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martes, 5 de junio de 2012

Marcy (45)



Después de concertar la visita por teléfono, acudió una mañana al encuentro con Nacho en su oficina del Trass Building. Su amigo le había pedido que llevase un certificado que diera fe de que estaba matriculada en el máster.
Él ya la estaba esperando, ansioso por mostrarle las dependencias de la empresa; tan dinámico, tan hiperactivo, con ella siguiéndole los pasos a través de los diferentes departamentos, entrando y saliendo de ascensores enormes, abarrotados de gente. Acabó agotada, desplomándose, agradecida, en un sillón del despacho de él, cómodo, moderno, tapizado en piel color negro mate.
Pidió a Marcy el papel que le había solicitado y salió embalado dejándola allí a sus anchas. Los muebles de diseño y los cuadros abstractos aportaban un aire de elegante modernidad a la estancia. Marcy se sintió de pronto sumergida en un ambiente prometedor, selecto.
Desde hacia tiempo estaba buscando algo así.
Nacho volvió al poco entusiasmado.
–¿Viste, Marcy? ¡Te lo dije! Lo consulté en recursos humanos y con tu titulación y por estar en este máster ya podrías entrar a trabajar en mi compañía con un contrato a prueba de tres meses, para continuar después si todo va bien.
La cantidad que se le ofreció a Marcy le pareció desorbitada.
–El departamento de Ayuda al Desarrollo está creciendo mucho. Es la apuesta más novedosa de mi compañía. Es tu oportunidad. ¡Oye!, se quedaron embobados con tu expediente académico.
Ella se quedó callada, sin acertar con las palabras adecuadas, como si fuera un ama de casa forzada a dar una conferencia de física nuclear.
Nacho volvió a la carga.
–¡Lánzate, Marcy! Contarás con todo mi apoyo.
Nacho, recién separado, le aseguró que tenía tiempo de sobra para ayudarla en lo que hiciera falta.
–No tengo nada mejor que hacer, te lo aseguro.
–El problema son los niños, y mi padre, que está ingresado en el hospital.
–Oye, como esperes a que todo esté bien en la vida, no harás nada nunca.
Qué hombre más dinámico”. De los que meten ganas de comerse el mundo.
El la miró retador, desafiándola con una simpatía que la desarmaba.
–Tú tenías un sueño, lo recuerdo muy bien.
A Marcy casi le dio vergüenza recordar sus ilusiones juveniles.
–Venga, Nacho, las ilusiones de una indocumentada. Ya me pasó por encima la vida varias veces. No estoy para sueños.
Ella hablaba como queriendo que su amigo le diera la oposición.
–¡Para! ¡Para! Qué mal te veo!  Ahora sí que me pareces una vieja revieja. Tú querías mejorar este mundo, trabajar por los que no tienen nada. Pero sí, ya estás muy mayor, ¡pobrecita!
Él le lanzaba puyas graciosas, desenfadadas.
–Ni siquiera soy capaz de mejorar mi pequeño mundo.
–Eso, eso, mírate el ombligo, que siempre lo tuviste muy mono.
Él era demoledor, descarado, atrevido. Se le estaba pegando su buen humor.
–No te prometo nada –dijo como disculpándose.
Pero su amigo, con su cháchara, había cambiado sus ideas.
La había hecho sentirse importante.
Salió de la oficina como flotando, se le antojaba que hubiera crecido unos centímetros de estatura, que su cuerpo se hubiera aligerado, que una nueva potencia hubiera germinado en su cerebro.
–Lo pensaré Nacho, ya te llamaré.
–Sin miedo, guapa, ¡sin miedo!
Había bajado a la puerta de la calle del edificio, a decirle adiós.
Marcy emprendió su camino y unos segundos después giró la cabeza divisando aún a Nacho, que la miraba atento, formando una uve con los dedos índice y medio de su mano derecha.

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