
suerte.
Mejor no revolver, porque en aquel estado
era capaz de una locura.
Volvieron al cuarto sin pensar lo que iban
a decirle a Arturo.
–Papá, es que dicen que hay que hacer más
pruebas, que hoy no te van a operar.
Y él, como tenía un día que no era de los
malos, lo admitió con una deportividad que a Marcy la dejó anonada.