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lunes, 30 de diciembre de 2013

Marcy (127)


Los tíos ya se encontraban en la casa y, en seguida, todos rodearon la mesa, engalanada para la ocasión con un mantel de hilo con graciosos bordados, hecho por Amelia hacía muchos años.
Habían logrado colocar al padre en un sillón y situarlo en una de las cabeceras de mesa, conectado a su botella de oxígeno a través de un fino tubo transparente. Se le veía contento, tenía un buen día.
La anfitriona trinchó con pericia en el aparador un tremendo asado, y lo colocó de manera artística en el centro de la mesa. Dieron buena cuenta de él, y terminaron con un postre de crema y unos buñuelos dulces que Amelia elaboraba sólo aquel día del año.
–¿Cómo va nuestra inversión? –preguntó en la sobremesa el dueño de la casa a Manele.
–De maravilla, suegro, de maravilla, produciendo un doce por ciento, una rentabilidad alta y segura –contestó Manele.
El tío Gerardo, a pesar de su edad, iba arreglado como un dandi, engominado y luciendo un fino bigote. Torció el gesto con expresión dubitativa.
–Cuidado, Arturo, no te confíes demasiado, hace poco me ofrecieron a mí algo parecido y resultó al final una estafa, me libré por los pelos –sonrió, astuto, levantando las cejas.
–No le hagas caso, cuñado –terció la tía Mery–. Lo que te aconseje tu yerno no puede fallar, sabe bien lo que hace.
Las dos hermanas sentían veneración por Manele, no sabían dónde ponerlo.
La suegra le había ofrecido, del asado, los bocados más exquisitos, y al finalizar la comida abrió en su honor una enorme caja de bombones, ofreciéndole a él el primero según era su costumbre.
Por poco el tío dio al traste con la agradable asamblea volviendo a sacar el controvertido asunto del dinero de Arturo; el enfermo no estaba para preocupaciones y la tía Mery pateaba a su marido por debajo de la mesa para cerrarle la boca, pero con escaso resultado, porque el otro dale que te pego poniendo mil inconvenientes a aquella clase de inversión.
No sería la primera ocasión en que la comida familiar acababa como el rosario de la aurora, tirándose unos a otros los trastos a la cabeza y sacando rencillas del pasado, mientras la anfitriona replicaba en voz baja que era la última vez que celebraba la fiesta. Después, los ánimos se terminaban calmando y a otra cosa.
Y esa vez Manele distrajo la atención, sacando el tema de los preparativos de la cena que estaba organizando, con tal maestría que, al poco, ya estaban todos escuchándole embobados, como si estuviera dictando leyes de obligado cumplimiento.


lunes, 23 de diciembre de 2013

Marcy (126)



El inicio del curso escolar, a mediados de septiembre, coincidía con la celebración de las fiestas de La Cosecha en Greda, y la ciudad se llenó, un año más, de mercadillos medievales donde se podían degustar y adquirir los frutos de la tierra más logrados, observar animales bien criados, de las mejores razas locales, y presenciar antiguos oficios, representados por gentes ataviadas con trajes tradicionales.
A los niños les encantaba el paseo por la ciudad durante aquellos días, de la mano de sus padres, y comprar, en puestos multicolores, algodón de azúcar y manzanas de caramelo. Y les encantaba asistir a la comida acostumbrada en casa de sus abuelos.
El día grande, el último de la semana de fiestas, los padres de Marcy invitaban a almorzar en un ritual que se repetía de año en año y al que acudían, además de Manele, Marcy y los pequeños, los tíos Gerardo y Mery.
La tía, hermana de la madre, era una dama mucho más sofisticada que ésta, y el tío un verdadero cascarrabias, pero Marcy les guardaba afecto desde pequeña, cuando pasaban ambas familias días de veraneo juntos. Los tíos no tenían hijos y todos los caprichos eran para la sobrina.
La madre le comunicó que ese año tendría lugar el banquete, como siempre, y que los esperaba a todos, recalcó, a todos.
Llegó el día señalado y Marcy partió, de paseo por la ciudad, con un hijo de cada mano, perfectamente endomingados como era la costumbre. Se detuvieron en un teatro de títeres, a presenciar la función, que siempre terminaba con unos buenos escobazos a la bruja, y después continuaron a pie a casa de los abuelos, comiendo unas golosinas recién compradas.
Marcy se había puesto un sencillo vestido de flores pequeñas amarillas, de manga corta, pues aún apretaba el calor, largo hasta la rodilla, y sandalias planas de cuero, y llevaba colgado de un brazo, en un capazo, un bollo dulce para Amelia, que había hecho la víspera, como mandaban los cánones.
Los tres llamaban la atención, caminando entre los rústicos que voceaban sus productos a los cuatro vientos; los dos niños, tan pulcros, y su madre que era la pura personificación de la femineidad.
Cansados ya del paseo recalaron en casa de los padres para la comida.
Cuando llamaron al timbre y Manele les abrió la puerta, Marcy se quedó atónita.
Los pequeños, alborozados, se lanzaron a abrazar al padre, y ella permaneció detrás, sin saber qué decir, sujetando el capazo con las dos manos.
–¡Hola! Así que has venido… –dijo Marcy apenas rozándole la cara con su mejilla–. No contaba contigo.
–Cómo voy a faltar, cariño. Jamás me perdería yo la invitación de tu madre –contestó él mientras Amelia, satisfecha, se acercaba pasillo adelante a abrazar a sus nietos.
–¡Ya estaba deseando veros a todos juntos! –exclamó ésta.
Manele advirtió pronto que, a causa de su trabajo, debería regresar a Brexals esa misma tarde, y que había tomado un vuelo por la mañana, ex profeso, con la única intención de cumplir con la festividad como cada año.





lunes, 16 de diciembre de 2013

Marcy (125)


La llegada de los niños, a principios de septiembre, la distrajo por completo de cualquier otra inquietud que no tuviera que ver con su cuidado. Los había echado tanto a faltar que todo el tiempo era poco para prodigarles el cariño atrasado.
Hubo que ponerse en marcha para la preparación del curso escolar y quedó absorbida por las ocupaciones de su trabajo y de sus pequeños, que quedaban con Arcadia en la guardería durante su horario de trabajo y otras veces en casa de los abuelos.
Los niños habían dicho que el padre había prometido venir a fin de mes.
El comienzo del curso representó la vuelta a una rutina que tenía ya casi olvidada.
El trabajo, la casa y los niños, salvo algún tiempo libre en la guardería o con Rafa, y vuelta a empezar.
Pero el bedel ya no le era tan imprescindible como antes.
Y se había adaptado a su nuevo trabajo a la perfección.
Enfundada en su traje oscuro, que casi se había convertido en uniforme para ella, mocasines y portafolios, con su cabello recogido, manejaba su mundo con eficacia, dentro y fuera del Trass Building, que se había convertido en su segunda casa.
Estaba contenta con su equipo y su equipo con ella. Y estaba muy agradecida a Nacho.
Llevaba ya un mes en Lank Corporate y la oficina de Nacho se había convertido en su segundo despacho, para hablar, tomar un piscolabis juntos y también para gestionar documentos a través del fax, del que carecía en su despacho.
Una mañana, tan temprano que Nacho aun no había aparecido, observó el aparato expulsando gran cantidad de hojas de papel, algunas de ellas ya en el suelo. Al recogerlas vio que procedían de Brexals y, movida por la curiosidad, echó una ojeada a su contenido antes de colocarlas sobre la mesa.
Figuraba una relación detallada de las actividades de la Duxa Limited en el último ejercicio, con fechas y cuantías de movimientos de dinero, compras, ventas, relación de altas y bajas de empleados, cuentas de pérdidas y ganancias, adquisición de propiedades y cualquier otra actividad reciente de la empresa.
Quedó extrañada de aquel hallazgo en el despacho de su amigo, pero tuvo la intuición de que a Nacho no le gustaría que ella conociera aquel informe, de manera que tomó de nuevo el taco de folios y los colocó en la bandeja de salida del fax como si nadie los hubiera tocado.
Le cruzó por la cabeza como un rayo la idea de que su amigo estuviera recibiendo información privilegiada.
Aquella tarde, sin más tardanza, llamó por teléfono al bedel para decirle lo que había visto y Rafa le dijo que si podía hacer una fotocopia, de alguna hoja por lo menos, y que la revisarían juntos. A lo largo de los días siguientes estuvo atenta, a primera hora, a la actividad del fax, hasta que volvió a aparecer otro informe y, tomando unas cuantas hojas, las copió a toda prisa y las volvió a colocar en su sitio.
Invitó a Rafa a cenar, esa misma noche, para enseñarle los papeles.
Los niños ya estaban acostados y dormidos cuando él llamó a la puerta con los nudillos, por no despertarles.
Mientras tomaban unos canapés calientes, acompañados con un excelente vino, el joven revisó el escrito como si no hubiera hecho otra cosa en su vida.
–Esto es un informe sobre las actividades de la Duxa Limited que se envía desde Brexals a la empresa de ustedes con el fin, seguramente, de aprovecharse de esas averiguaciones y hacer negocio a costa de la Duxa.
–¿Qué quieres decir Rafa? ¿Que Nacho puede ser el beneficiario de toda esa información? Por eso ha subido tan alto en la compañía… ¡No puedo creerlo de él!
–Pudiera ser, señorita, pudiera ser. Usted me había dicho que el director de la Duxa sospechaba algo así, indudablemente estos papeles lo confirman. Puede investigar el origen por el número del fax que lo envió, seguro que coincide con el fax de la Oficina Internacional de la Duxa.
Eran todavía las nueve de la noche y Marcy se percató de que aun estaban abiertas las oficinas de la Duxa en Greda, de manera que llamó a información para pedir el número de fax.
–Soy la señora de don Manuel –la telefonista la conocía a la perfección–. Necesito el número de fax de la oficina de Brexals para enviarle un documento urgente.
Cuando la empleada le dio el número, vio que coincidía cifra por cifra con el que figuraba en los papeles que tenía en la mano.
–Rafa, tienes toda la razón, viene de allí. El caso, ahora, es saber quién lo envió. Espero que Manele no tenga nada que ver.
No le agradó nada darse cuenta de que Nacho, su amigo, su mentor, podía estar involucrado en algo así, pero quizá fuera todo un error o una mala interpretación de unos papeles; una paranoia más, a fin de cuentas, propia de una novata metida en la jungla de la multinacional Lank Corporate.


lunes, 9 de diciembre de 2013

Marcy (124)


Le presentó a los compañeros, con quienes iba a colaborar en lo sucesivo, y tomó posesión de un despacho propio, bastante cercano al de Nacho.
Llamó a sus padres, loca de alegría, para darles la noticia que llevaban tantos años esperando, sobretodo su padre. Llamó a Arcadia y a sus amigas.
Comenzó en aquel mismo instante su actividad con una reunión con el equipo, para ponerse al corriente de los proyectos en curso, y para decidir cuál iba a ser su participación.
Y se sintió pletórica por haber desempolvado su título universitario y haberlo convertido en un valor real.
–Señorita, mi mayor enhorabuena para usted.
Fue a casa de Rafa aquella misma tarde para darle la noticia.
Incluso la madre de Rafa salió a saludarla y compartir la novedad al oírlos hablar tan animados.
–Esto merece que lo celebremos, ¿no? –dijo Marcy–. Usted, señora, también está invitada. Vamos los tres a cenar al restaurante, porque siempre soy yo la que vengo aquí a darle la lata, hoy se viene con nosotros.
La madre de Rafa se tomó su tiempo para arreglarse y después salieron a un restaurante próximo donde pidieron el menú especial, que era del gusto de la señora, compuesto de patatas hervidas y carne braseada. Compartieron el postre combinado los tres, que consistía en gruesos y coloridos trozos de frutas tropicales acompañados de una variedad de helados.
Casi finalizada la cena sonó el teléfono de Marcy y lo que oyó vino a empañar aquel ambiente de fiesta. Era Sonia, que le advertía de que tenía que hablar con ella cuanto antes.
–Te llamo en media hora, ¿vale? –contestó Marcy.
–Hay que irse, tengo que hacer una llamada telefónica importante –le susurró a su amigo, al oido.
En un momento pagaron la cuenta y abandonaron el restaurante con diligencia.
Cuando llegaron a casa de Rafa se metieron en la salita para llamar.
Sonia estaba nerviosa, hablando deprisa, pero Marcy la entendió a la perfección. Le dijo que de ninguna manera volviera a participar en ningún negocio con Manele, porque ella misma, a quien también había pedido su colaboración, estaba corriendo peligro hasta de ser extraditada y que no podía decirle más porque temía que el teléfono estuviera pinchado, que ya la informaría cuando volviera a Greda, que sería en fechas próximas.
Rafa había pegado la oreja al auricular para enterarse de todo.
–Puede que no tenga nada que ver lo de Sonia con lo suyo, señorita. Si hubiese algo malo ya nos habríamos enterado. Usted, ahora, a centrarse en su nuevo puesto de súper bella ejecutiva. ¡El traje le sienta extraordinario!
Ella notó que su amigo quería quitarle hierro a lo de Sonia.
Rafa puso una silla con el respaldo bloqueando la manilla de la puerta, como solía hacer para que su madre no fuera a sorprenderles, y comenzó a desvestirla con aire pícaro, prenda a prenda, hasta que quedó desnuda y él aun vestido por completo. Se sentó en el sofá y la colocó a horcajadas encima de él y comenzó a moverle las caderas con suavidad, a un ritmo pausado.

Pero ella no logró eliminar del todo la preocupación de su mente y no podía concentrarse y le pidió a su amigo dejarlo para otra ocasión.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Marcy (123)



Llevaba esperando aquella llamada de Nacho desde hacía tiempo.
No se había lanzado a pedirle trabajo, a pesar de lo necesitada que estaba, y ahora era él el que se lo ofrecía, le venía como caído del cielo. La llamó por teléfono para que se pasara por la empresa para formalizar un contrato de prueba. Todos los esfuerzos realizados durante la carrera y el máster estaban dando sus frutos, estaba exultante de alegría.
Tomó toda la documentación necesaria y, de buena mañana, se presentó en la oficina de Nacho del Trass Building, vestida con un sencillo traje sastre de corte impecable, el maquillaje mínimo para darle un buen aspecto a su cara, y su cabello recogido en una coleta; portaba un bolso tipo cartera de trabajo, donde llevaba sus papeles, y calzaba unos mocasines de tacón medio.
No podía deshacer la sonrisa de su cara cuando entró en la oficina de Nacho.
–¡Enhorabuena, compañera! –Su amigo avanzó hacia ella y le estampó un par de sonoros besos en la cara–. Oye, guapa, ¡que ha llegado tu momento!
–Estoy que me da un ataque de nervios, ¡cuánto te tengo que agradecer, Nacho! –dijo ella mirándole a la cara con franqueza.
–¡Anda, anda!, no perdamos tiempo…, nos esperan los de Relaciones Laborales, llevas todo lo necesario, ¿eh?
Acudieron a formalizar el contrato y ella estampó, por primera vez, su firma como profesional de una gran empresa como Lank Corporate. Le pareció tocar el cielo con las manos.
–Voy a presentarte al gerente, Marcy, vamos a su despacho.
Subieron a una de las plantas superiores del edificio, donde se encontraba el despacho del más alto directivo. La secretaria les anunció y les dio paso en seguida, mientras sostenía, abierta, la magnífica puerta de madera que daba paso a la estancia.
El gerente se levantó de su sillón, se acercó a ella a buen paso y le estrechó la mano con entusiasmo.
–Nacho me ha hablado mucho de ti, Marcy. ¡Bienvenida a la compañía! Pronostico que tendremos una relación larga y fructífera para todos, por lo que Nacho me dice no tengo ninguna duda.
–Haré todo lo posible por estar a la altura… Estoy tan contenta de tener esta oportunidad… Es que no me lo creo –balbució ella, agradecida.
El gerente tomó una botellita de champán del frigorífico, la abrió y llenó tres copas de plástico, brindaron por la nueva empleada y por los mejores augurios para su labor.
Nacho se haría cargo de mostrarle su nuevo puesto de trabajo y sus funciones en el Departamento de Ayuda al Desarrollo.

El sueño de su vida hecho realidad.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Marcy (122)


Había un corazón donado y su padre era compatible, su madre a duras penas fue capaz de decírselo a Marcy, al teléfono, de lo nerviosa que estaba.
Dijeron que el enfermo tenía que ingresar de urgencia en el hospital para hacerse pruebas.
Marcy echó a correr hacia el sanatorio y se encontró con la madre en la unidad de cirugía torácica. A su padre se lo habían llevado ya para hacerle los análisis.
Su madre estaba con una sonrisa de oreja a oreja.
–Desde que nos avisaron, hija, no he parado de rezar. Ese corazón le sirve, han dicho que es compatible.
Se sentaron en la sala de espera, como tantas veces, una vez más, a pasar horas de incertidumbre.
Cuando habían transcurrido cerca de tres horas, una auxiliar las avisó para que pasaran al despacho médico.
El cirujano les comunicó que, en caso de llevarse a cabo la operación, comenzaría en pocas horas.
Las dos se miraron perplejas.
–Señoras, Arturo no es el único, hay varios candidatos.
No era el momento para ponerse a dudar, para perder los ánimos. Marcy hizo como si no hubiera oído nada.
–Van a pasarle a una sala donde podrán estar con él.
Aquel no era uno de los peores días de enfermedad y, con el oxígeno puesto, Arturo se encontraba a gusto, consciente de lo que estaba pasando, de la esperanza que se abría por delante. Todas las pruebas que se le habían realizado eran favorables. No había rastro de fiebre ni de infección.
Una perita en dulce para la operación, habían dicho los especialistas.
Esperaron y esperaron en aquella sala, una a cada lado de la cama del enfermo, con los ojos fijos en la puerta, para ver cuando se abría y les comunicaban la noticia de que el corazón ya estaba allí y que iban a ponérselo a Arturo.
No se atrevían a cruzarse ni una palabra, pero Marcy soñaba con aquel corazón vivificante como si fueran a colocárselo a ella.
Y su padre volvería a tener una vida.
Pasaron horas y horas. El propio doctor las llamó desde la puerta, cuando ya estaban perdiendo la esperanza. Las pasó al despacho. Por la cara tan seria del médico se dieron cuenta de que algo no iba bien.
–Siéntense, por favor. Tengo algo malo que decirles: la operación no se llevará a cabo, la comisión ha valorado este órgano para otro paciente.
El médico se calló como esperando algo, su madre hizo ademán de hablar pero Marcy se lo impidió.
–¿Qué nos está diciendo, doctor? Esto no se puede consentir.
El médico, estoico, aguantó el chaparrón.
–No se puede hacer nada, señoras, lo lamento. La comisión consideró otro receptor.
–¡Ja, ja, ja! La comisión valora, y ustedes los médicos ponen el cazo ¿No es así señor doctor?
El galeno se mantuvo tranquilo, sin darse por aludido.
–Lo lamento mucho, es lo que hay.
Marcy estaba fuera de sí, con ganas de armar bronca, hasta le apetecía sacar los billetes que llevaba en el bolso y tirárselos a la cara al médico.
No serviría de nada.
–Vámonos de aquí, mamá.
Se levantó como una hidra y cogió del brazo a su madre, que ni había despegado los labios.
–Hija, no hay nada que hacer, no ha habido suerte.
Mejor no revolver, porque en aquel estado era capaz de una locura.
Volvieron al cuarto sin pensar lo que iban a decirle a Arturo.
–Papá, es que dicen que hay que hacer más pruebas, que hoy no te van a operar.

Y él, como tenía un día que no era de los malos, lo admitió con una deportividad que a Marcy la dejó anonada.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Marcy (121)


Quizá había cometido un gran error confiándose en un sujeto así, un tipo sin escrúpulos.
Un fulano al que la gente temía y a la vez seguía el juego, un hombre de oscuras relaciones con el stablishment, un tío con padrinos.
Y ahora, a ver las consecuencias de aquellos documentos firmados.
Fue a casa de Rafa, una vez más, con sus problemas a cuestas. Le dijo que se había atrevido a ir donde Román, a pedir explicaciones.
–­­­Señorita, usted hace todo lo mejor que puede hacerse. Pero sí, a mí también me preocupa todo esto; mayormente, si ese hombre está metido en algo malo, puede perjudicarla a usted.
Rafa le había dicho que Román fue el que trajo la perdición a Imomonde, un individuo capaz de falsificar documentos, estafar, y lo que fuera necesario para alcanzar sus metas. Esa era la impresión a la que había llegado después de hablar con gente, en la facultad, que sabía de aquel caso.
Pero al final sus relaciones habían funcionado y había salido indemne.
­­­­­­­­­­­–Rafa, a mí me parece que ahora tiene problemas con sus socios, porque me encontré con Lucas hace unos días y me pareció muy descontento.
–Ya le dije yo, señorita, que son unos buscavidas…
Rafa le había pedido a su madre unos cafés y unas pastas para compartir con Marcy y la madre lo trajo y lo dejó sobre la mesa camilla.
El bedel siguió diciendo lo que había averiguado.
–En la facultad, uno de los profesores del máster también me dijo algo que, bueno..., resulta ya algo exagerado, pero se hablaba que este Román, se rumoreó que es un Totale, o algo así, que es su grupo, que son los que se quedan con la mayor parte del dinero.
–Pero, ¿qué me estás diciendo?
–Lo que oye. Ahí hay metida mucha gente importante. Pero lo de Imomonde no se llegó a aclarar, y después ya desapareció, como si se lo hubiese tragado la tierra, no se hablaba de él. Indudablemente, deben de tener influencias a todos los niveles.
–¡Estoy tan arrepentida, Rafa! Estoy pagando por mis errores, por confiar en la gente a ciegas, en gente que no se lo merece. ¡Me estuvo bien empleado!
–Usted está haciendo todo lo que puede, señorita, no se mortifique, tome su cafetito, le hará bien.
También le contó lo sucedido con los niños, y el pánico que tuvo que pasar hasta que comprobó que estaban bien.
­–Sólo confió en ti, Rafa –dijo, tomando un sorbo del café.
–Me enorgullece enormemente eso que me dice, señorita. No lo merezco. Esperemos que todo se resuelva bien entre ustedes, fundamentalmente por los niños y, por descontado, por usted misma y por sus padres de usted también.
Y se echó una mano a la cabeza, la vista perdida en el vacío, y después apuró su café y limpió el borde de las dos tazas con una servilleta.
–Para que no queden marcas, no vaya a molestarse usted.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Marcy (120)


Al regreso de su viaje se acordó de que ni tan siquiera se le había pasado por la cabeza preguntarle a Manele por los papeles que en su día le había firmado. Pero sí recordó los documentos suscritos en casa del arquitecto y, nada más llegar a Greda, le telefoneó.
Quedaron en que ella acudiría al día siguiente al estudio.
Trabajó con Arcadia, pensativa, ensimismada, durante toda la mañana. En la propia cocina de la guardería se prepararon un bocadillo y un café y después Marcy cogió su vehículo en dirección a la casa de Román. Éste le abrió la puerta con el telemando.
Se encontró a la pareja tomando también su café de sobremesa en el sofá chester. Isabel hizo ademán de levantarse pero Román se lo impidió.
–Hay confianza –dijo él.
Isabel empezó a hacerle alguna pequeña protesta de cortesía por el tiempo que hacía que no los llamaba. A Marcy le pareció tan falsa como siempre.
–Nos tienes abandonados, amiga. Nos llama mucho más Manele que tú. Hay que ver qué detallista es. Todavía ayer por la noche nos llamó para recordarnos que pronto va a venir para celebrar la cena antes de que empiecen el curso los niños.
Las mujeres se halagaron por su aspecto la una a la otra con tanta reiteración que Román las tuvo que interrumpir.
–Y bien ¿Qué hay, Marcy? ¿En qué podemos ayudarla?
–Román, a ver… Yo hace tiempo que estoy preocupada por aquellos papeles que firmamos de solicitud de apertura de cuentas bancarias, ¿te acuerdas?
–Sí –contestó con sequedad.
–Pues es que yo no recuerdo muy bien el destino de ese dinero, porque Manele quería utilizarlo con el fin de crear empresas para perforaciones de agua en el tercer mundo y, claro, era una idea muy buena.
Se detuvo un instante y, para continuar, bajó la voz mirando al suelo.
–Tanto tú como yo estábamos muy enfadados y tengo miedo de que hayamos metido la pata y lo hayamos arruinado todo.
–Me parece intolerable por su parte, Marcy. Usted vino aquí, a mi casa, hundida en la miseria y yo le ofrecí todo mi apoyo, ¿no es cierto? Y ahora viene usted a pedirme a mí, explicaciones, ¿se cree con derecho?
El tono grandilocuente de él, con una mano sobre el pecho para subrayar sus palabras, la puso en guardia.
–No sé como se atreve, Isabel. Yo, a esta señora, le abrí las puertas de mi casa, vivió de mi dinero, fue mi invitada, y aun así ahora me reclama. No me extraña que su marido la haya dejado plantada.
–Román, yo sólo quiero saber qué demonios he firmado, sólo eso, tengo derecho, ¿no?
–Usted lo mejor que hace, Marcy, es callarse la boca, oiga, si quiere que yo también me calle, porque, si estas paredes hablaran… ¡No sé lo que dirían! No sé si alguien así está capacitada para atender a sus hijos.
Se daba bien cuenta de por dónde iba Román y tenía que reconocer que no se sentía muy orgullosa de aquellos días de descontrol a su lado. Pero cómo utilizaba aquello el tipo, le pareció repugnante.
Se quedó como paralizada. Quitando algo de tensión a sus palabras él prosiguió hablando.
–Obsérvese, usted está ahora algo indispuesta, con lo que se le ha venido encima. Piense que nosotros la seguiremos ayudando para lo que necesite, ¿okay?
El cinismo de Román la dejó helada. Él tomó a su pareja de la mano y le dio un beso en la mejilla restregándole a Marcy su recobrada, supuesta, felicidad.
Menudo par, son tal para cual”.
‑Perdonen, señoras, me gustaría continuar en su grata compañía, pero he de comenzar mi obligado trabajo de cada tarde –él miró a Isabel con fijeza.
Ella se levantó y propuso a Marcy salir a acompañarla hasta el coche. Ya en la calle las dos marcharon en paralelo, sin hablarse, hasta llegar al vehículo estacionado.
–Marcy, que te conste que tú tienes la gran suerte de tener a tus hijos, lo que pasa es que no te das cuenta.

No estaba para escuchar monsergas, así que se despidió rápido y se fue, al volante de su coche, dejando a su amiga envuelta en una nube de humo del escape.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Marcy (119)


Se encontraba aquel día, como era habitual, en la guardería, bien de mañana, cuando recibió una llamada de Manele al teléfono fijo del local.
Él le dijo que tenía el número por una tarjeta que cogió el día de la inauguración, que llevaba varios días llamando a casa y que no daba con ella.
–Tienes que venir cuanto antes, Marcy, los niños están aquí conmigo.
Se le formó tal nudo en la garganta, que apenas acertó a articular palabra.
–Pero están bien, ¿no?
–Sí, están perfectamente, pero tienes que venir.
–Esta misma tarde cojo un vuelo, díselo a los niños.
Colgó el teléfono y a toda prisa reservó el vuelo para primera hora de la tarde.
No entendía como era que los niños estaban allí.
En cuanto llegó Arcadia, le dijo que tenía que irse con urgencia y se fue a su casa a por algo de dinero y la documentación.
Cogió el coche y en pocos minutos llegó al aeropuerto de Greda. Se acercó al mostrador y el empleado le ofreció tomar un vuelo que partía en una hora y que tenía aun plazas libres. Compró un billete y acudió al bar. No tenía apetito, sólo tomó un vaso de agua y se dirigió a la puerta de embarque como si con su prisa el avión fuera a partir antes.
Hacía un calor pegajoso, pero el interior de la nave estaba frío y no había tomado ropas de abrigo. El ambiente festivo de los viajeros, realizando sus rutas veraniegas en medio de una jovial diversión le causó una impresión de falta de realidad. Permaneció quieta en su asiento, inmóvil, helada, unas dos horas eternas, en un estado de alerta angustiosa, dispuesta a salir por la puerta a la llegada en cuanto estuviera permitido.
Tomó un taxi señalando la dirección en el sobre de la correspondencia de Manele y permaneció muda, alerta como una pantera. Bastante antes de lo previsto llegó a la puerta del inmueble.
Subió en el ascensor sintiendo como su corazón galopaba acelerado dentro del pecho, tan fuerte que casi podía oírlo, llamó al timbre del apartamento de Manele y éste abrió la puerta en seguida.
–Qué bien, llegaste muy pronto, ¡pasa!
Avanzó decidida por el pasillo en dirección a las voces infantiles y se encontró en el salón a los niños jugando con un enorme mecano sobre la alfombra. Una empleada uniformada limpiaba la estancia
–¡Mami! ¡Mami! Papá nos fue a buscar al campamento. ¡Mira qué juguete más chuli!, papá dice que es para mí, pero que le deje jugar a Manu –dijo Pablo, entusiasmado–. ¿Estás contenta, mami?
–Sí, Pablete, claro que estoy contenta, si vosotros estáis contentos, mamá también.
Los pequeños se agarraron al cuello de la madre, arrodillada en la alfombra, y pronto la soltaron para volver a sus enredos.
Marcy se levantó y se dirigió al otro extremo del pasillo, donde se encontraba la cocina, Manele se fue tras ella.
–¿Qué es lo que está pasando?
–Cariño, no te enfades –respondió él–. Los echaba tanto de menos que me dio por ir a recogerlos, total, ya estaba a punto de acabar el campamento. Vamos, cariño, quédate unos días, también a ti te echo mucho de menos. Quiero a mi familia.
–Marcy, te lo suplico, ¿entiendes? –continuó él–. Olvidemos el pasado y empecemos de nuevo. Yo te quiero, eres la mujer de mi vida.
Alguna otra vez él había dicho aquellas mismas palabras, que ella recibía ahora con el más absoluto desencanto.
–Ya no podemos volver a estar juntos, yo ya no quiero –contestó ella, mirándole a los ojos.
–Estamos a tiempo de salvarlo todo, mujer, dame otra oportunidad, te lo suplico.
Él casi estaba de rodillas.
–No, ya lo tengo zanjado, y es que no.
Él la miró lleno de rabia, amenazante, parecía desesperado.
–¡Ay! Luego no digas que no te lo dije…
Se contuvo un instante y dulcificó sus palabras.
–Tú eres mi chica, Mar. ¡Lo eres todo para mí!
–Me tengo que ir o perderé el vuelo de vuelta. Dentro de quince días empiezan los niños el cole, el día anterior los quiero en casa –dijo Marcy, de manera terminante, regresando a la pieza donde jugaban los pequeños.
–Mami se tiene que volver a trabajar, peques, pero nos vemos pronto, que ya va a empezar el cole, ¿vale?
Los niños estaban tan entretenidos que apenas escucharon sus palabras.
–Queremos quedarnos aquí unos días más, ¡porfa, mami…! Lo pasamos muy bien –dijo el menor.
–Sí, cariño, claro que sí.

Y sintió un desgarro casi físico al salir del apartamento, como si en aquel salón hubiera perdido una parte de su propio cuerpo, pero se dio cuenta de que no tenía más remedio que pagar un precio, el precio de una vida propia, y que ya no había vuelta atrás.

lunes, 28 de octubre de 2013

Marcy (118)


Tenía por seguro que con el último que podía hablar era con Manele y que tendría que echar las redes por otras partes, ahora que ya había decidido llegar hasta el fondo.
Pensándolo bien, no le había extrañado tanto lo que Rafa le reveló. En realidad ella se había enterado de casi todo, pero lo dejó pasar. Llevaban poco tiempo de matrimonio y sin trabajo y con un niño pequeño, a ver a dónde iba a ir.
Ella bien se daba cuenta de que los tres socios estaban metidos en negocios extravagantes, que nada tenían que ver con su actividad en la compañía y que podría costarles su puesto de trabajo o incluso algo más.
Pero la ambición de Manele no tenía límite en aquel tiempo y no le bastaba con la línea ascendente que llevaba en la empresa, necesitaba un buen pelotazo, eso decía a veces en casa, algo que les sacara de aquella vida mediocre.
Y casi le llevó a las puertas de la cárcel.
Pero todo aquello quedó muy atrás, en el olvido, como un negocio fallido, nada más; y él continuó adelante creciendo cada día, sobre todo a los ojos del subdirector de la Duxa.
Sonia se encontraba en Greda de vacaciones, se lo había dicho a Marcy durante aquel encuentro en el parque. Sabía que la nórdica tenía alquilado un pequeño apartamento en la Milla de Oro. Consiguió su número en la compañía, la telefoneó y quedaron en un bar céntrico.
A raíz de la última conversación con ella, le pareció que la chica era buena gente.
Y aunque hubiera tenido algún lío con Manele años atrás, ahora a Marcy ya ni le importaba. Quería averiguar algo más acerca de los negocios de él, si es que ella sabía algo.
Se presentaron las dos, casi a la vez, en el bar, de buena mañana, vestidas de manera informal. La ejecutiva, que hacía mucho deporte, venía de correr por el Parque Central.
Encargaron unas bebidas y tomaron asiento en una mesita redonda. Sonia le preguntó por sus hijos antes de que entraran en materia.
–Le extrañará lo que voy a pedirle, Sonia, pero usted sabe que hace tiempo que estoy distanciada de mi marido y conozco poco de su actividad en Brexals. Quizá usted podría decirme algo, porque hace un tiempo colaboré con él en un proyecto y ahora está todo parado, ¿sabe algo usted?
–A mí, señora, me pasa algo parecido –dijo despacio, con su acento peculiar, con su voz melódica, suave–. Conozco bien lo referente a la compañía, pero sé que él tiene algún otro negocio. Puedo enterarme, si usted quiere, en cuanto regrese a Brexals.
Tuvo la impresión de que la ejecutiva se dolía también del abandono de Manele y que ahora militaban las dos en el mismo bando, el de las repudiadas.
–No tenga duda, señora, si necesita algo, yo estoy con usted, llámeme cuando quiera.
Marcy sintió una gratitud inesperada por aquella joven que había sido objeto de sus celos.
La joven quedó en comunicarse por teléfono en cuanto supiera algo y salió del bar para continuar su entrenamiento, mientras Marcy, pensativa, regresó en autobús a Mazello.
Aquella misma tarde se encontró con Lucas en la guardería, empujando la sillita de su hija. Poco atractivo, orondo y calvo, había empeorado desde el accidente de su hija, parecía más nervioso. Le dio la impresión de que quería comunicarle algo.
Cuando dejó a la niña jugando con los demás se acercó a ella.
–Marcy, nunca tuvimos mucha confianza para hablar, pero, muchacha, ¡estoy hasta las narices!
Marcy le miró, extrañada.
–A mi me basta con lo que tengo, con mi familia y mi oficina, y ahora cuidando a Laurita todo lo que puedo. No quiero más negocios para volverme rico de la noche a la mañana, estoy bien como estoy, pero no puedo con Laura. Nos hemos metido otra vez los tres y no sé cómo acabará esto.
–¿Los tres?
–Sí, Manele, Román y yo; bueno, Laura, que me ha obligado a entrar en esto, yo no estaba nada convencido. Primero que íbamos a hacer un negocio tremendo cogiendo inversiones de capitalistas y nos íbamos a forrar, de eso hace ya más de un año. Pero luego vinieron los líos de faldas y ahora ellos dos están enfrentados y a mí me tienen entre la espada y la pared, porque yo aprecio a los dos, son mis amigos.
–Han cambiado mucho las cosas, Lucas.
–Sí, ya sé que vosotros no estáis bien, ya lo sé. En fin, ya veremos lo que pasa, pero sea lo que sea no me gustaría que pienses mal de mí.
Interrumpió su confidencia y se fue a observar los juegos de su hija.

Y Marcy percibió que Lucas se quedaba con algo importante en el tintero y que estaba lejos de enterarse de todo.

lunes, 21 de octubre de 2013

Marcy (117)


Pasaba mucho tiempo con Rafa, casi todas las tardes, elaborando el material del jardín de infancia para el trabajo fin de máster. Y acabó confesando a su amigo los trámites financieros en los que se había metido con Manele y con Román. Rafa le prometió hacer averiguaciones a través de los profesores de facultad, y también sugirió a Marcy que hablara con Sonia y con García para hacerse con más información.
Tardó poco en conocer los primeros resultados de las pesquisas y no fueron nada tranquilizadores.
Rafa se acabó enterando, con todo detalle, de lo sucedido en Imomonde.
Aquello casi llegó a la categoría de estafa inmobiliaria, porque los tres socios, Manele, Román y Lucas, fueron llamados a declarar al juzgado por obtener créditos hipotecarios de manera irregular. Según había leído en la hemeroteca, llegaron a estar imputados por simular compras y ventas de viviendas y luego quedarse con el dinero de las hipotecas.
–Hasta incluso se sospechó que con parte de ese dinero compraban droga, señorita.
Marcy estaba desolada por haber desconocido el alcance de aquellos chanchullos.
Según Rafa, al final, como por arte de magia, el caso quedó archivado.
–Además, resulta que ese Román ni es arquitecto, ni nada, no tiene el título, pero es un tío espabilado y con influencias. Se dice en la facultad que ése fue el que lo salvó todo, mayormente.
Se encontraban en la casa de Rafa, en una pequeña salita guarnecida de muebles ya anticuados y un viejo televisor. El bedel hablaba bajo para que no le oyera su madre que trasteaba en la cocina. La mujer golpeó la puerta con los nudillos, entro en la sala y les dejó una bandeja con café y galletas sobre la mesa baja. Cada vez que venía Marcy, se desvivía en atenciones con ella.
Rafa le había dicho un día de aquellos que tenía la intención de pedir traslado a otra universidad por razones de salud de su madre, que padecía una enfermedad de pulmón crónica y le perjudicaba el clima de Greda. Había solicitado para varios centros del sur, a más de mil kilómetros. A Marcy no le habían caído nada bien los planes de Rafa, todavía borrosos e inciertos, y los había pasado por alto.
Una vez que se fue la señora, Rafa continuó hablando.
–Al final se dice que devolvieron el dinero a los bancos y argumentaron errores notariales para salvarse, y lo consiguieron. En esa época todos trabajaban en la Duxa y a raíz de todo aquello sólo se quedó en la empresa su esposo, perdón que se lo mencione; los otros dos se fueron, fue la exigencia que les puso la dirección.
–Bueno, pero todo eso es agua pasada –sugirió Marcy.
–Sí. Pero ahora, imprescindiblemente, hace falta saber cual es el nuevo negocio que se traen, y si está todo correcto, para que usted no se pille los dedos, que es la persona que a mí me importa, señorita.
Marcy también contó a su amigo la conversación con el director de la Duxa, la rivalidad entre ésta y Lank Corporate, y la sospecha de espionaje empresarial o algo así.
–Ya me enteraré, señorita. En los mentideros de la facultad todo se sabe, aunque sea verano. Fundamentalmente, tenemos que hacernos con toda la información, para que usted se sienta tranquila, que ya ha pasado mucho.
–Este mundo de la alta empresa, qué complicado es… –dijo ella, arqueando las cejas.
–Por descontado, señorita, por eso a mí me gusta ser bedel.
Concentrados en su trabajo, en una mesa camilla vestida con un tapete de ganchillo blanco, deslucido, pasaban horas y horas; y después charlaban, enlazados por los hombros, con los pies levantados sobre la mesa baja, viendo la televisión.
Alguna vez, como un juego, pasaban a otras intimidades, dulces, pacíficas.

Un amor sosegado y amistoso que Marcy nunca había imaginado que pudiera existir entre un hombre y una mujer.

lunes, 14 de octubre de 2013

Marcy (116)


Aquel tórrido verano estaba llegando a los paroxismos de calor del mes de agosto, cuando cerraban por vacaciones la mayoría de los negocios en Greda. La guardería, por el contrario, crecía en actividad, sumándose los hijos de los veraneantes, que acudían desde todos los puntos del país a disfrutar de la belleza de aquel paraíso natural.
Lo mejor de todo había sido dar con una persona como Arcadia, parecía que se la hubieran traído ex profeso del otro lado del charco, un regalo de la vida, como la hermana que no tuvo.
Una mañana se la encontró llorando cuando llegó a la guardería.
–Marcy, es que no sé si sabré yo explicarle…, no voy a saber.
–Pero bueno ¿qué es lo que te pasa?
-Es que doña Lau me ha dicho que no se van a arreglar mis papeles, que voy a tener que volver a mi país.
–¿Y de dónde ha sacado eso doña Lau?, dime –preguntó, recalcando el “doña”.
–Dice que no tengo los certificados en orden y que figura que vivo aquí sólo hace tres meses. ¡Y yo ya llevo tres años y tengo derecho a la residencia!
Arcadia lloraba sin parar.
–¡Claro que tienes derecho! Habrá habido un malentendido. Lo aclararemos, no te preocupes.
Marcy intentó tranquilizarla, pero la chica sacó un papel de su bolso.
–¡Vea!, ¡Vea! –dijo, angustiada.
En el documento constaba que, en efecto, sólo llevaba residiendo tres meses.
–Esto Marcy significa que, que…, que me van a expulsar en cualquier momento. ¡Y mi niñita, que la traía ya para conmigo!
Se sentó en una sillita de colores agachó su cabeza, de cabello corto y rizado, y continuó llorando sin consuelo.
–Bueno, bueno, Arcadia. Habrá alguna confusión, iremos a aclararlo a la municipalidad, de inmediato.
–Es que no me atrevo a decirlo, pero…–empezó Arcadia–, pero es que, que doña Lau lleva tiempo preguntándome por cosas de usted y de su marido, y como yo no quise decirle nada, me dijo que no me iba a arreglar los papeles, ¡y lo ha cumplido!
–Pero bueno, Arcadia, ¿tú cómo puedes creer en lo que diga esa? Ella no tiene ninguna influencia en tus papeles, te ha engañado. Y debía estarte agradecida.
–Sí, me agradece, pero se enfadó porque yo no quise hablar lo que ella quería.
Marcy consultó a través del equipo informático la documentación de Arcadia y comprobó que en el documento original constaban tres años. El papel de la joven estaba falsificado.
–Tus documentos están bien, ¡perfectos!
Aquella tarde, cuando llegó Laura con su hija a la guardería, Marcy no vaciló en esgrimir el documento en toda su cara. Lucas las había acompañado.
–¿Qué pasó aquí, Laura? Debe haber habido un error, ¿no? Lo acabo de consultar y este papel está mal.
–No será nada –dijo Laura, toda azorada–. Si tiene un error se arregla y ya está.
–Mira, si tienes algún rollo que preguntarme me lo preguntas a mí –Marcy se señaló con la mano sobre su pecho–, pero deja en paz a Arcadia que no tiene culpa de nada.
Lucas intervino tomando el papel para examinarlo.
–Esto es muy fácil modificarlo con un ordenador, pero lo que importa es el que conste en la municipalidad, ¿quién habrá podido hacerlo?
Miró fijo, serio, a su mujer.
–Tú, no andarás metida en esto…, no será cosa tuya…
A Marcy le sorprendió la severidad, nada acostumbrada, de Lucas.
Estaba claro que era Laura quien había alterado el documento.
–¡Con lo que esta muchacha vale! –continuó él, refiriéndose a Arcadia–, que no sé lo que haríamos si no fuera por ella.
Cuando se fue el matrimonio con su hija, al final de la jornada de tarde, Arcadia se acercó a Marcy apesadumbrada.
–Hay otra cosa que le tengo que decir que me da mucha, mucha vergüenza. Recién llegada robé ropa en un gran almacén y me pillaron. Soy una sinvergüenza, Marcy. ¡Me va a matar!
–Pero bueno, ¿cómo se te ocurrió hacer algo así? Te pudieron expulsar.
–Prefiero que lo sepa por mí, por si acaso doña Lau se lo dice. Ella lo sabe, lo leyó en un certificado, y usted ¡es tan buena! Quiero que se fíe de mí, esto no va a pasar más.

–Eso espero, Arcadia, eso espero.

lunes, 7 de octubre de 2013

Marcy (115)


Al poco de la conversación con el directivo de la Duxa Limited la llamó Nacho para invitarla al cine y a cenar. No se habían vuelto a ver desde que Nacho supiera la relación de su ex esposa y el directivo. Nunca había visto a Nacho tan afectado.
Pero el aspecto con el que encontró a su amigo fue bien diferente, se le veía relajado y contento y la invitó a ver una película clásica de humor que hizo las delicias de los dos. No pararon de reír todo el rato y después también, durante la cena, recordando algunos lances cómicos de la cinta. No parecía querer hablar de lo de su ex en absoluto.
Arreglados de manera informal, tomaron carne a la brasa, deliciosa, en la terraza de un restaurante del centro de Greda.
Con cautela, Marcy sacó a colación la entrevista con el directivo de la Duxa.
Observó que él se ponía a la defensiva nada más mencionarlo.
–¡Qué bueno el elemento! Y encima pone mal a la gente, cuando él es el peor de todos. Así que dice que hay espionaje empresarial ¿eh?, y que mi empresa sale beneficiada. ¡De donde habrá sacado semejante idea!
Marcy se encogió de hombros.
–Lo que le pasa es que no le va bien el negocio y echa la culpa a los demás de sus propios fallos. Oye, la información corre por todas partes, ¿eh?, salvo que nosotros, en mi compañía, sabemos emplearla mejor.
Se repantigó Nacho hacia atrás, satisfecho de su comida, y pidió café y una copa de licor para cada uno.
–Pero, dejando eso aparte, Marcy, ¿cómo te va con Manele?, no hablas nunca de ello.
Nacho jamás se había metido en su matrimonio, pero aquella vez sacó a relucir el tema.
–Nacho, ¿qué te voy a decir a ti?, después de los años nos hemos ido desencantando, los niños y otras personas te van separando y al final, cuando te quieres dar cuenta, es demasiado tarde.
Ni se le ocurrió mencionar lo de los golpes, además, ya se le antojaba aquello tan pasado, que hasta le parecía raro que alguna vez le hubiera ocurrido.
–¡Oye, Marcy! ¡Piénsatelo! A veces son baches que se pasan. Todos sabemos cómo es Manele, que te ha descuidado, demasiado centrado en su trabajo, un poco como yo. Pero podéis tener otra oportunidad.
Nacho prosiguió su perorata.
–Tampoco puedes culparlo a él de no ejercer tu carrera, eso ha sido culpa tuya.
Le llamó la atención a Marcy que Nacho interviniera como consejero en su pareja, a la vista de cómo le iba a él con la suya.
–¿La viste más gorda?, ahora resulta que mi ex no para de llamarme; que me quiere, que por el niño, que volvamos como antes…, estoy que no puedo creerlo.
–¿Qué le contestaste tú?
–Yo la escucho, por ahora, no voy a darle el sí, así a la primera. Si hace meritos…–sonrió pícaro.
Marcy no entendía el cambio de actitud de su amigo.
–Es que, oye, el niño tira mucho y yo me lo estoy pensando. Tú debías hacer lo mismo. Además no estáis separados, todavía estás a tiempo de rehacerlo todo y quitarte de problemas, tenéis dos hijos.
–¡Ni hablar, Nacho! ¡Ni hablar! –el tono alegre de Marcy se tornó áspero–. Mi decisión está tomada y es firme. No volveré con él porque no estoy enamorada, así de sencillo.
Ahora fue Nacho quién tuvo que aguantarle a ella la matraca.
–He cometido muchos errores. Como has dicho, he pasado años y años sin trabajar, escondida detrás del gran hombre triunfador y de mis hijos, ¡pero eso ya se acabó!; ahora trabajo, estudio, soy alguien por mí misma y eso no voy a perderlo para volver al pasado.
Nacho la escuchaba en silencio.
–He vivido en un callejón sin salida, pero eso se acabó, con todas las consecuencias. Trabajaré y seré madre de mis hijos, y si puedo, más adelante, me enamoraré, pero no volveré con Manele.

Oyéndose a sí misma lo que estaba diciendo se lo iba creyendo más y más. Cuando terminaron su charla notó que había transpirado tanto que su camiseta estaba mojada como si hubiera hecho un esfuerzo físico descomunal, y al levantarse para abandonar el local sintió su cuerpo tan ligero como si le hubieran brotado alas en los pies.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Marcy (114)


El director general de la Duxa Limited se encontraba sentado en su sillón detrás de una mesa negra, enorme, de superficie brillante. Su asiento, como los sillones delanteros y un sofá vecino, tapizados en cuero beige, parecían seriamente acogedores y detrás de él, a través de la enorme cristalera, se veía desde lo alto la ciudad de Greda, con las montañas al fondo, ya doradas por la sequía del verano.
–¡Adelante, Marcy! Tome asiento. Le sorprenderá que la haya llamado.
Le señaló el sofá y él acercó uno de los sillones para sentarse próximo a ella.
En efecto, era la primera vez que tenía contacto directo con el jefe supremo de su marido, hasta entonces apenas lo había tratado por encima, en las cenas de empresa.
–Encantada, tiene usted un despacho muy bonito.
Iba vestida con ropa informal, pantalón tejano y camiseta blanca, sencilla, con el nombre de su negocio en letras de colores, la pequeña americana negra que se había puesto encima y los mocasines negros daban algo de contrapunto formal, pero nada que ver con la perfección del traje de él, cuyo tejido no ofrecía dudas acerca de su excelente calidad, completado con zapatos y cinturón de marca de lujo y una corbata de colores llamativos, muy del gusto de aquella clase de alto ejecutivo.
La inquietó la penetrante mirada de ojos verdes del directivo.
–Voy a serle sincero, Marcy. El motivo de llamarla es preguntarle por las actividades de su marido en Brexals. Dirá usted que yo, siendo su jefe superior, debería saberlo, y así es. Sólo que me gustaría que usted me dijera todo lo que sepa.
Ella no acababa de comprender lo que el directivo le solicitaba.
–Hay alguna persona que nos está perjudicando. Sé que no se trata de su marido, pero si usted se entera de algo podría ayudarnos mucho.
–Lo siento, perdóneme, pero yo no tengo ninguna información que pueda servirle. Mi marido no suele hablar nada de su trabajo conmigo. Además viene muy poco a visitarnos, está muy ocupado.
Marcy se cuidó mucho de no explicarle nada acerca del proyecto de Manele, algo, al fin y al cabo, al margen de su trabajo en la compañía. “Mejor no digo nada, no sea que meta la pata”.
–Voy a decirle más. Sé que usted es una persona discreta y cuento con ello. Hay gente que maneja en el extranjero información privilegiada de nuestra compañía. Es seguro que tenemos a alguien de dentro pasando información y nos está perjudicando mucho a todos. Nuestra rentabilidad peligra si la competencia conoce nuestros movimientos, y eso es lo que está sucediendo. Todavía no sabemos quién es el culpable de esto, pero lo va a pagar.
Marcy observó que el directivo, aunque preocupado, gestionaba la crisis de su empresa con el rigor y la seguridad propia de quien está acostumbrado a los negocios de alto riesgo.
–Le diré más todavía –continuó él–. Tengo fundadas sospechas de nuestra Unidad Internacional, de manera que si usted conociera alguna cosa que pueda ayudar a la Duxa, ya sabe, todos estamos en el mismo barco.
A ella le surgió, de pronto, la idea de aprovechar la oportunidad que se le ofrecía.
–Verá, señor director, aprovecho para pedirle…, me da mucha vergüenza, pero verá…Si más adelante tuviera una posibilidad de trabajo en la compañía… Soy licenciada en Empresa, estoy haciendo un máster y prácticas en Lank Corporate.
El director frunció el ceño.
–Esa es precisamente la empresa que se beneficia a nuestra costa, o al menos una de ellas. Está prosperando en base a nuestro esfuerzo.
Marcy se quedó un poco cohibida al oírle.
–¡Ah! No sabía nada. Lo lamento. Nunca pensé que el mundo de la empresa fuera tan enrevesado.
–Ni se lo imagina, Marcy. Hay muchos piratas queriendo llevárselo sin esfuerzo. En fin, veremos si más adelante hubiera un hueco para usted. Ya sabe, si se entera de algo nos vendría muy bien saberlo.
Se levantó componiendo con esmero su traje y le tendió la mano a Marcy para decirle adiós.
No le extrañó que la esposa de Nacho hubiera caído seducida por el director de la Duxa, todo un elegante, portador de una mirada hipnótica, atractivo como pocos, y subido al poder en lo más alto. “Hay mujeres a las que les subyuga este tipo de hombre”.

Cuando unas horas más tarde llamó por teléfono a Nacho explicándole lo sucedido, notó que éste le contestaba con evasivas. Se despidió de ella con un enigmático: “Ya hablaremos tú y yo, Marcy, ya hablaremos”.