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martes, 25 de diciembre de 2012

Marcy (74)



El Casino de Greda estaba caliente aquella tarde. La mayoría de jugadores estaban concentrados en las mesas de juego, mientras otra gente se divertía con las máquinas y otros se limitaban a tomar una copa en el bar.
El dinero en forma de fichas de colores circulaba por los tapetes a la velocidad del rayo.
–No le voy a decir que éste es el casino de papá, Marcy...
Román remarcó “casino de papá” con una entonación ñoña, propia de un niño, una manera de hablar poco habitual en él.
–...en fin, mi padre tiene participaciones en éste negocio. En este casino y en los demás de la cadena.
–¿Qué me recomienda? Yo hasta ahora sólo he jugado tragaperras.
–¡Buah!, no sabe lo que son emociones fuertes.
Probaron distintas mesas de juego apostando con las fichas que Román había adquirido, el equivalente a la mitad del salario que Manele ganaba en la Duxa.
Una se acostumbra pronto a lo bueno”. Lo observaba perder y ganar con una naturalidad pasmosa, como al que nunca, desde la cuna, le ha faltado de nada.
Se acercaron a la barra a tomar una copa. Marcy ocupó un taburete mientras su acompañante se quedó de pie, mirando hacia las mesas con las manos en los bolsillos y el mentón alzado en una pose elegante.
–¡Estoy agotada!
–Fúmese un cigarrillo, ¿okay? O algo más, si le apetece.
Le pasó una pitillera plana, dorada, que extrajo del bolsillo interior de su americana.
Marcy fue al cuarto de baño, se fumó un cigarrillo y aspiró una línea de sustancia, después regresó a su lugar en la barra y se tomó toda la copa con rapidez.
No pudo reprimir la curiosidad por la familia del arquitecto.
–Su padre, está muy bien situado, ¿no? –dijo ella echando un vistazo a la sala.
–Un lince para los negocios, de toda la vida. Tiene dinero para aburrir, hasta yo me pregunto qué hace para amasar tanto; por eso se ha metido aquí de socio, porque es un negocio bueno para aflorar dinero.
Marcy no entendió muy bien aquello.
Encendió un cigarrillo que ella le ofreció y aspiró el humo fresco con deleite.
–Es un esteta de la pasta. Ya ve, yo nací así, en medio de todo esto, y lo ves tan normal. Hasta te llega a extrañar que el resto de la gente pueda vivir de un salario.
Aspiró otra calada, más profunda, y apagó el cigarrillo.
–Hay otras vidas, ¿no es cierto?, pero no son como ésta –dijo mirándola sonriente.
Ella asintió con un amplio movimiento de cabeza de arriba abajo.
–La verdad, creo que tendré que tomar lecciones aceleradas, le tomo como maestro.
Retornaron a las mesas de juego. Él fue detallando cada acción de los jugadores para adiestrarla. Después ella probó por sí misma con buen resultado.
–El truco está, como todo, en encontrar la medida. Saber plantarse a tiempo por mucho dinero que se tenga –dijo él, mientras paseaban por la sala.
Aquel local era ruidoso y estaba lleno de humo, que formaba curiosas volutas sobre las mesas de juego, a pesar de que se notaba la ventilación. Pero a Marcy no le afectaba, se sentía a sus anchas.
Román, que conocía a casi todos los empleados y también a muchos clientes, iba repartiendo saludos aquí y allá con un breve gesto de cabeza como lo hace la gente del gran mundo.
–Venga aquí, a la ruleta. Para mí la reina del casino. Nos vamos a divertir.
Apueste a la suerte sencilla, par impar, por ejemplo.
Ella colocó las fichas sobre los cuadrantes del tapete verde que Román le indicaba.
–Cuando el crupier dice: “No va más”, ya no se pueden hacer más apuestas.
Ella le cogió el tranquillo a aquel juego a la primera. Era entretenido el giro endiablado de la bolita que hacía un ruido característico y el rápido y preciso movimiento del empleado con el rastrillo poniendo y quitando fichas de los cuadrantes.
–Ya hay que plantarse, es el momento justo –dijo Román.
No había problema, Marcy sabía que había para jugar todo el dinero y todos los días que le diera la gana.
Se levantó y le ofreció tomar otra copa mientras seguían las acciones de los jugadores.
–¡Observe!, nos divertiremos un rato.
Ella no había reparado en que un compañero de la mesa de la ruleta. El jugador llevaba un traje que parecía de varias tallas menos de lo que hubiera necesitado, a través de la abertura de la chaqueta lucía una prominente barriga cubierta apenas con una camisa cuyos botones parecían a punto de estallar. Tenía cuatro pelos en la cabeza, muy largos y teñidos, que llevaba cruzados de una extraña manera, pero que en aquel instante estaban revueltos y dejaban al descubierto una reluciente calva.
El jugador se aflojaba el nudo de la corbata y sudaba. De vez en cuando se limpiaba el sudor con un pañuelo que sacaba con dificultades del bolsillo de su pantalón.
Resoplaba y movía las fichas como un poseso mirando con ansiedad el recorrido de la bolita.
Perdió todas las fichas con las que comenzó a jugar y se puso de pie enfadado, dando un puntapié a la silla e intentando colocarse el cabello de la mejor manera posible. Parecía que murmuraba por lo bajo.
–Otro idiota más –dijo Román.
–¿Lo conoce?
–Lo conocemos todos. Siempre tropieza en la misma piedra, el muy imbécil.
El tipo se lo había jugado todo también a la suerte sencilla, rojo negro.
Cada vez que perdía apostaba el doble de lo perdido con la esperanza de recuperarse.
–Ahora va a pedir pasta a uno de esos fulanos –dijo Román con seguridad.
Tal cual lo acababa de decir, uno de los hombres que estaban de pie cerca de la ruleta sacó un buen fajo de billetes que llevaba sujetos con un anillo de goma.
El jugador continuó apostando y continuó perdiendo hasta que, ya aburrido y sin ninguna ficha, se marchó del local echando pestes.
–Mientras haya tontos así, el negocio está asegurado –dijo Román sonriendo.
Marcy sintió piedad por el ludópata.
–Ya veo –repuso algo desanimada.
–¡Anímese! Tomemos otra copita y lo que haga falta.

martes, 18 de diciembre de 2012

Marcy (73)



Su vida pasada se le figuró un espejismo, algo imposible de vivir, y las personas de su vida pasada unos seres tristes, problemáticos, o unos seres sin la menor importancia.
Sus padres ya estaban de vuelta en su casa y se le hacía un mundo traspasar aquella puerta para visitarlos.
Él, igual de enfermo, tal y como estaba en el hospital, un poco dejado de la mano de sus médicos, que ya lo habían probado todo, postrado en la cama, y sometido a los constantes y ansiosos cuidados de su mujer.
Cada vez que iba por allí, Amelia le vertía a Marcy encima una angustia feroz.
Su madre trataba de acapararla para investigar sus secretos, alarmada por cada nueva señal que advertía en ella, la vestimenta de lujo, más provocativa de lo habitual, cargada de joyas y complementos de marca.
Por eso procuraba llevar siempre a los niños, para echárselos por delante a Amelia y distraer su atención.
Porque reprobaba el cambio de Marcy.
Amelia le dijo un día todo lo que quiso.
Que la encontraba excitada, irritada, de mal genio, con la especial receptividad de toda madre que no pasa por alto ni un detalle de su retoño.
–Hija, ¿estás comiendo bien?, ¿están bien los niños? ¿Y Manele?
Temía a aquellos interrogatorios de su madre.
–No me gusta como vas vestida, te van a tomar por lo que no eres, me lo dice tu tía.
Amelia no tardó en volver a la carga.
–Tu padre, ya ves, me lo dieron de alta, está peor que cuando ingresó.
Marcy renunció a todo intento de diálogo.
–Esos medicuchos son unos golfos, tendrías que ir a hablar y ponerlos verdes.
Le resultó normal que su madre estuviera desquiciada y no quiso enfadarse con ella.
–Tú vigila tus pasos, que no puedan llegarle habladurías a tu marido.
Saltaba de un tema a otro sin orden ni concierto, hablando atropellada, sin atender a las respuestas.
Cuando su madre le sacaba la lista de las quejas en toda regla era mejor callar y contemporizar, lo hacía de cuando en cuando y ahora con mayor motivo.
Amelia tampoco pasó por alto el accidente del pequeño. Marcy percibió cómo su madre la acusaba, sin palabras, mientras el mayor relataba lo sucedido.
–¿Dónde estaba mamá, Pablo? –interrogó la abuela.
–Es que…estaba durmiendo en su habitación, yaya –el mayor farfullaba la disculpa poniéndose colorado hasta la raíz del pelo.
Aquel niño no sabía mentir.
A veces dejaba a los niños con los abuelos, desde donde podían acudir al colegio con más facilidad que desde Mazello, porque la parada del bus caía justo al lado de su casa, y porque le daba la gana de usar su libertad y la necesitaba.
Su familia se volvió incompatible con su nueva vida, y también sus amigos.
Ni pensar en llamar a Laura y sincerarse, reconocer ante ella aquella verdad, aquel horrible fracaso. Nada de andar dando pena por ahí, eso sería lo último, no iba a darle a Laurita el gustazo de compadecerla.
Además no habría motivo para ello, ya se le ocurriría algo para salir del paso, ahora que tenía medios.
Y Rafa se le estaba haciendo cada vez más cargante, un enamorado lastimero y blandengue del que no iba a librase tan fácil, apenas respondía a sus llamadas telefónicas y le evitaba cuanto podía en la facultad; excepto si lo necesitaba como secretario, como fiel servidor, en tal caso, y con todo el descaro del mundo, le encargaba las tareas del máster.
Pero cuando no lo necesitaba le daba un trato displicente, distante.
Contaba con la ayuda de Román y eso era más que suficiente, muy por encima del alocado Nacho; un hombre de pies a cabeza, con experiencia, el tipo de tío con canas, con experiencia, el que siempre había necesitado a su lado, juntos serían capaces de todo.

martes, 11 de diciembre de 2012

Marcy (72)



Prefería no pensar en lo que estaba sucediendo en su matrimonio. No era sólo que la rubia le hubiera arrebatado a su marido, es que además iba a tener un hijo con él. O una hija.
Quizá la niña que él tanto había anhelado y que Marcy no había podido darle.
No sabía si sus suegros estarían al corriente, pero de saberlo, hasta se alegrarían y todo. A lo mejor consideraban a Isabel más guapa o mejor partido que ella. Lo mismo les daría Isabel que la vecinita de al lado, el caso era sacársela a ella de encima y empezar a manipular a su hijo a su antojo.
Figurándose una reunión entre la feliz pareja y sus suegros en la propiedad vinícola, degustando los caldos de la casa y hablando de la futura recién nacida, Marcy se ponía negra de rabia. Y sus hijos quedarían marginados para siempre, ya se encargaría Isabel de lograrlo. Aquella arpía estaba acabando con su vida de un plumazo. Si la tuviera delante en aquel momento, le sacaría los ojos.
Ni siquiera su madre iba a ponerse a su favor.
Ni siquiera sus hijos la satisfacían ya.
En su vida no quedaba piedra sobre piedra.
Para eso, mejor meterse a puta, al juego, a la droga, o a todo a la vez para no sentir aquel fracaso.
A partir de entonces fueron diarias las visitas al estudio de arquitectura. Marcy llevaba sus obligaciones como una autómata y continuaba viendo a Rafa de vez en cuando, pero lo que de verdad ansiaba cada tarde era llegar donde Román para consumir la sustancia, alcohol y lo que pillara, y después salir con él a arrasar por los casinos y las salas de juego. Cuando ganaba algún dinero, subida en aquella gloria pasajera y espoleada por la blanca, mantenía alguna leve intimidad con Román. Para hacerlo tenía que consumir y para consumir, tenía que hacerlo.
Y consumiendo se sentía poderosa, tan poderosa que no había nada que se le pusiese por delante, conquistaría lo más alto en el mundo empresarial y conseguiría a alguien que la quisiera de una vez por todas.
Alguien capaz de llevarla a la feria de Mazello, que había una vez al año, y que lograra un peluche de premio en el tiro al blanco, de esos que son tan grandes que no sabes donde ponerlos, y se lo diese a ella y que subieran juntos a la noria y se miraran largo rato a los ojos sabiendo que lo eran todo el uno para el otro.
Eso era todo lo que quería.

martes, 4 de diciembre de 2012

Marcy (71)



Estaba rígida, como a la espera de poder recibir un golpe brutal, preparándose para oír cualquier cosa.
–Isabel está viviendo en Brexals, con su marido de usted y esperan un hijo. Lo siento, lamento causarle este dolor, pero tiene que saberlo.
Marcy permaneció como paralizada durante lo que le pareció a ella una eternidad.
Así que era verdad”. Se lo repitió mentalmente, recordando las palabras de Laura, sin poder llegar a creerlo, como si le estuviera sucediendo a otra que no fuera ella.
–No se mortifique, no somos los primeros ni los últimos que sufren algo así, hay que ir asimilándolo. Son dos verdaderos sinvergüenzas. Y por si fuera poco, Isabel se ha quedado con un montón de dinero producto de mi esfuerzo, ¡del mío! Estoy indignado.
Marcy, en ese punto, no podía contemplar más que su orgullo herido, su despecho, podría hasta matar en aquel momento si los tuviera delante.
Sintió rabia, una rabia cegadora.
Se va a enterar ese traidor”.
–Oiga, yo había pensado, que ya que estamos juntos en esto. Mire..., podríamos hacer algo para fastidiar bien a esos dos. Por eso la había llamado. Pensaremos algo, ¿okay?
Se levantó hacia la pequeña cocina americana empotrada en una de las paredes y, sobre la encimera negra, brillante, depositó el contenido de un sobrecito que extrajo de un cajón. Formó una estrecha tira de la sustancia blanca con una tarjeta de crédito y la aspiró con un canutillo que fabricó con un billete de cincuenta. Después formó varias más.
–¿Quiere usted un poco? Tome cuanto desee.
Marcy apenas recordaba el efecto de la sustancia, que consumió en una racha loca de su época universitaria.
Por qué no”. Y se acercó decidida aspirando una de las líneas con eficacia.
Al poco se sintió enérgica, alegre hasta el punto de la euforia.
Se iban a enterar los ingratos. No podían consentir aquel atropello. Algo se les ocurriría, sin duda, lo mejor sería colaborar para plantarles cara.
Pasaron varias horas barajando posibilidades, hasta que Marcy le explicó el asunto de las transferencias de Manele, y eso fue lo que interesó a Román.
–Ahí hay gato encerrado –dijo el arquitecto–. Hay que investigarlo, eso me huele mal.
A las tantas de la madrugada Marcy recordó que había dejado a los niños solos.
Habían pasado muchas horas, pero su corazón había quedado insensible por el golpe recibido y parecía no importarle nada.
Retornó a casa a la carrera, en medio de una intuición negativa.
Nada más entrar oyó el llanto de los niños y corrió hacia su habitación.
–¡Mamá, mamá! Manu se cayó de la litera y no puede moverse, igual se rompió algo, mami, porque no puedo ni tocarle el brazo derecho.
El pequeño yacía a los pies de su hermano, inmóvil, en el suelo, gimiendo de dolor.
–Os dije que no os movierais de la cama, ¿no? ¡Sois unos desobedientes!
Levantó con resolución a Manu mientras éste chillaba de dolor.
–¡Estoy hasta el moño de ti! –gritó al niño.
La excitación que traía de la calle se tornó en cólera por la contrariedad del accidente de los chiquillos. Como un león enjaulado comenzó a dar vueltas por el cuarto, mientras los pequeños guardaban silencio, expectantes. Manu protegía con su brazo izquierdo la zona dañada conteniendo el dolor cuanto podía.
No hubo más remedio que acudir a Urgencias y enyesar el brazo afectado, retornando los tres a casa cabizbajos, sin haber podido acudir a sus obligaciones de aquella mañana.
Tomaron unos pocos alimentos y Marcy, desentendiéndose de sus hijos, pasó casi todo el día durmiendo en su cama.

martes, 27 de noviembre de 2012

Marcy (70)



Una noche, mientras veía la televisión, le sorprendió la llamada de Román, el arquitecto separado de Isabel, el antiguo socio de Manele en la época de Imomonde, un tipo frente al que ella siempre había sentido una mezcla de respeto y miedo.
–Marcy, ¿es usted?... Mire, lo primero de todo es disculparme por mi grosería cuando me llamó. Estaba muy dolido con Isabel y no sabía lo que decía. Le ruego que me disculpe.
–No hay por qué, Román, ya comprendo por lo que estará pasando, pero yo hace tiempo que no tengo trato de amistad con ella, hace mucho que no nos vemos.
Él no le apeaba el trato de usted, como manteniéndola a distancia, pero, a la vez, amagaba con decirle algo de importancia.
–Mire, he hecho mis averiguaciones y tengo que decirle que tenga cuidado, señora, quizá usted y yo tengamos algo en común.
–No sé a qué se refiere, Román.
–Mire, no quiero meterme en su vida personal, pero ándese con cuidado, tome precauciones. Tal vez algún día podríamos vernos, ya le explicaré, ¿okay?
Se despidió y colgó sin darle a aquello la mayor trascendencia, pero no tardó mucho en hablar de nuevo con Román, le devolvió la llamada al día siguiente.
Había quedado intrigada a raíz de aquella conversación telefónica.
El arquitecto le rogó que acudiera a su estudio a última hora de la tarde, donde podrían hablar con tranquilidad.
Se convenció a sí misma de que los niños ya eran mayorcitos y, dejándolos ya en la cama, les advirtió que saldría y que no se movieran de su habitación en ningún caso.
–Pablo, te hago a ti responsable, que eres el mayor.
Se enfundó uno de sus nuevos trajes color negro, bien ajustado a su cuerpo y se recogió el pelo, se maquilló los labios y completó su atuendo con botines rojo oscuro y bolso a juego.
El estudio se encontraba en un edificio singular, un cubo fabricado entero en cemento pulido, con un único ventanal enorme, oscuro, haciendo las veces de fachada. No se encontraba lejos del domicilio de Marcy, y accedió a él caminando por las ya medio desiertas calles de Mazello.
Hacía ya mucho tiempo que no veía a Román y le cautivó su imagen cuando le abrió la puerta de entrada, vislumbrándose tras él la refinada estancia.
Era algo mayor que ella, de rasgos perfectos; el cabello plateado y abundante, ondulado y peinado hacia atrás; bien arreglado, con prendas de lujo de aire deportivo y cuidados modales, provenientes, seguro, de una educación de primera clase. Le tendió la mano, que ella apreció firme y suave a la vez.
–Adelante, Marcy.
Un conjunto de sofás tipo chéster eran los únicos asientos colocados en el centro de la enorme y única habitación, y Marcy ocupó uno de ellos. La sobria decoración en blanco y negro arrojaba una imagen de estilo masculino muy atrayente. Se notaba la mano del artista.
De una diminuta máquina donde él introdujo unas cápsulas semiesféricas, extrajo dos cafés de aroma exquisito que colocó en una bandeja junto a dos vasos de cristal grueso y una jarra de agua fría de la nevera.
Depositó el conjunto sobre la mesa de diseño, al alcance de Marcy, y ocupó el sofá confrontado al de ella, probando con deleite su café.
–Cuando usted me llamó, Román, estaba tan ocupada que apenas pude prestarle atención, pero me pareció que quería decirme algo importante.
–Desde luego, Marcy. No voy a andarme por las ramas. Usted me había preguntado hace un tiempo por Isabel. Mire, voy a decirle donde está, prepárese. Lo he averiguado todo hace unos días.

martes, 20 de noviembre de 2012

Marcy (69)


Al día siguiente fue Manele quien llevó a los niños al colegio, de paso hacia su trabajo, y ella pasó en su casa el día entero. Aquella era una de las tardes en que él se quedaba al partido de squash con García.
Llamó por teléfono al club deportivo y preguntó.
–Soy la esposa de don Manuel, quiero saber si está ahí mi marido, es un asunto urgente, señorita, pero a él no le diga nada, por favor.
–Perdone un momento.
Esperó un minuto, hasta que volvió a oír a la empleada; a Marcy le pareció por la voz que estaba nerviosa.
–Mmm..., sí señora, no se preocupe, está jugando su partido habitual.
–Gracias, disculpe, es un tema familiar..., no le diga que he llamado, se lo ruego, yo se lo diré cuando vuelva a casa.
Procuró mantener la entereza, pero en cuanto colgó se vino abajo.
“¿No se preocupe? ¡Pero cómo que no me preocupe!”
Seguro que la zorra que le había dado el chivatazo no se había equivocado, no. Seguro que sabía que aquella mujer del jacuzzi no era ella, su esposa. Estaba siendo el hazmerreír de la compañía, todo el mundo lo sabía menos ella.
Estaría en boca de todos, en los chismorreos de la compañía.
Manele regresó tarde y ya estaban acostados los niños.
–Voy a ducharme que no me dio tiempo. Uff,..., ¡Estoy reventado!
Dejó su bolsa de deporte a la entrada, se desnudó en la habitación y se metió en el cuarto de baño.
Entretanto Marcy se lanzó como una posesa a hurgar en la bolsa. La ropa deportiva estaba seca y olía a suavizante, no la había usado. La metió en la bolsa y la cerró.
Manele salió pronto de la ducha, con su albornoz encima, cogió la bolsa y metió la ropa en la lavadora como solía hacer.
–¿Qué hay por ahí para cenar? –dijo despreocupado.
La comida ya estaba preparada y servida en los platos.
–Qué bien, verdura, hay que mantenerse en forma.
Se dio unas palmadas en su tripa y comenzó a comer.
–¡Qué tal hoy el squash? –preguntó Marcy como al descuido.
–Estupendamente –respondió él–, gané yo.
Marcy se atragantó con un trozo de comida y tosió una barbaridad, a punto de vomitar.
Estaba roja de rabia.
–Te han visto con una en el jacuzzi, no me lo niegues.
–Pero qué dices mujer, tú no estás bien –respondió él tan pancho.
Se repantigó hacia atrás en la silla y se paso la mano por el pelo.
–No me lo niegues –repitió ella en voz más alta.
–Si crees a cualquiera antes que a mí...
Ella le dijo que la esposa de un empleado le había visto con una en el jacuzzi.
–Dime quién es esa metomentodo. ¡Fíjate qué bruja! Se habrá confundido con García, solemos meternos en el jacuzzi después del partido.
Él fue dando varias explicaciones concatenadas, tan bien trabadas, que Marcy pareció una celosa tonta y se fueron a acostar reconciliados.

martes, 13 de noviembre de 2012

Marcy (68)



García era uno de esos empleados grises, con gafas, que hay en cualquier empresa, que pasa desapercibido, pero que en lo suyo, en el departamento de contabilidad, era un fenómeno. Manele lo tenía en la consideración más elevada y lo trataba a menudo, incluso jugaban juntos partidos de squash en el Zeol una vez a la semana.
Marcy lo había visto de refilón, en las celebraciones de la empresa y poco más.
Era el clásico contable, vestido como un contable, todo calculado de pies a cabeza.
De baja estatura, trajeado siempre hasta el menor detalle, minucioso y exquisito, llevaba los zapatos lustrosos hasta la exageración, el cabello corto, y una cuidada barba de dos días. A pesar de su escasa altura era atlético y estaba en una forma excelente.
Tenía fama en la compañía de darse tremendas palizas en el gimnasio, sudando como un pollo en la sala de musculación del Zeol.
Manele lo reverenciaba por sus contactos financieros y por su capacidad de manejar dinero y hacerlo crecer como por arte de magia, mover cuentas, comprar y vender valores. Dijo a Marcy muchas veces que todo lo que sabía de finanzas lo había aprendido García.
Manele hablaba mucho de él, tanto, que empezó a levantar en Marcy cierta desconfianza.
Llegó a pensar, incluso, que Manele lo utilizaba de tapadera y que el otro colaboraba. Que  muchos partidos de squash de los de una vez a la semana nunca habían tenido lugar y que, en ese tiempo, Manele se divertía con la nórdica o con otras mujeres de la compañía.
El Zeol Center daba para todo. Tenía el club deportivo más distinguido de Greda, en la penúltima planta del edificio, desde donde se disfrutaban magníficas vistas de la ciudad. Los privilegiados capaces de pagar las elevadas cuotas de club y los ejecutivos de la Duxa corrían allí miles de kilómetros a bordo de las máquinas más sofisticadas y luego se relajaban en la sauna y en el jacuzzi.
Marcy había visto aquellas instalaciones sólo una vez, se las había enseñado Manele al poco de ingresar en la compañía.
Tenía fundados temores para sospechar de las partidas de squash de su marido. De hecho en una cena de la compañía, un tiempo atrás, quedó en evidencia delante de las esposas de los empelados.
Las señoras siempre se sentaban a un extremo de la mesa para hablar de sus cosas. De improviso una de ellas, de una edad poco más o menos similar a la suya le soltó la bomba.
Estaban hablando de la guerra que daban los niños, uno de los temas preferidos.
–Marcy, tú no te quejes, preciosa. El otro día, allí estaba ella, en el jacuzzi del Zeol, enganchada a su maridito mirando la puesta de sol, teníais que haberla visto.
Marcy se quedó confusa unos instantes, sin saber que decía aquella tipa ni que tenía que responder ella.
No dijo nada, miró hacia Manele, que al otro lado de la mesa charlaba animado con sus compañeros y después hacia la que le había hablado.
Si  dices algo vas a meter la pata, seguro”. Se mantuvo en silencio sonriendo, como si en efecto fuera ella aquella mujer del jacuzzi.
Pero no lo era, era la esposa de Manele, aquel trasto viejo y gordo que él tenía escondido en su casa mientras se divertía con las mujeres que merecían la pena de verdad.
Después de haber oído aquello su corazón se volvió una piedra en el medio de su pecho, una piedra que le causaba un dolor sordo.
Y con aquella piedra regresó a su casa con su marido al lado y se acostó en la cama, cerca del borde, aislada, encogida, hasta que su cuerpo se volvió también pétreo, y metió la cabeza bajo las sábanas y respiró un rato para que el aire viciado le atontara el cerebro lo suficiente para dormir.
A ver si no despertaba de una puñetera vez.

martes, 6 de noviembre de 2012

Marcy (67)



Leyó con la mayor atención las instrucciones de Manele sobre las transferencias bancarias.
Debería sacar el dinero del banco a primera hora de la mañana, y lo iría acumulando en casa, guardado en la caja fuerte. Cada vez que reuniera cincuenta mil euros, los llevaría al Zeol Center, a la oficina de García, del departamento de contabilidad de la Duxa Limited. Ese dinero se depositaría en una cuenta especial para evitar el pago de impuestos. Así el producto de su negocio quedaría por entero para ellos.
Manele era un verdadero as de las finanzas, no cabía la menor duda.
Siguió sus instrucciones al pie de la letra.
En poco tiempo saldrían de aquella vida mediocre que llevaban en el pisito del enjambre de Mazello y darían el gran salto.
En cuanto reunió diez mil euros se metió mil en la cartera, y los reservó para jugar en las máquinas de un casino nuevo, del centro de Greda, que hacía un tiempo que tenía controlado y que contaba con máquinas de última generación.
También se compraría una buena cantidad de ropa y complementos de calidad en las mejores tiendas de Greda, para marcar el principio de otra existencia.
Mientras las remesas llegaran con regularidad no había porqué inquietarse.
Iba a darse el gustazo de un atracón.
Casi estaba oyendo ya las endiabladas musiquillas machaconas que soltaban los artefactos, las cantinelas que tanto le gustaban y que tanto odiaba, que se le metían en la cabeza y las evocaba sin querer, a todas horas, hasta estando en la cama, cuando estaba con la venada del juego.
Entró un día atraída por lo irremediable, dejando su voluntad en la puerta.
Estaba rabiando por recaer.
Transcurrió un tiempo indeterminado mientras iba ensayando con cada aparato, como ganado enganchado a su pesebre, adquiriendo al momento una pasmosa maestría.
Terminó con un regusto agridulce, de excitación mezclada con la corrosión del remordimiento por haber caído en el hoyo una vez más.
La orgía de juego le llevó varias mañanas que hubieran correspondido a su curso universitario.
Hasta llegó a pensar que no le interesaban demasiado ni el máster, ni sus hijos, que ya habían vuelto al colegio, ni siquiera Rafa, al que veía a ratos perdidos, por cumplir, a veces en su propia casa una vez acostados los niños.
Nada tan atrayente como alimentar aquellas máquinas, una apuesta detrás de otra, y luego otra, y aun otra más, hasta llegar al clímax del premio o abandonar estafada, enfadada y vagar perdida por la ciudad, sin oficio ni beneficio, como una zombi.

martes, 30 de octubre de 2012

Marcy (66)



Después de tantos años, ya casi había olvidado la sensación de seguridad y confianza que trasmiten los brazos de un hombre que trata con cariño a una mujer.
Incluso, desde que estaba con Rafa, llevaba mejor las visitas al hospital, como si el renacer erótico que estaba experimentando la distrajeran un poco del sufrimiento de ver a su padre cada día más enfermo.
La habitación del sanatorio se había convertido en algo tan sabido para ella como la propia casa de sus padres; y la gente que pasaba por allí, familiares, amigos, visitas médicas, de enfermería y limpiadoras, de las que te hacen salir de la habitación cuando hacen su trabajo, todos se le hacían como de la familia.
Marcy procuraba ir a diario, por la tarde, para sortear a los galenos, para que no fueran a darle las malas noticias que ella no quería ir.
Pero la tarde que acudió al hospital, y que estaban en el cuarto con sus padres los tíos Gerardo y Mery, encontró a su padre algo mejor, con la cabeza levantada sobre varias almohadas, y con un ramo de flores amarillas sobre la mesilla, preciosas, que los tíos le había traído.
Su padre no tardó en sacarle el tema de sus estudios.
–No sé si saldré de ésta, pero lo que más quiero en el mundo es que tú tires para adelante, hija, no me decepciones.
–Papá, ¿por qué te preocupas tanto?, sabes que no es bueno para tu corazón. Todo llegará, ya lo verás.
–Tu padre tiene toda la razón, tú estudia, di que sí –dijo el tio Gerardo.
–Ella que se ocupe de su marido, no se le vaya a escapar –dijo Mery.
–¿A que es lo que le digo yo siempre? –remachó su madre, contenta de que su hermana le diera la razón.
Su madre siempre se empeñaba en llevar la razón.
Las tres fueron juntas a la cafetería del sanatorio a merendar.
Marcy advirtió que su madre y su tía la observaban con nueva curiosidad. Las mujeres parecían sedientas por hacer averiguaciones sobre su vida.
–Te encuentro muy bien, hija. Últimamente te arreglas mucho y estás más alegre -la interrogó con su aguda mirada–, pero esa falda, ¿no es muy corta?
Amelia no quitaba ojo de la falda que lucía Marcy gracias a su recobrada silueta, ni tampoco de sus uñas pintadas de rojo.
–¿Es que ser guapa es pecado, mami? ¡No van a detenerme por eso!
–Una madre de familia tiene que guardar una compostura –sentenció Mery.
A veces su tía tenía salidas de ese tipo, trasnochadas. Marcy no hizo ni caso.
Las tostadas y el café que estaban tomando estaban deliciosos y su padre estaba mejor y Rafa la tenía bien servida y sus hijos sanos, no estaba para hacer caso de tonterías.
–Espero que sepas lo que haces, hija. Ya sabes que Manele es algo celoso, ten cuidado – su madre volvió a la carga.
Ahora sí que tiene motivos para sus celos”. Se lo tenía bien merecido, mucho había tardado en tomarse la justa revancha por las infidelidades de Manele.
Cuando pagaron en la caja el empleado la obsequió con una ojeada admirativa, de arriba abajo, con las paradas correspondientes.
–¿No ves cómo te miran?, vas excesiva –remachó su tía.
–Pues a mi me parece que te miraba a ti, todavía estás de muy buen ver –le respondió la aludida.
Marcy se partía de la risa viendo a su tía escandalizarse y coger del bracete a su hermana para salir de la cafetería. Las miró por detrás, las dos vestidas iguales, tan parecidas, y pensó que no podía enfadarse con ellas.
Se armaría la gorda si supieran que tenía un amante y que, para más inri, era un chaval más joven que ella.
Y eso que, después de varios días de encuentros con Rafa, ya empezaba a cansarle un poco su inexperiencia y su emotividad, demasiado sensible, demasiado nervioso, casi prefería la rudeza de su marido, el hombre que mejor la había amado entre todos, a pesar de todo.

martes, 23 de octubre de 2012

Marcy (65)



Los niños marcharon, como era costumbre, a un campamento organizado por el colegio en aquella época del año y Marcy, libre de cualquier traba por unos días, se determinó a aprovecharlos.
Llamó a Rafa para recuperar los apuntes de los días perdidos en el máster y quedaron en la Biblioteca de Greda, porque la facultad estaba cerrada. Su amigo le trajo todo el material fotocopiado y organizado a la perfección y ella lo guardó en su cartapacio. No le pasó por alto que él lucía un aspecto más cuidado de lo normal y que se había puesto un perfume que olía a bosque recién llovido.
No había otros compromisos de por medio, de manera que fueron a tomar una comida rápida y acudieron después a un café cercano, que presentaba cada tarde conciertos líricos.
Se acomodaron, algo fríos al principio por la novedad del encuentro, pero reanudaron pronto la conversación que habían interrumpido durante la cena.
–Señorita, yo no sabía…, yo no sabía eso, que…, que usted estaba separada –dijo él, todo azorado.
–Sí, Rafa; y no te creas, a mí también me cuesta acostumbrarme a la soledad.
Ella se tendió hacia atrás en el magnífico sofá de terciopelo verde tornasolado. Miró a Rafa de otra manera, con una breve fijeza, directa a lo ojos y la sensación de dominio la embriagó.
–Pero venga, no hablemos de cosas tristes. Estamos aquí y ahora, en compañía, ¡vivamos el momento! –dijo ella, convincente.
Rafa pareció confuso, inseguro.
Solicitaron al camarero unas copas de licor en hielo picado y, poco después, otras más de lo mismo. El local se fue ambientando y creciendo en clientela, cuando la cantante comenzó a desgranar sus gorgoritos, acompañada del piano.
La atmósfera se volvió mágica, libre de todo pesar, fluida, cálida, abierta.
Ella deslizó su mano sobre los hombros de él, se le acercó y depositó un beso en la parte trasera de su perfecto cuello. Notó la ansiedad contenida de Rafa, que permaneció inmóvil mientras permitía que los labios de ella actuaran cada vez más audaces.
Comprobó que le encantaba sacarle de sus casillas, descolocarlo, provocarlo.
Una pieza tras otra de la cantante y subía la tensión de la pareja que, sin palabras, progresaba en su intimidad. Rafa, ya partícipe activo, prodigaba abrasadoras caricias a su amiga mientras ella se recreaba en su seducción. Estaba a sus pies y podría hacer con él lo que quisiera.
Terminado el pase del concierto, se levantaron y avanzaron hacia la puerta del local y, tras un momento de indecisión, ella le propuso dar una vuelta por el Parque Central. Ya había anochecido y se dirigieron como autómatas hacia lo más retirado y oscuro para desatar su pasión recién nacida.

martes, 16 de octubre de 2012

Marcy (64)



Las secuelas de lo sucedido en el despacho del catedrático de economía no tardaron en aparecer. Estaba unos días después en su clase, como era habitual, a primera hora de la mañana y el docente traía bajo el brazo los exámenes de los alumnos.
Tenía por costumbre decir las notas en alto, en público, y pedía a cada uno que diera su opinión.
–Aprobado –dijo con frialdad el profesor, después de decir su nombre.
Ella sabía que la calificación debía ser superior. Hasta sus compañeros la miraron extrañados, porque les tenía acostumbrados a notas elevadas.
–Intentaré mejorar –respondió ella, seria.
Su compañera de mesa le dio un codazo y la miró extrañada.
–¿Qué paso? Ya te lo digo yo, que no tragaste.
Marcy no respondió, miró al frente para que su amiga no averiguara en su cara el disgusto que tenía.
Estudió como una mula aquella asignatura y en los exámenes siguientes el resultado fue siempre el mismo.
Pero no llegó a averiguar de verdad las consecuencias de su negativa hasta que llegó el ofrecimiento de entrar como alumno interno a la cátedra.
Ella se postuló, entre otros candidatos. Estar como interno en el departamento de economía era algo muy apreciado en la facultad, el marchamo de los alumnos más aventajados, muchas veces era el preludio para acabar como profesor en la Universidad de Greda.
Avisaron de que había salido la lista de los admitidos y fue corriendo con el corazón en vilo.
Desestimada. Había plaza para todos, pero a ella había quedado excluida.
Corrió hacia el despacho del profesor. Había varios alumnos esperando, pero ella no podía esperar más tiempo, pidió al primero de ellos que la colara y pasó dentro.
El profesor estaba sentado trabajando en su mesa y la miró por encima de las gafas.
–Debe haber habido un error, profesor, hay plaza para todos.
–Perdone, pero no hay ningún error, usted no entra.
Marcy le miró extrañada.
–Esto es…, por aquello –dijo él, crucificándola con los ojos.
Aquella mirada trasmitía perversidad.
Acababa de oír lo último que se esperaba.

martes, 9 de octubre de 2012

Marcy (63)



Marcy tuvo la sensación de que aquel profesor, uno de los más prestigiosos de la facultad, quería, mediante aquel ofrecimiento, saldar con ella una antigua herida.
Veinte años atrás aquel catedrático le había causado la mayor decepción que padeció en su vida de estudiante.
Creyó tocar el cielo cuando ingresó en la Facultad de Ciencias de la Empresa de Greda.
Toda su vida no había parado de oír los atropellos que sufrían los trabajadores, los horarios de trabajo abusivos, las horas extras sin cobrar, los despidos. Su padre habló toda la vida de aquellas injusticias, de la opresión que tenían que aguantar los obreros del metal, de la lucha sindical, los comités y las huelgas.
Tuvo conciencia desde pequeña.
Ella estaba convencida de que tenía que haber otra forma de hacer las cosas.
También estaba convencida de que no se podían tolerar las desigualdades, ni la pobreza, ni admitir que medio mundo tenía que morirse de hambre.
Estaba convencida de que era posible otro mundo más justo.
Entrar en la facultad era el primer paso serio para la acción. Sintió un respeto reverencial por el cuadro docente desde el primer día.
Por eso quedó desconcertada cuando uno de los profesores estrella, el catedrático de economía, el hueso de la facultad, la llamó para hablar sobre un examen que acababa de hacer, uno de los primeros del primer curso.
Todos los alumnos se fueron retirando del aula y quedaron a solas.
–Pase conmigo al despacho que tengo algunas dudas acerca de su calificación.
Entraron y él ocupó su puesto, en el sillón principal, ante la mesa. El mobiliario estaba algo desvencijado y la luz fluorescente destacaba algún desconchón de pintura de las paredes, causada por la humedad.
–Apague la luz, por favor y acerque aquí una silla.
Él encendió la lámpara que estaba sobre la mesa mientras Marcy se sentaba a su lado.
Sacó su examen de una carpeta y le echó una ojeada, ya estaba corregido.
–Esta pregunta le bajó nota, la contestación está incompleta –dijo señalándola con un bolígrafo que portaba en la mano derecha.
Y depositó su mano izquierda en la rodilla de Marcy. Ella se quedó rígida, inmóvil, no sabía qué estaba pasando. Pero él no retiraba la mano de la rodilla.
–Ese día me puse muy nerviosa –dijo temblorosa, sudando–. Sí, sí, estaba nerviosa.
–Pues no hay que ponerse así, Marcelina.
Llevaba una falda a la rodilla y el profesor movió su mano con intención, levantando el borde unos centímetros.
Las piernas de ella temblaban como si estuvieran haciendo el examen del carné de conducir.
No podía creer lo que estaba viendo, su profesor, tan admirado, un semidiós para ella. Con lo que había estudiado para quedar bien en su asignatura.
De un salto se puso de pie estirando la falda, las manos le chorreaban.
–Me perdone..., tengo que salir..., al cuarto de baño.
Salió zumbando de aquel despacho y ya no volvió a entrar.
Fue al aseo y se sentó sobre la tapa del váter para serenarse.
Había oído que esas cosas sucedían, incluso que había alumnas que compraban sus notas a cambio de favores sexuales. Y sabía que el profesor tenía fama de Casanova.
Pero no creía que pudiera ocurrirle a ella.
Le saltaron unas lágrimas de rabia, se las secó con la manga de la camisa y se fue a su casa.


martes, 2 de octubre de 2012

Marcy (62)



Recogió a los niños en el colegio y pasó con ellos una tarde tranquila, enfrascada en sus conversaciones infantiles. Les dijo que el padre no podría venir en vacaciones, a causa de su trabajo y no se hizo esperar el enfado y la rabieta del pequeño, que tuvo que contrarrestar con la ayuda de Pablo, el mayor, y con una sonora nalgada para el rebelde.
Cuando se acostaron los niños comenzó ella su preparativo. Se duchó y se arregló el pelo con pericia profesional. Se probó varios modelos, colocándose por fin el clásico pequeño vestido negro que le sentaba tan bien y unos zapatos de tacón. Se vistió encima un abrigo tipo levita que abrochó con sus alamares quedando bien ajustado a la silueta. Se encasquetó el gorrito y cambió sus pendientes de bola por unos aretes grandes de color negro. Un poco de maquillaje, la raya en el ojo y el rojo de labios y se encontró tan bien en su piel como nunca se había sentido. En cuanto llegó la chica envolvió el pañolón alrededor de su cuello y se marchó de la casa con la agradable sensación de haber retomado el control de su vida.
El restaurante seleccionado fue el Número Dos, uno de los más recientes de la Milla de Oro de Greda, en la planta superior del último rascacielos construido.  Dejó el coche en el parking y tomó el ascensor que se elevó a toda velocidad hasta el tope, abriéndose la puerta en la recepción del local.
Toda la ciudad, iluminada, quedaba a sus pies y, en las alturas, los colosos de hormigón y, entre todos ellos, el Zeol Center y su rival legendario, el Trass Building, parecían aquella noche haber firmado un armisticio y brillaban los dos en armonía, formidables.
Distinguió a algunos de sus camaradas tomando el aperitivo en la barra y, en medio de ellos, a Rafa, que acababa de llegar.
–Señorita, está usted guapísima, aún inclusive más de lo habitual, que ya es mucho –le dijo poniéndose colorado como un tomate.
Se acercó al grupo sintiéndose fuerte y serena, saludó a todos despacio, uno a uno y, una vez llegados todos los comensales, tomaron asiento en una magnífica mesa redonda. Rafa se colocó enfrente de ella y a su lado un compañero y al otro uno de los profesores de máster.
Se sucedieron sobre la mesa deliciosos entrantes del gusto de la nueva cocina como diminutas porciones de pescado al estilo oriental, bolitas de carne trufada, foie en salsa aromática, hortalizas miniatura y otras delicadezas cuyos nombres iban anunciando los camareros como si fueran actores de una obra de teatro. 
Marcy eligió como plato principal cerdo salvaje hojaldrado acompañado de una copa de vino selecto y, de postre, un helado amarillo depositado en una copa alta, engalanada con una peineta de almendra.
–Esto da pena comérselo –dijo, mordisqueando el crujiente.
Pendientes de las exquisiteces que desfilaron por la mesa, dejaron la hora del café y los licores, para hablar de los estudios y los proyectos laborales de cada cual.
La conversación se había animado y distribuido en pequeños grupos. El profesor sentado al lado de Marcy, uno de los de mayor edad, aprovechó para dirigirse a ella en particular.
–Perdone, estos días no ha acudido a las clases y no se habrá enterado, pero les he presentado a sus compañeros una propuesta para realizar un trabajo de investigación conjunto con otras universidades, que puede ser muy positivo de cara al futuro. Usted es una de las mejores alumnas, y domina el inglés. Pienso que podría interesarle.
Fue su padre quien la había metido a aprender inglés desde muy pequeña y se manejaba en el idioma incluso mejor que Manele.
–Habría que viajar a Brexals, sólo durante tres días, para reunirse con el resto de colaboradores, pero la universidad correrá con los gastos. Es un trabajo sobre mujeres empresarias en países en desarrollo. Le vendría muy bien participar, Marcelina, subiría su calificación final. ¿Qué le parece?, es para el mes de junio próximo.
Marcy se dio cuenta de que una oportunidad así podía ser única en la vida. No podía desaprovecharla. Dijo que sí.
Sólo tendría que organizar esos pocos días la vida hogareña con la ayuda de la canguro.
El profesor quedó muy satisfecho con su reacción.
–He visto que su currículo es nulo desde que terminó sus estudios de grado. Supongo que por culpa del matrimonio y los hijos. Es lo que les pasa a todas.
Ella asintió. El profesor entendía bien los problemas de las mujeres.
Un rato después se sentó al lado de Rafa. El bedel no había perdido ripio de la conversación y la felicitó por aceptar el reto.
–Ya sabe que puede contar conmigo, señorita, para todo lo que usted pueda necesitar.
Rafa parecía bastante cómodo entre los estudiantes, apenas se le notaban sus manías. Hasta se atrevió a hacerle una confidencia muy personal a Marcy.
Adoptó, de pronto, un aire serio y se sujetó la cabeza con la mano, como pensando.
–Señorita, yo he sufrido mucho, hace un año que se murió mi novia en un accidente de tráfico, no me había atrevido a decírselo. Por eso procuro salir siempre que me invitan y lo voy superando poco a poco.
Quedó cabizbajo un momento y luego levanto la cabeza mirándola con delicadeza.
Ella quedó impresionada por la entereza y la sensibilidad de él.
Las notas de una música suave los envolvieron como si fueran los únicos seres vivos sobre la tierra, dos corazones heridos.
Ella le correspondió con otra confidencia.
–Te comprendo Rafa, yo también sé lo que es estar sola, llevo ya un tiempo viviendo separada de mi marido.
Marcy se percató al momento de que aquello podía prestarse a un malentendido, pero no dijo nada más.
Eran casi las tres de la madrugada cuando decidieron terminar la agradable velada y Marcy cogió su vehículo para volver a casa sintiéndose en la cima de su pequeño universo.
Pero no le diría nada a Manele del trabajo de investigación, ni del máster, ni de Rafa, por no preocuparle, ya vería la manera de hacerlo más adelante.