Entraron al despacho de Raúl y se juntaron
los cinco formando círculo en el centro, de pié, de la misma manera que se
habían colocado unos días atrás en la nave vieja, cuando apareció el cuerpo del
subdirector en la cuba de vino.
Los que habían llegado se cruzaron unas
miradas para ver quién abría fuego.
–Dilo tú, por favor –dijo Manele al
enólogo.
Éste vaciló unos segundos.
–Es que Manele dice..., que si esto sale a
la luz será el fin de la bodega. Está muy nervioso, histérico.
–¡Joder!, ¡joder! Tengo un muerto en mi
bodega –dijo, fuera de sí–. Y todo por tu culpa, Raúl. Me arrimaste a ese tío para sacártelo de
encima, nos enviaste a Brexals. ¡Me jodiste bien!
–Era tu amigo, cari, no hables así
–dijo su novia.
–Amigo, ¿amigo? ¡Me vino a traer la miseria
a casa!
El director de la Duxa, a pesar de la
provocación, mantenía la calma.
–Manele, no me quieras hacer pagar a mí tus
propios errores –dijo con firmeza.
Manele echó para atrás su pelo con los
dedos, como solía hacer cuando estaba nervioso. Marcy se fijó en que tenía
muchas canas.
–Tienes razón, tienes razón, yo tengo la
culpa de todo. Para empezar te hice a ti una desgraciada, te maltraté –dijo a
Marcy–, no sé cómo pude. Fracasé en la compañía y ahora voy a fracasar en la
bodega.
Raúl pareció contagiarse del pánico de
Manele, se sentó en su sillón de dirección y apoyó los codos en la mesa, se
sujetó la cabeza con las manos y cerró los ojos.
–Esto es lo que me faltaba, semejante
publicidad para la compañía, uno de sus directivos aparece asesinado, ¿te imaginas
los titulares? –dijo, hablando al vacío.
El enólogo se metió de por medio en defensa
de su jefe.
–De momento el mayor perjuicio es para la
bodega, es para Manele. Hay que comprenderlo –dijo.
–¡Comprenderlo!, llevo años así,
comprendiendo –saltó Raúl–. Esto va a ser el final para la Duxa.
Marcy ya estaba harta de escuchar quejas.
Fue hacia la mesa y descargó sobre el tablero un manotazo con una energía que
le sorprendió a ella misma.
–¿Queréis callaros todos de una vez?
Tenemos que buscar una solución.
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