Después de
aquellas gestiones, a la tarde siguiente acudió al estudio del arquitecto, para
echarse atrás de lo acordado con él. Se daba cuenta de que de continuar
aquellos trámites con éste se iba a malograr una gran idea sólo por un absurdo
afán de venganza.
Dijo que tenía
que hacer unas compras y se encaminó a pie donde Román.
Estaba él
trabajando en sus proyectos delante de un enorme panel de dibujo repleto de
instrumentos. Ya hacía quince días que no lo veía ni lo había llamado.
–¡Marcy! ¡Pensé
que se la había tragado la tierra!
En todo aquel
tiempo ella había logrado desprenderse de la sustancia y tampoco jugaba ni una
moneda, bajo la estrecha supervisión de Rafa y después de su marido, aún sin
saberlo éste.
Sólo necesitaba
tomar una pastilla, de vez en cuando, para dormir.
Le explicó a
Román que quería dejar aquel trasiego de dinero y la reacción de éste no se
hizo esperar.
–¿Ahora me viene
con esas?, demasiado tarde… Usted y yo tenemos mucho en común, ¿o ya no se
acuerda?
Las veladas
amenazas del hombre la dejaron muda. Él seguía imperturbable.
–Nosotros a lo
nuestro, ¿okay? No queda otro remedio, verá que es mucho mejor así…Pero
anímese mujer, tome una copa.
Le señalo el
mueble bar y ella negó con la cabeza.
El arquitecto
sabía llevar una discusión cortés mejor que nadie en el mundo y Marcy se dio
cuenta de que no había nada que hacer. Dejó el estudio confusa, desconcertada,
después de que Román le abriera la puerta con una corrección glacial.
Deambuló por las
calles sin sentido hasta que comenzó a vibrar su móvil en el bolso que llevaba
asido contra su cuerpo y lo extrajo, vio que era Rafa y contestó sin poder
fijar su atención.
–Perdone que la
moleste, señorita, pero el otro día se me olvidó decirle que algunos del master
ya han empezado las prácticas de empresa. Sería bueno que usted hiciera lo
mismo. Puede hacerlas donde usted desee.
–Sí, Rafa
–balbució, en voz baja, sin ganas de hablar–. Ya te llamaré.
Regresó a su casa
envuelta en una sombría sensación de incertidumbre. La aparente tranquilidad familiar
de su domicilio ahondó aun más aquella impresión de extrañeza y aislamiento. “Ahora
a ver cómo salgo de ésta”.
Manele, en cuanto
la vio, anunció su marcha inmediata y le dejó a los niños, como el que suelta
un fardo pesado, con ansia de libertad.
Al parecer los negocios no le permitían
proseguir sus vacaciones y se tomaría el tiempo de descanso restante más
avanzado el verano.
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