Después de concluido el cóctel, que tomó un
par de horas, y una vez que todos los asistentes se hubieron ido, Román y Marcy
se repantigaron en el sofá negro.
Él colocó sobre
un espejito un par de líneas de la sustancia y se tomó una, se lo pasó a Marcy
después.
Ella le explicó
que Manele aún estaba de vacaciones con los niños, por sacarle el tema y
averiguar si el arquitecto estaba en negocios con su marido. Si fuera cierto
sería bien aberrante. Pero el que tenía enfrente se le hacía un enigma.
Se atrevió a
tutearle, para darle confianza.
–Verás qué
ocurrencia ha tenido, quiere organizar una cena reuniéndonos a todos, por los
viejos tiempos.
–Es una muy buena
idea. Me apetece echármelos a la cara a esos dos, ¿okay? Isabel ya debió
tener algo con su marido hace mucho tiempo, cuando estábamos juntos en
Imomonde. Seguro que fue la causante de que todo acabara mal, la muy
manipuladora.
–Pero, todavía
mantenéis algún negocio, ¿no? Lucas me lo acaba de decir en el cóctel.
–Ese Lucas… Nada
de eso. Hace un tiempo surgió algo, una ganga de inversiones, y pensamos
unirnos de nuevo. Pero no… y ahora todavía menos. Ya le he dado a ganar
bastante a esa bruja, oiga.
Marcy notó la
rabia disimulada en el rostro de él, pero le parecía que el alcohol y la blanca
estaban soltando sus emociones más de lo habitual.
La acompañó
andando hasta la casa de ella. Hacía ya calor, incluso en el medio de la noche
y el paseo fue agradable, para despejarse de la velada.
Cuando lo
despidió se metió en la cama con un fuerte dolor de cabeza. El sueño fue
inquieto y lleno de pesadillas. Se despertó de golpe lanzando un alarido.
Sintió su corazón
latiendo tan fuerte como si fuera a reventarle en la garganta. Saltó fuera de
la cama, pero al ponerse en pie cayó fulminada por el vértigo en medio de la
penumbra de la habitación.
Apenas podía
moverse cuando vio un fino hilo de sangre deslizarse por el suelo proveniente
de su cabeza. Reptando, logró a duras penas tomar el teléfono de la mesilla de
noche y marcó el número de Rafa, eran las siete de la mañana.
–¡Rafa! ¡Socorro!
¡Socorro! –dijo, con voz entrecortada–. Ven a buscarme a casa. Pídele al
portero que suba contigo y te abra la puerta, él tiene una llave…
Cuando llegaron a
la vivienda estaba tirada en el suelo, inmóvil, con la cabeza ensangrentada, quejándose
débilmente.
Preciosa escena...
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