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lunes, 29 de julio de 2013

Marcy (105)


Llegaron a Mazello al día siguiente y se encontraron solos en su casa ya que los niños iban a permanecer también ese día con los abuelos.
En la vivienda, dentro del armario de la habitación de matrimonio, él encontró cerrado con llave el cajetín de la documentación y le pidió a ella que lo abriera para consultar unos papeles. Ella dijo que había perdido aquella llave y no era posible abrir el cajetín, de manera que él, con la determinación que le caracterizaba, cogió un destornillador y forzó la cerradura con la mayor facilidad.
Marcy estaba aterrada porque había ocultado allí el teléfono móvil y sabía que Manele pondría el grito en el cielo si lo encontraba.
–Dame ahora mismo la clave de este teléfono. ¡Pero ya!
Ella musitó los números sin resistencia.
–Bien, veamos lo que ocultas.
Revisó la lista de llamadas hechas y recibidas.
–¡Ay!, Así que mi mujer continúa con el tal Rafa. Estaba intentando olvidarme de tus tonterías, pero ahora te pasaste de la raya.
Iba encolerizándose cada vez más y Marcy se temió lo peor.
–Y haciéndote la dura conmigo ¡Lo que faltaba! ¿Qué pasa, que ese cabrito te lo hace mejor que yo? ¡Se va a enterar ese mamón!
Pensó para sí misma que una de aquellas iba a ser la última, la definitiva.
Manele pareció calmarse y prosiguió hablando con determinación.
–Vas a llamar a ese Rafa porque lo vamos a visitar.
Ella se dio cuenta de que no había escapatoria. Anunció por teléfono al chico que, si no tenía inconveniente, iba a pasar a verlo por la tarde; al otro lado del teléfono, el bedel contestó que no había problema.
La sujetó por el brazo, salieron al momento del piso y bajaron al garaje. Manele abrió la portezuela derecha de su vehículo y la arrojó al asiento, cerró dando un sonoro portazo y se colocó tras el volante. Después de un acelerón y un chirriar de ruedas el coche salió del garaje y, en diez minutos, llegó a la puerta de la casa de Rafa.
Marcy había ido pocas veces a visitarlo a su domicilio y le costó encontrar el timbre en el portero automático, se sentía aturdida, bloqueada.
Subieron y llamaron a la puerta y, cuando Rafa abrió, Marcy pudo ver su cara de terror disimulada bajo una apariencia de naturalidad.
–No la esperaba tan pronto, señorita.
Manele se quedó plantado, echando la cabeza hacia atrás y mirando al chaval echando fuego por los ojos.
–¡Ay, Rafita…! Así que sigues liado con mi mujer. ¿Te dio permiso el decano? Te voy a dar unas leches que te voy a desfigurar...
Le endosó un puñetazo en toda la cara cayendo el bedel hacia atrás sin ofrecer defensa alguna, Manele se agachó sobre él y sujetándole por la pechera le propinó una andanada de bofetadas hasta que, viendo que el otro no presentaba resistencia, le soltó y se levantó, dándose la vuelta hacia la puerta, todavía abierta.
–No merece la pena hacerme daño en la mano por este mequetrefe -masajeó su mano derecha, dolorido.
Lanzó una terrible mirada a Marcy.
–Esta vez sí que te vas a enterar, ¡fíjate lo que te digo!
A los pocos segundos se oyó desde el piso el estrépito del coche de Manele arrancando y saliendo a toda velocidad.
Marcy se lanzó gimiendo sobre el cuerpo de su amigo, cogió atropelladamente un pañuelo de su bolso para contener la sangre que manaba de su nariz.
–¡Querido! ¡Querido! Perdóname… ¡Todo ha sido por mi culpa!
–No se preocupe, señorita, que no pasa nada. Voy al cuarto de baño a lavarme la cara con agua fría, confío en que no tenga ningún hueso roto.
Le ayudó a levantarse y después de haberse él lavado y secado la cara con el máximo cuidado, le colocó ella una bolsa con hielo sobre las magulladuras. Pasado un rato él se sintió mucho mejor y sólo su cara colorada delataba lo ocurrido, su semblante estaba tan sereno como siempre. No le dirigió ningún reproche a Marcy por lo ocurrido, todo lo contrario.
–Señorita, ya me imagino por lo que usted ha debido de pasar, ¡ahora lo entiendo!
Una vez hubo ella comprobado que Rafa quedaba en buen estado tomó un taxi a toda prisa hacia casa de sus padres para recoger a los niños, por lo que pudiera pasar. Cuando llegó los pequeños ya no estaban.
–Ya vino Manele a recogerlos, hija –le anunció su madre.
Presa del pánico tomó un teléfono llamándole al móvil, le contestó uno de los niños, el cual le dijo que estaban muy bien y que iban de viaje para visitar a los abuelos a La Vitia.
“No será capaz de hacer daño a los niños, tengo que tranquilizarme”.

A lo largo de aquella semana llamó a diario y comprobó que todo guardaba una apariencia de normalidad y que los pequeños disfrutaban de la visita a los abuelos y de la compañía de su padre en la propiedad vinícola.

lunes, 22 de julio de 2013

Marcy (104)

Manele no tardó en proponerle un fin de semana romántico, sólo para dos.
–Os vendrá de perlas, hija –dijo Amelia–. Las parejitas necesitáis de vez en cuando hacer una escapada. Nosotros nos quedamos con los niños, ¡todo sea por la causa!
Su madre fingía a veces hartura de los pequeños, del trabajo que le daban, pero en realidad estaba sedienta de nietos.
En el umbral de su casa, la despidió Amelia, tan contenta, con un niño a cada lado.
Marcy sugirió a su marido acudir a las playas más cercanas donde tomaron un apartamento con vistas al mar y salida directa a la arena, dotado de todas las comodidades, entre ellas un buen equipo de aire acondicionado con una salida de aire sobre la cama matrimonial.
Recordó que Isabel siempre decía que el aire acondicionado era lo único imprescindible para salvar un matrimonio en verano. Lo mismo tenía razón.
Un lugar para estar en bañador de la mañana a la noche y curtirse la piel bajo el sol sin pensar en nada más.
Desde pequeña era lo que más le gustaba a Marcy de este mundo, cuando llegaba el estío con las reglamentarias vacaciones del padre, tomaban una casita en la playa, siempre la misma y podía pasarse todo el día a su manera, paseando en bici, bañándose en el mar y jugando con sus amiguitos, creciendo con ellos de año en año.
Aquellas estancias en la playa servían de bálsamo para la angustia que le tocaba pasar junto a su madre cuando Arturo perdía los nervios. La brisa del mar acababa el primer día con cualquier rastro de mal.
En cuanto llegaron al apartamento se cambiaron la ropa por el bañador y se tumbaron en la arena uno al lado del otro compartiendo toalla. Sintió por unos momentos una nueva luna de miel al lado de Manele, como entonces.
Él, absolutamente seductor, no había perdido su excelente forma, su cuerpo tenía aún una línea adolescente, pero con la fuerza de la madurez otorgándole un refinamiento que a ella le pareció irresistible. Sus modales habían cambiado mucho. La cortejaba de seguido, como antaño; y a base de arrumacos y tiernas miradas ella quedó, como en otros tiempos, rendida ante a él.
Ya oscurecido subieron al apartamento después de tomar la cena ligera en el bar de la playa, apenas tapados con un pareo.
El sirvió dos copas de licor y puso una música chill out, después se sentaron en los dos cómodos sillones de mimbre de la terraza exterior a contemplar el bello paisaje del horizonte dibujado por el mar. Tomó un cigarrillo y extrajo del bolsillo de su albornoz una bolsita pequeña. Ella reconoció el contenido.
–¿Qué?, ¿te apetece? –le dijo, divertido.
–No, cariño puede hacerme daño, estoy tomando medicinas, gracias.
Él consumió lo suyo, se acomodó al lado de ella, y le pasó un brazo sobre los hombros estrechándola contra sí.
–Tenemos que volver a ser los de antes, Mar, yo lo quiero –le dijo, mientras la miraba con fuerza a los ojos en medio de la noche, que ya había sobrevenido, punteada por las luces titilantes del pueblo costero.
Hacía mucho tiempo que no la nombraba por su apodo preferido.
El monótono ruido del oleaje que batía sin cesar y el olor a salitre la embriagaron y se dejó abrazar de la manera sistemática como Manele solía hacer. Con la perfección del conocedor, recorrió el cuerpo de ella recalentado por la radiación solar y apenas cubierto por el escueto bikini, y ella le respondió con cautela de animal herido. El amor físico entre ellos duró pocos minutos, predecible, rutinario, con escaso preparativo, y ella se dio cuenta de que apenas sintió nada con él ni por él. Algo se había quebrado y no había manera de recomponerlo.
La noche anterior a la vuelta a Mazello él mandó preparar una cena para dos, en la habitación, a la luz de las velas. Se habían bañado juntos en la gran bañera de hidromasaje, se habían perfumado y ataviado con sencillez; él lucía un aspecto radiante, sensacional.
Antes de salir para aquel fin de semana él había llamado a sus antiguos socios de Imomonde para organizar el banquete justo como despedida de las vacaciones, antes de su retorno a Brexals. Se ocupó de repetir las llamadas, ya sentados a la mesa, para obtener la confirmación de los invitados.
–Marcy, he estado pensando dejar el destino en Brexals y volver a casa contigo y con los niños, como antes. Volver a mi trabajo en Greda. Voy decirlo a la gente en esa cena.

Marcy estaba comprobando que en esta ocasión él estaba echando el resto para reconquistarla. Debía de verse bien desesperado. Pero ella no dio a demostrar su pensamiento y nada le contestó, cosa que a él pareció no importarle.

lunes, 15 de julio de 2013

Marcy (103)


Marcy no sabía a ciencia cierta en qué términos estaba la situación cuando Manele anunció su llegada para pasar el resto de las vacaciones en Mazello.
El regreso de su esposo ocurrió como si nada hubiera pasado. Apareció tranquilo y encantador, complaciente con ella y con los niños. Nada dejaba traslucir que estuviera atravesando ninguna crisis personal y retomó la convivencia en el hogar con una pasmosa naturalidad.
Marcy estaba desconcertada, sin saber a qué atenerse, hacía muchos años que él no se portaba con semejante delicadeza hacia ella y su comportamiento la empezó a hacer dudar de sí misma.
Le vio disfrutar de nuevo jugando con sus hijos, saliendo todos juntos al parque o a tomar una pizza, cenando los dos a solas hablando de todo en general y de nada en particular, como les gustaba hacerlo cuando eran felices.
A Marcy ya no importó sentirse de nuevo débil, necesitada de él y le comenzó a pedir seguridad en el amor, aquello que se había prometido a sí misma mil veces que no volvería a pedirle nunca.
Y él le decía lo que ella quería oír. Y cada cena se convirtió en una nueva promesa de amor y fidelidad por parte de él, como le había hecho tantas veces, y ella creyendo y creyendo.
–Haces demasiado caso a las habladurías.
Ella lo reconocía.
–Uno, ya sabes, si se le pone una lagarta por delante, ¿qué puede hacer?
Ella le disculpaba.
–Del amor al odio sólo hay un paso.
Ella creía en el refranero.
–Quien bien te quiere te hará llorar.
Y ella creía en él. Volvió a creer.
Le veía encantado y encantador, rodeado de los suyos, afectuoso con los suegros, involucrado en una empresa solidaria. Su madre llevaba razón.
Quizá, en efecto, hacía demasiado caso a las habladurías y tenía un príncipe a su lado sin darse cuenta. Terminó dudando de sí misma.
Manele ya se había olvidado de Isabel y de las demás, había recapacitado.
Y ella decidió dejar de lado a Rafa, por temor a los celos de su marido y escondió, bajo llave y apagado, su teléfono móvil y su portátil.

Atisbó una nueva oportunidad de recomponer su familia. Tomó el anillo que había quedado guardado en el chifonier de la entrada y se lo puso.

lunes, 8 de julio de 2013

Marcy (102)


La noticia del accidente de la hija mayor de Laura corrió como la pólvora.
Arcadia, que acudía casi a diario al Centro Social, se enteró allí y se lo dijo a Marcy. La niña estaba internada en el Hospital Infantil, ya fuera de peligro, pero había tenido unas lesiones en las piernas tan graves que corría riesgo incluso de amputación.
Hacía poco que había sucedido el atropello y los médicos dijeron a la familia que llevaría años la recuperación. No podría andar en mucho tiempo, eso si es que podía volver a hacerlo alguna vez.
La niña, corriendo al salir de clase, había sido arrollada por un coche en un paso de cebra.
Nada más ver entrar por la puerta, Laura se lanzó a sus brazos deshecha en llanto.
–Saldrá adelante, Lau, ya verás que saldrá adelante, Laurita es muy fuerte –acertó a decirle, mientras Laura se apartó de ella con cierta brusquedad.
–Eso ya lo veremos.
Laura miró a su esposo con unos ojos que habrían matado si pudieran.
–Esto sí que no te lo perdono en la vida, Lucas, jamás te lo perdonaré ¡Jamás!
El padre había sido el encargado de recoger a las niñas en el colegio y se decía que se había distraído hablando por el móvil.
Él tenía cogida la mano de su hija y se mantuvo en silencio.
–Ahora a trincar como un cabrón para tu hija, que falta le va a hacer –continuó Laura, desatada.
Marcy no sabía a qué se estaba refiriendo con lo de trincar.
Entretanto Arcadia, que había acudido con Marcy a ver a la niña, permanecía en un segundo plano.
–Señores, cuando ustedes quieran y la niña pueda, la llevan a la escuela infantil, yo le haré terapia. Por todo lo que usted me ayudó, doña Lau.
La extranjera se había acostumbrado a juntar el apodo con el doña, y Marcy no había sido capaz de quitarle aquel tic.
La sencillez de la joven desarmó a Laura. Quedó parada delante de ellas con los brazos caídos, dando la espalda a su marido.
–Yo, yo…, yo no siempre me he portado bien –dijo con la cara desencajada de dolor.
–Cállate Lau, qué cosas dices –le replicó Marcy.
Dejaron al matrimonio con la pequeña, abandonando el Hospital justo en el momento en que llegaban Román e Isabel.
Por lo visto la rubia ya le había convencido para reanudar la relación. “Qué débil eres, qué fácil de manejar”. Y tuvo conciencia de que los hombres, todos, eran mucho más débiles de lo que aparentaban.

Marcy tomó del brazo a Arcadia y los esquivó escondiéndose entra la multitud que circulaba por el hall del hospital.

lunes, 1 de julio de 2013

Marcy (101)


Se presentó a visitar a sus padres haciendo de tripas corazón.
Y es que le costaba ver a su padre tan enfermo y tenía ganas de reñir a su madre por entrometida, por haber avisado a Manele de la inauguración de la guardería, y sabía que no debía hacerlo.
“Corazón insuficiente crónico”, eso dijo su madre que había dicho el médico que le había visitado en casa, con pocos visos de recuperación, que no había nada más que hacer.
Pero sabía que su padre disfrutaba con los progresos de ella y que sería capaz, una vez más, de atender a las peroratas de su madre con resignación.
Al abrirle la puerta ya notó que Amelia le sonreía con picardía por su travesura, pero Marcy se hizo la desentendida y fue derecha a la habitación de su padre.
Pasó delante de la vitrina de donde había sustraído la estatuilla y le sobrevino una punzada de remordimiento. Con el primer dinero que ganase rescataría aquella pieza y la restituiría a su lugar. Parecía que no se habían dado cuenta de nada.
Qué vergüenza, qué decepción para sus padres si supieran las tonterías que había cometido.
Entró en el cuarto, que olía a alcohol y a medicinas, y vio que Arturo estaba despierto y que se alegró de verla. La ametralló a preguntas sobre la guardería.
Pero Marcy tenía metido en la cabeza que su padre le había contado, hacía un tiempo, que había invertido con Manele.
Se lanzó a preguntarle.
–Papá, creo que me habías dicho que habías invertido con Manele, ¿no?, enséñame los papeles a ver qué valores habéis comprado.
–Compró en Inc Corporate o algo así, ¿no lo sabes tú? Los papeles los tendrá él, que es el entendido. Yo con tener mi pensión me basta y me sobra.
Ella quiso saber la cuantía.
–Los ahorros de toda una vida, mi niña. Me prometió que subirían como la espuma.
Tuvo un mal presagio.
Tenía que preguntarle a Manele cuando regresara.
La madre estaba detrás escuchando y no perdió la ocasión.
–Lo que Manele haga, bien hecho está.
Marcy giró en redondo y de buena gana se hubiera enzarzado a discutir con ella.
Pero se mantuvo callada, haciendo como que revisaba una hilera de medicinas colocadas en una estantería. La madre siguió erre que erre.
–No te figuras, Arturo, con qué ilusión la fue a ver el día de la inauguración de la guardería.
Marcy siguió haciéndose la loca, mirando los botes de pastillas.
La madre continuó hablando excelencias de su yerno, mientras Marcy divagaba en sus pensamientos.
Ya no daría ni un paso atrás.
Y si Manele volvía con la intención de recomenzar le diría que no, que demasiado tarde, como mucho seguiría colaborando con el proyecto de los pozos de agua, eso sí, pero nada más. Volver a confiar en él, de eso nada.
Si necesitaba ahora un paño de lágrimas, después de la traición de Isabel, que volviera con Sonia. O que se fuera con la vinatera de la finca vecina a la de sus padres, que siempre había querido cazarle, con su aire lánguido de chica de pueblo inocente. No soportaba a aquella mosquita muerta de cutis de porcelana y cabello negro recto por encima de los hombros que gastaba raya egipcia en los ojos, como una actriz de cine barato. O que se recogiera en las faldas de su madre.
Le dolió recordar a todas las mujeres de Manele.

Miró a su madre y le pareció que Amelia era una de ellas, una de sus competidoras, y se fue echando pestes por dentro a la cocina a hacerse una manzanilla. Tenía el estómago revuelto.