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lunes, 26 de enero de 2015

Marcy (183)



Los bomberos lucharon con todas sus fuerzas por sofocar las llamas pero, pasadas tres horas de incansable batalla, informaron a los directivos y las autoridades de que lo mejor era dejar que todo siguiera su curso y que se centrarían en evitar daños colaterales en otros edificios próximos. 
Que el rascacielos Zeol tenía las horas contadas.
Uno de los abogados de la compañía se acercó a Raúl. El directivo estaba abatido y, a su lado, Marcy mantenía silencio. Estaban en estado de shock.
El letrado había hecho ya varias consultas.
–Tranquilo, la compañía de seguros va a hacerse cargo. Se ha confirmado la causa accidental, no hay indicios de otra cosa. Si perdemos el edificio, tendremos que construir otro igual o mejor, Raúl. Hay que mantenerse unidos.
–Es mucho la Duxa para que acabe con ella un incendio por grave que sea –dijo el director esbozando una sonrisa.
A Marcy le gustó comprobar que Raúl no había perdido su aplomo, su serenidad aun en los momentos más difíciles.
Al día siguiente, por la tarde, quedó convertido en un esqueleto negro, humeante, que no permitía adivinar toda la pujanza y la gloria que llegó a albergar un día.
Los especialistas indicaron la necesidad de una demolición completa.
Tres meses más tarde Marcy contemplaba, desde su apartamento, el gigantesco hueco dejado por la mole del Zeol, mientras Raúl examinaba los planos del nuevo edificio.
Por el momento, los empleados se iban a instalar en el Trass Building de Greda, con carácter provisional, donde se había alojado Lank Corporate, su eterna rival.
–La Duxa ataca de nuevo, ¿no, querido?
Estaban tomando unas copas de champán.
Raúl se había mudado también a aquel edificio de apartamentos de lujo y todas las noches cenaban juntos, cuando los niños ya se habían acostado.
Marcy adoraba aquellos momentos de intimidad.
Unas veces cocinaban los dos platos fríos o calientes, en la bien equipada cocina con la última tecnología, otras veces Raúl encargaba la cena en el restaurante de la planta baja. Les encantaba aquella comida.
Esa noche tenían la cena pedida y el camarero se la sirvió en la mesa de comedor, al lado del enorme ventanal, desde el que se divisaba la majestuosa Milla de Oro, con sus miles de luces, entre las que sólo se echaba a faltar el imponente Zeol y su mega proyector en la cima, que lanzaba un haz de luz láser durante toda la noche, marcando su hegemonía en el grupo de rascacielos. Un proyector con forma de tronco de cono, que destellaba una luz verde azulada, debido a un gas de composición química secreta, una maravilla que quizás nunca volverían a ver.
Se sentaron a la mesa y el empleado se fue.
Debajo de cada plato había colocado un bajo plato enorme, metálico, y encima un cubre plato semiesférico, del mismo metal, que se manejaba con un asa que llevaba en la parte superior.
–A ver con qué me sorprendes hoy –dijo Marcy, retirando la tapa.
En el centro del plato había una maravillosa sortija con una piedra de forma idéntica al proyector del Zeol, del mismo color que aquella luz que proyectó cuando existía el edificio.
Ella se lo colocó en el dedo anular de su mano izquierda.
–Es preciosa Raúl.
Se lanzó a abrazarle y besarle como una posesa.
–Quisiera que…, nos casemos. Cuando arregles lo tuyo –dijo él.
–No tenemos prisa, ¿vale? Estamos así tan bien, de novios...
Ella reía, divertida. Él se aproximó a la ventana y observó el panorama nocturno. Sólo se adivinaban los Montes de Norte por una hilera de luces de colores del repetidor de televisión.

–Ninguna prisa, querida, ninguna prisa.

lunes, 19 de enero de 2015

Marcy (182)


La plana mayor de la compañía se encontraba en la explanada delantera, justo en la frontera marcada por el perímetro de riesgo, donde la temperatura subía a cada momento, según iba progresando el incendio. Muchos empleados habían acudido también. Marcy pudo distinguir entre la maraña de gente a Manele y al subdirector, desapercibidos entre la multitud, pero el director los detectó en seguida.
–Qué harán aquí estos sinvergüenzas –dijo Raúl.
Los dos aludidos, movidos por lo que a Marcy le pareció inexplicable, se acercaron al director.
–Es una verdadera tragedia, Raúl –dijo Manele.
El subdirector pareció pensativo.
–Has pensado…–comenzó a decir–. Justo en la planta inferior a donde están las llamas está el archivo central.
Raúl lo miró atónito. El subdirector continuó hablando, se conocía de cabo a rabo el edificio.
–Se puede entrar y salvar lo más importante, Raúl. Para poder salir adelante después.
–¿A estas horas te acuerdas de salvar a la Duxa? –Raúl no podía reprimir su rabia contra el que había sido, en tiempos, su mejor colaborador.
Pero se quedó un momento abstraído.
–Eso tenemos que consultarlo –dijo al fin.
Corrió en dirección al puesto central del operativo y regresó al poco.
–El jefe de bomberos y la autoridad municipal dan su permiso –dijo casi sin aliento–. Ahora sólo falta el que tenga huevos para meterse ahí.
Lo explicó en voz bien alta.
–Hay trajes especiales ignífugos.
Manele y el subdirector se miraron.
–Tenemos que ser los que sabemos dónde está la documentación –dijo el subdirector– Manele, vamos a ponernos esos trajes.
Los dos se dirigieron decididos al puesto de control.
–Si quieren intentarlo…–dijo Raúl a Marcy. Y se perdió entre la gente detrás de los otros dos.
Marcy vio como los tres hombres se vestían aquel buzo de color plateado y se colocaban una mascarilla sobre la boca y la nariz, unas gafas de seguridad y el casco.
Sintió pánico y gritó, sin ningún resultado, porque ya los tres habían traspasado el cordón de seguridad y se acercaban a la puerta del edificio.
Corrió hacia el puesto de mando pidiendo explicaciones. Se había quedado afónica.
–No se preocupe señora. Tenemos efectivos en esa planta. La situación está controlada.
El resto de ejecutivos de la Duxa estaban expectantes, mirándolos entrar a aquel infierno.
Tardaron una media hora en regresar. Media hora que Marcy cronometró agónica en su reloj de pulsera.
–Hemos tenido mucha suerte –dijo el director–. Hemos salvado el mismo corazón de la Duxa.
Portaban unas cajas metálicas, grandes, negras, con ruedas, parecidas a maletas de las que se usan como equipaje en los aviones.
Explicaron que la cámara de seguridad del edificio, justo debajo del incendio, estaba intacta y que pudieron sacar todo su contenido.
Los directivos que les rodeaban se arrancaron a aplaudir.
Se despojaron de los trajes con rapidez.
–Ahora, a poner esto a buen recaudo –dijo Raúl.
Marcy casi no tenía voz
–Llévalo a mi casa –dijo susurrándole al oído–.Toma las llaves.
–Buena idea –dijo Raúl.

Y los tres hombres se fueron caminando, arrastrando aquellas cajas rodantes en dirección al apartamento de Marcy. 

lunes, 12 de enero de 2015

Marcy (181)


Estaba en el salón de su apartamento, los niños ya dormían tranquilos en su cuarto. Marcy se sirvió una copa para relajarse. Se había puesto un cómodo camisón de encaje y había ajustado el control de temperatura a veintidós grados. Se había sentado en su sofá favorito para ver el magazín de la noche.
Tenía los pies doloridos de la actividad frenética de todo el día, pero se sentía eufórica, en la cumbre de su vida.
Su carrera subía como la espuma.
Se divertía mirando los absurdos programas de cotilleos de la televisión, cuando apareció en la pantalla un programa informativo inesperado. El locutor anunciaba que el emblemático edificio Zeol Center se consumía, pasto de las llamas, desde hacía unos minutos. Las imágenes que emitían eran pavorosas.
Desde el salón de su apartamento de la Milla de Oro se divisaba el Zeol y, todas las noches, antes de acostarse, se recreaba contemplándolo, luciendo su iluminación cenital, rodeado de los demás rascacielos del centro de Greda.
Se abalanzó de un salto hacia la ventana. El Zeol Center ardía, desde la mitad hacia arriba, como una descomunal antorcha. Desde la televisión se aseguraba que no había víctimas, ya que el edificio se encontraba vacio, y que todo apuntaba a una causa accidental.
En el sótano, los ordenadores de control habían alertado de un cortocircuito, pero las llamas se habían extendido con tal rapidez que no habían podido ser dominadas.
Sonó su teléfono y Raúl le dijo que se encontraba en la parte delantera del edificio, que la esperaba allí al lado del puesto central de la policía.
Avisó a la chica de servicio de que tenía que salir, sin darle más explicaciones.
Accedió, con dificultades, al puesto, después de rebasar el primer cordón de seguridad, esgrimiendo su identificación de empleada de la Duxa.
–El esfuerzo de toda una vida, Marcy –le dijo Raúl nada más verla, a voz en grito, llevándose las manos a la cabeza–. ¡De tantas vidas!
Ella se acercó y le abrazó.
–Saldrás de ésta, como otras veces, querido.
–Dicen que no hay nada que hacer, que se quemará entero.
Las llamaradas, tan sólo una hora después, devoraban ya la mitad superior del edificio.

–Mi maravilloso Zeol, el orgullo de la Duxa Limited. ¡Estamos acabados! 

lunes, 5 de enero de 2015

Marcy (180)


Descendieron delante de un edificio blanco cuya única identificación rezaba: “Policlínico”. Entraron y la recepcionista las dirigió a la sala de espera. Casi sólo había señoras en aquella sala, ojeando revistas de moda, demasiado guapas y relajadas como para estar enfermas.
–Pase doña Laura –indicó una enfermera, vestida con una bata blanca minúscula.
Entraron en una de las consultas. El doctor estaba sentado detrás de la mesa, su cara era perfecta, su cabello bien cuidado, la piel bronceada de rayos uva. Lucía en la muñeca un reloj dorado, demasiado ostentoso para el gusto de Marcy.
–Me agrada que haya traído a su amiga. Son decisiones que es mejor meditar con detenimiento. ¿Qué es lo que ha pensado?
Marcy escuchaba intrigada.
–Escuche, doctor, empiece usted por donde quiera. Necesito quitarme estos pellejos de los ojos, las arrugas de la frente, las patas de gallo, rellenarme las mejillas y los labios, quitarme la papada…
El doctor estaba muy serio. Después Laura se puso de pie y comenzó a intentar pellizcarse un trozo de piel de un lado de la cadera y del otro, donde apenas tenía carne.
–…y quitarme esta grasa de aquí y esta de aquí de la barriga…
Levantó la falda para enseñar las piernas y se pinzó la parte interior de la rodilla.
–…y también esta de aquí, que me sobra. Unos implantes de pecho, que se me quedó caído de los embarazos. Vaya, si le parece mejor, empezamos por un lifting completo de cara y cuello. Me pongo en sus manos.
Marcy la miró sin dar crédito a todo aquello. El doctor parecía incomodarse por momentos.
–Señora, nunca he tenido ningún problema en el quirófano. ¿Se da cuenta del tiempo que tendría que estar anestesiada para hacer todo eso?
Tomó un bolígrafo dorado, reluciente, que estaba sobre la mesa e hizo unas anotaciones.
–Pase al laboratorio con la enfermera que van a hacerle una extracción.
El doctor cerró la puerta, cuando salió para la analítica, y se dirigió a Marcy.
–Tiene usted que hablar con ella. Está buscando en la cirugía resolver sus problemas personales y eso no va a resultar. Tiene que hacerla entrar en razón.
Marcy accedió a intentarlo.
Cuando salieron de la clínica Laura estaba eufórica. Pensaba hacerse un buen repaso para sorprender a Lucas, dijo a Marcy.

–Lau, poco a poco, mejor poco a poco. Lo primero de todos vamos a una buena tienda de ropa y a la peluquería, venga. Prepara un caldero de agua que vamos a quemar tu tarjeta de crédito.