–Sorry, tú no sabes que ahora somos
socios. Mis padres me han cedido el negocio –dijo Manele–. Ya sólo nos faltas
tú.
Ella se quedó atónita, no sabía si Manele
estaba hablando en broma o en serio.
–Que es verdad, mujer, ¿es que no me crees?
Aquí nos tienes, los tres ex empleados de la Duxa –dijo señalando a los otros
con la vista–. Y tú ahora, en la compañía, esto es la bomba,
fíjate lo que cambia el mundo.
Manele continuó, mientras los demás escuchaban.
–Necesitamos en la bodega a una ejecutiva
de prestigio. Te necesitamos.
Ella no daba crédito a lo que estaba
oyendo. Manele continuó empecinado mientras los otros asentían sus palabras con
la cabeza, manteniendo silencio.
–Nosotros –dijo señalándose a sí mismo y a
los otros dos– hemos cometido errores como para llenar una enciclopedia, pero
eso es pasado. Ahora, para volver al ruedo, necesitamos a una mujer como tú,
respaldada por una gran compañía.
Se puso de pié y separó los brazos como
queriendo abarcar con ellos la finca entera.
–Es la herencia de nuestros hijos,
¿entiendes?
Aquello ya era el colmo de la cara dura.
Marcy vio que iba a perder los estribos, aunque hubiera gente delante que no
sabía de la misa la media.
–¿Tú no sabes lo que es vergüenza? Después
de pegarme, de engañarme con otras, de meterme en un calabozo… ¿todavía quieres
algo más de mí?, ¿es que te has vuelto loco?
Los otros guardaban silencio estupefactos.
–Esto no es para hablarlo aquí – continuó
ella poniéndose también en pié–. Y lo que no te perdono es que también
engañaras a mi padre, eso en la vida te lo perdono.
Volvió a sentarse abatida. El enólogo se
acercó a su lado y habló por primera vez.
–Eso mismo, Marcy, mucho mejor así, sácalo
todo de dentro. Pero voy a decirte una cosa, con todos sus fallos, nunca me
pareció que Manele tuviera mala intención contigo.
El aludido estaba sudoroso, cabizbajo, como
de haber hecho un gran esfuerzo.
–Fíjate que yo, por lo único que he luchado
en la vida ha sido por mi familia, pero he caído en mi propia trampa…, y ha
habido gente que mejor no habérmela cruzado.
Marcy pensó que se refería a Isabel.
–Me han engañado, me han humillado…, lo
tengo merecido.
–Tranquilo, Manele, tranquilo –terció el
subdirector, su íntimo amigo–. Todo cambiará, hombre. Mañana lo verás todo
mucho mejor.
Permanecieron los cuatro en silencio
durante unos segundos.
–¿Has venido sola? –dijo el enólogo.
Marcy se acordó de su empleada. Estaría
aburrida esperándola metida en el coche.
Pero cuando se levantó para irse se sintió
tan cansada que se volvió a sentar otra vez.
–He venido con Arcadia, la encargada de la
guardería.
–Que entre. Llama a Greda, a tu madre, que
hoy os quedáis aquí. Estás demasiado agotada como para conducir –dijo Manele.
Y Marcy no replicó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario