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lunes, 30 de septiembre de 2013

Marcy (114)


El director general de la Duxa Limited se encontraba sentado en su sillón detrás de una mesa negra, enorme, de superficie brillante. Su asiento, como los sillones delanteros y un sofá vecino, tapizados en cuero beige, parecían seriamente acogedores y detrás de él, a través de la enorme cristalera, se veía desde lo alto la ciudad de Greda, con las montañas al fondo, ya doradas por la sequía del verano.
–¡Adelante, Marcy! Tome asiento. Le sorprenderá que la haya llamado.
Le señaló el sofá y él acercó uno de los sillones para sentarse próximo a ella.
En efecto, era la primera vez que tenía contacto directo con el jefe supremo de su marido, hasta entonces apenas lo había tratado por encima, en las cenas de empresa.
–Encantada, tiene usted un despacho muy bonito.
Iba vestida con ropa informal, pantalón tejano y camiseta blanca, sencilla, con el nombre de su negocio en letras de colores, la pequeña americana negra que se había puesto encima y los mocasines negros daban algo de contrapunto formal, pero nada que ver con la perfección del traje de él, cuyo tejido no ofrecía dudas acerca de su excelente calidad, completado con zapatos y cinturón de marca de lujo y una corbata de colores llamativos, muy del gusto de aquella clase de alto ejecutivo.
La inquietó la penetrante mirada de ojos verdes del directivo.
–Voy a serle sincero, Marcy. El motivo de llamarla es preguntarle por las actividades de su marido en Brexals. Dirá usted que yo, siendo su jefe superior, debería saberlo, y así es. Sólo que me gustaría que usted me dijera todo lo que sepa.
Ella no acababa de comprender lo que el directivo le solicitaba.
–Hay alguna persona que nos está perjudicando. Sé que no se trata de su marido, pero si usted se entera de algo podría ayudarnos mucho.
–Lo siento, perdóneme, pero yo no tengo ninguna información que pueda servirle. Mi marido no suele hablar nada de su trabajo conmigo. Además viene muy poco a visitarnos, está muy ocupado.
Marcy se cuidó mucho de no explicarle nada acerca del proyecto de Manele, algo, al fin y al cabo, al margen de su trabajo en la compañía. “Mejor no digo nada, no sea que meta la pata”.
–Voy a decirle más. Sé que usted es una persona discreta y cuento con ello. Hay gente que maneja en el extranjero información privilegiada de nuestra compañía. Es seguro que tenemos a alguien de dentro pasando información y nos está perjudicando mucho a todos. Nuestra rentabilidad peligra si la competencia conoce nuestros movimientos, y eso es lo que está sucediendo. Todavía no sabemos quién es el culpable de esto, pero lo va a pagar.
Marcy observó que el directivo, aunque preocupado, gestionaba la crisis de su empresa con el rigor y la seguridad propia de quien está acostumbrado a los negocios de alto riesgo.
–Le diré más todavía –continuó él–. Tengo fundadas sospechas de nuestra Unidad Internacional, de manera que si usted conociera alguna cosa que pueda ayudar a la Duxa, ya sabe, todos estamos en el mismo barco.
A ella le surgió, de pronto, la idea de aprovechar la oportunidad que se le ofrecía.
–Verá, señor director, aprovecho para pedirle…, me da mucha vergüenza, pero verá…Si más adelante tuviera una posibilidad de trabajo en la compañía… Soy licenciada en Empresa, estoy haciendo un máster y prácticas en Lank Corporate.
El director frunció el ceño.
–Esa es precisamente la empresa que se beneficia a nuestra costa, o al menos una de ellas. Está prosperando en base a nuestro esfuerzo.
Marcy se quedó un poco cohibida al oírle.
–¡Ah! No sabía nada. Lo lamento. Nunca pensé que el mundo de la empresa fuera tan enrevesado.
–Ni se lo imagina, Marcy. Hay muchos piratas queriendo llevárselo sin esfuerzo. En fin, veremos si más adelante hubiera un hueco para usted. Ya sabe, si se entera de algo nos vendría muy bien saberlo.
Se levantó componiendo con esmero su traje y le tendió la mano a Marcy para decirle adiós.
No le extrañó que la esposa de Nacho hubiera caído seducida por el director de la Duxa, todo un elegante, portador de una mirada hipnótica, atractivo como pocos, y subido al poder en lo más alto. “Hay mujeres a las que les subyuga este tipo de hombre”.

Cuando unas horas más tarde llamó por teléfono a Nacho explicándole lo sucedido, notó que éste le contestaba con evasivas. Se despidió de ella con un enigmático: “Ya hablaremos tú y yo, Marcy, ya hablaremos”.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Marcy (113)




Trasplante de corazón, casi nada. Un asunto de tal clase que jamás pensó que fuera a tocarle tan de cerca.
Hasta entonces, cuando había oído algo por la tele, se lo figuraba casi de ciencia ficción.
Tenía que consultar con el médico, al margen de su madre, y pedirle explicaciones.
Pidió una cita urgente y fue a hablar con él. Temía que el doctor fuera a despacharla con frases de complacencia y ella no supiera reaccionar.
El doctor la esperaba y la miró, serio, desde su plaza detrás de la mesa, por encima de las gafas. Le indicó sentarse en una de las dos sillas.
–Usted dirá –dijo mientras extraía la historia clínica correspondiente, de una carpeta.
Marcy se sentía tan nerviosa que se quedó sin voz.
–Tranquila, ya sé lo que quiere usted, información sobre el trasplante cardiaco, ¿no es así?
Ya se había dicho la terrible palabra. Asintió con la cabeza procurando dominarse.
–Sé que es duro para ustedes, lo sé. Además el caso de su padre es limítrofe. Tiene sesenta y cinco años, demasiado viejo para una cirugía tan agresiva, y demasiado joven para morir.
Ya había dicho la otra palabra. Casi lo prefería.
Había que echarse el miedo a la espalda. Si la guerra era a muerte, que fuera a muerte.
–Hábleme con franqueza, doctor, quiero saberlo todo.
–Él cumple todos los criterios; la edad, por los pelos, pero también la cumple. Si dan su permiso le ponemos en lista de espera. Puede hablar con su madre y me dan la contestación.
–¿Qué probabilidades tiene de salir vivo, doctor? Dígamelo.
–Cincuenta por ciento.
–¿Y si no se trasplanta?
–No sobrevivirá más de un año.
El médico le mostró un modelo anatómico, parecido a un juguete que tuvo cuando era niña, sólo que de mucho mayor tamaño, y le explicó la técnica de la operación. También le advirtió que, aún en caso de éxito, los tratamientos serían complejos.
–Por lo que usted dice no hay otra opción. Nosotros diremos que sí, cuente con ello.
–Piénsenlo. Los pros y los contras.
Aquel médico era tan equilibrado, tan ecuánime, que la exasperaba.
–A ver, doctor… ¿Qué haría usted en este caso si fuera usted el enfermo?
–Yo no puedo contestarle a esa pregunta.
Marcy se doblegó, no iba a sacar nada en claro.
El corazón de plástico estaba sobre la mesa y Marcy lo cogió y lo examinó, luego lo colocó en el hueco del modelo anatómico y se determinó a marchar.
–Gracias. Mañana le diremos algo.
–Sin prisa. Ustedes, sin prisa.
Al día siguiente, sin más demora, dieron al galeno la solicitud, por escrito y firmada, para que Arturo entrara en la lista para el trasplante.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Marcy (112)

Tenía que ir a ver a su padre enfermo, lo sabía, pero entrar en la vivienda, casi convertida en un hospitalillo, abarrotada de medicinas, y verle enganchado a la botella de oxígeno, le daba pánico. Estaba tan consumido que apenas abultaba su cuerpo sobre la cama.
Los médicos se habían pronunciado, la única alternativa era el trasplante. De buena gana ella misma, en un arranque de valor, le hubiera abierto el pecho con un cuchillo de la cocina y le hubiera cambiado su pobre corazón por otro nuevo, que hubiera ido a buscar al fin del mundo.
Pero la vida se le escapaba y él ya no podía luchar contra aquello.
Se percibía el olor de la muerte.
Marcy se daba cuenta de todo con amargura, pero nada se podía hacer salvo aliviar en lo posible los sufrimientos que padecía.
Amelia, además, estaba preocupada por el matrimonio de su hija después de la precipitada marcha de sus nietos.
–¿Qué ocurre hija? ¿Pasa algo malo entre vosotros? ¿Y los niños?
–Nada mamá, ya sabes, peleas de pareja, sin importancia.
Pareja sin importancia, eso sí que era verdad.
Su madre ya tenía bastante para ella y no quería angustiarla más con sus problemas.
–Mamá, todo va bien, tengo la empresita con Arcadia, estoy haciendo el master, tengo amigos, los niños están bien y os tengo a vosotros, ¿qué más se puede pedir, mami?
Continuó fingiendo una felicidad que no sentía.
–Estoy en lo mejor, con cuarenta años, ¡dicen que es cuando la vida empieza de verdad! Lo único que quiero, más que nada en el mundo, es que papá no sufra, eso es lo importante, mami.
–No sé, hija, acuérdate de que un marido a tu lado vale mucho –remachó Amelia.
En un momento en que su madre estaba sentada al lado de la cama del enfermo, en el sillón que siempre ocupaba para hacerle compañía, Marcy sacó con sigilo la estatuilla de su bolso y la restituyó a su lugar original. A pesar del cuidado que puso, no pudo evitar que varios objetos se derrumbaran como un castillo de naipes, y el estrépito atrajo a su madre al quicio de la puerta del salón, desde donde lanzó a su hija una mirada fija, acusadora.
–Estaba mirando unas fotografías…
Odiaba más que nada en el mundo la censura de su madre. Pero Amelia se limitó a preguntarle de nuevo por los niños.
–Como todos los veranos, están en el campamento, puedes llamarlos allí si quieres.
–Sí, hija, lo haré. Y tú, ¿a que estás actuando bien? No me gustaría que te metieras en líos por culpa de esa manía de trabajar. Estabas muy bien en tu casa con tu marido y tus hijos.
–¡Mami, venga ya! Eso es cosa de otros tiempos, ahora tengo que aprovechar la carrera que vosotros me habéis dado con tanto esfuerzo.
La madre lo aceptó a regañadientes.

Cuando se despidieron, Marcy quedó con la impresión de que los miedos de la madre y los suyos propios se parecían bastante.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Marcy (111)


–Marcy, ¿sabes que nos llamó Manele para montar una cena como aquellas de antes? –le dijo Laura, en la guardería, mientras esperaba que su hija hiciera sus ejercicios–. Está pensando en el bar de Pancho. Por mí genial, ahora que las cosas parece que vuelven a su cauce…
Se estaba refiriendo a la reconciliación entre Isabel y Román.
–También puede haber una nueva oportunidad para vosotros, mujer. Las parejas pasamos rachas muy malas, pero si hay amor todo vuelve a resurgir, ocurre muchas veces. La chispa se enciende otra vez si los dos quieren.
Ya no era la primera vez que Laura le daba el tostón con lo mismo. Y eso que sabía que Marcy no iba a hacer ningún caso.
Según le contó, Lucas estaba emocionado con la celebración, por completo informal, sólo en calidad de amigos, nada que ver con negocios.
Marcy aprovechó para echarle el anzuelo, por si soltaba algo.
–Pues le oí decir a Lucas en la fiesta de Román que ellos han vuelto a sus negocios. A ver si sale todo bien esta vez… Lo llevan con mucha prudencia, ¿no?
–Ya sabes cómo es ese mundo, Marcy, si la cosa se airea sale mal, y más teniendo en cuenta los problemas que tuvieron. Román, que es el que dirige, está mucho mejor. El que me preocupa es Manele.
–¿Preocuparte a ti?
–Sí, dice Lucas que si Manele se pone nervioso puede dar al traste con todo, y sería una pena; por eso si os reconciliáis y todo vuelve a ser como antes…, pues mucho mejor para el negocio. Por favor, hazme caso.
Frecuentaba a Laura y a Lucas casi a diario, en la guardería, donde llevaban a la niña a hacer la terapia con Arcadia. Pero se había equivocado dando tantas confianzas a sus amigos en el jardín de infancia. Ya no era la primera vez que se encontraba a Laura saliendo de la oficina, que estaba al fondo del pasillo, al lado de la cocina, como si fuera su propia casa. La otra se disculpaba diciendo que había ido a tomar un refresco de la nevera, o a coger una pieza de fruta, pero a Marcy no le agradaba que se tomara tanta libertad.
Desde el accidente de su hija, Laura le había dicho que tenía que tomar medicación para mantenerse animada y poder dormir. Estaba nerviosa, obsesionada con ganar mucho dinero para comprar una casa de planta baja con jardín, adaptada para minusválidos, para que su hija pudiera moverse con facilidad en su silla de ruedas.
Y también quería ganar mucho dinero para que le quedara a su hija por si ellos faltaban. Decía que ya que ella había causado la desgracia, ella tenía que repararla.
Pero Marcy no tenía el más mínimo interés en ningún negocio, que ellos hicieran lo que les pareciera, porque ella prefería mantenerse al margen.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Marcy (110)


Su marido le anunció, mediante una llamada desde la casa de sus padres en La Vitia, que él mismo llevaría a los niños al campamento de verano al que iban todos los años, que él mismo les había comprado el equipamiento necesario; y también la informó de que por su parte no iba a ver ni un euro más, que se encargaría directamente de los gastos de los niños y punto.
Sintió una monstruosa soledad. Sin sus hijos, perdiendo sus amistades, en la agonía de su matrimonio, sin tener quién se ocupara de las necesidades económicas en las que nunca tuvo que pensar, y embarcada en los gastos de sus estudios y de la pequeña empresa.
La responsabilidad la estremeció. No quedaba más remedio que dar un paso al frente o hundirse en la miseria.
“Bien, podré con todo yo sola, fuerza, fuerza, Marcy. ¡Fuerza!”.
Cuando llamó al timbre del estudio del arquitecto y se encontró con que Isabel le abría la puerta, quedó desconcertada.
–Hola, Isabel –dijo, fingiendo la mayor naturalidad–. ¿Está Román? Tengo que hablar con él un momento.
–Sí…, pasa, Marcy –dijo la otra, en voz bien alta para ser oída.
Apareció en seguida Román, enfundado en un albornoz oscuro de tejido tan rico que parecía un abrigo de calle. La saludó con su perfecto estilo y le ofreció café.
Observó cómo Isabel lucía también ropa doméstica muy elegante. Parecían contentos los dos.
–¿En qué puedo ayudarla, señora? –preguntó él.
Reparó en que Isabel se había quitado del medio yendo al cuarto de baño.
Le rogó el dinero necesario para salvar la pieza propiedad de sus padres.
–¿Qué se ha creído usted?  Es indignante. Ya no me aporta el dinero como habíamos convenido y me da de lado, con todo lo que yo he hecho por usted. ¿Me ha tomado por un banco?
–Román, no es por mi culpa. Manele hace un tiempo que ya no me transfiere dinero, pero en cuanto me haga otra entrega, yo vengo y se lo doy, no se preocupe.
El otro se dirigió a su mesa de dibujo, tecleó un código numérico y abrió una cajita que se encontraba adherida debajo de la mesa. Sacó un billete de quinientos.
–¿Es suficiente con esto?
–Sí, muchas gracias. Yo se lo devolveré, Román.
Poco después apareció Isabel en el estudio, y se preparó un café, parecía distendida, alegre.
–¡Chica, Marcy! Manele nos llamó porque quiere organizar una cena, todos juntos, como en los viejos tiempos, como él dice. Estamos entusiasmados, que conste. Todavía no se sabe donde va a ser.
Quedó impresionada con el desparpajo de Isabel. No la encontró tan deprimida como Laura le dijo, sólo le advirtió una leve nostalgia. Había cazado de nuevo a su presa y, para colmo, su captura estaba radiante de felicidad a su lado.
Se encontraba delante de una gran maestra del cinismo.
Dejó a la pareja al poco rato, apabullada por las maquinaciones de la que fuera su amiga.
Había obtenido el dinero suficiente para salir del apuro, pero tenía por delante una vida por resolver. Con Román ya no había nada que hacer. Tampoco quería incordiar a Nacho y mucho menos recurrir, a aquellas alturas de la vida, a sus padres.
Deambuló por las calles, pensativa, hasta que marcó en el móvil el número de Rafa.
Él era su único confidente y le lanzó toda su angustia por teléfono, hablando sin parar, mientras daba vueltas y más vueltas por las aceras de Mazello. El bedel le sugirió la idea de meterse a trabajar con Arcadia en la guardería.
Y no se lo pensó. Fue derecha a la guardería a hablar con Arcadia.
Ampliarían el horario, montarían colonias de vacaciones para los hijos de los veraneantes. Y después terminaría el master y lucharía por un trabajo a su medida en Lank Corporate.
Podría con todo por sí misma, todo era cuestión de proponérselo.