Y llegó el día de la inauguración de la
guardería y fue todo un acontecimiento en Mazello.
Habían repartido octavillas con la
información y el ofrecimiento de una invitación para aquella primera jornada de
apertura.
Muchos vecinos, padres jóvenes, acudieron a
la cita y se agotaron pronto las plazas. En la vorágine de atenderles, Marcy
apenas pudo prestar atención al rosario de familiares, amigos y conocidos que
aparecieron por allí.
Su madre, sus tíos, Laura y su marido,
Isabel, el arquitecto, Nacho y Rafa. Y el más inesperado que asomó por allí,
Manele. Tuvo que echarle valor para no parecer trastornada.
“Quién demonios le habría ido con el cuento
a éste”.
En cuanto saludó a su madre, una de las
primeras que llegó, ésta le lanzó un guiño significativo, poniéndola sobre
aviso.
Pero ni se le ocurrió que se hubiera
atrevido a tanto.
Y allí estaba su marido, que nada más
felicitarla dijo que se volvía a Brexals aquella misma tarde y Amelia al lado
de él, sonriendo de oreja a oreja. Por un momento tuvo miedo de que se fuera a
montar la gorda.
Pero unos y otros se evitaron y pronto
salieron por pies de la reunión, y cuando Marcy fue a darse cuenta quedaban los
últimos clientes, Arcadia y Rafa.
La nueva empresaria lucía exuberante de
orgullo a la puerta de su establecimiento despidiendo a la gente rezagada.
Con Rafa a su lado, como siempre.
–Señorita, es que
usted vale un montón, aun inclusive mucho más de lo que usted cree.
Siempre tan
reiterativo, tan perifrástico, pero aquel día se lo perdonaba todo.
–Si no fuera por
ti, Rafa...
–De ninguna
manera señorita, el mérito es suyo, fundamentalmente.
Le plantó un beso
en la mejilla, agarrándole la cabeza con fuerza y le dejó marcadas las huellas
del rojo de labios.
–Déjame que te
limpie como hacen las de aldea.
Cogió un pañuelo
de papel y lo mojó con saliva y le frotó la mancha hasta que desapareció
dejando un redondel colorado en la cara tan blanca de su amigo.
Él se ordenó el
cabello, nervioso, y se echó una mano a la cabeza. Dijo que se iba y
desapareció.
Las dos recogieron
pronto los restos de la fiesta y prepararon todo para el día siguiente.
–Ese chico es un
bizcochito, se le ve colado por usted.
Arcadia la sonrió
con picardía mientras colocaban los muebles. Marcy le correspondió la sonrisa y
se quedó pensativa.
Sentía y aceptaba
el cariño de Rafa y era capaz de devolverle aunque fuera un tanto de aquel
afecto, en momentos de intimidad tan dulce como ella nunca hubiera pensado que
pudiera vivir con un hombre. Pero nada más.
Sabía que no estaba enamorada.
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