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lunes, 29 de diciembre de 2014

Marcy (179)



Se había tomado el día libre. Laura le había pedido que la acompañase a hacer un recado, que no quiso desvelar, y Marcy quedó con ella en pasar a recogerla a su trabajo a primera hora de la tarde. Después de un rato de brujulear por Mazello decidió hacer una visita a Arcadia, a la guardería.
La joven llevaba un tiempo haciéndose cargo por entero del centro. Había obtenido el permiso de residencia y la convalidación definitiva de su título académico y ya figuraba como titular del negocio. Hacía unos días que habían quedado ella y Marcy en la municipalidad para llevar a cabo el traspaso.
Comprobó con satisfacción que estaba allí de sobra. Arcadia había tomado una empleada y tenían tanto trabajo que Marcy apenas pudo cruzar dos palabras con ellas.
Marchó a comer un pincho de tortilla al Café de la Esquina y después se fue a pie hasta el ayuntamiento a recoger a Laura.
La funcionaria la esperaba, ansiosa, ya a la puerta del centro social.
Tenía resuelto desde hacía tiempo no guardar rencor, ni a ella ni a los demás. Todos, al final, se habían tenido que comer lo suyo.
No seré yo quien te juzgue, hermana”. Y fue aproximándose a ella.
La otra le salió al encuentro.
–Vamos, chula –le dijo la amiga.
–Qué será lo que te traes entre manos, Lau.
Su hija ya había vuelto al colegio con normalidad.
Se engancho del brazo de Marcy, como una vieja, y la llevó por la acera casi en volandas, a toda marcha.
Iba vestida con su habitual y pésimo gusto, con una falda de vuelo marrón que la hacía gorda, sin serlo, y una chaqueta que le quedaba desencajada de hombros, demasiado grande para su talla, verde botella; las dos prendas no tenían nada que ver entre sí. Llevaba el pelo cortado cuadrado, con canas, de cualquier manera.
Marcy iba con unos sencillos tejanos, ajustados con cinturón de piel, y una blusa de rayas azules marineras metida por dentro, marcando su estilizada figura. Su pelo brillante, recogido en una cola de caballo.
–Caray, qué impaciente –dijo Marcy.
Tomaron un taxi y salieron de Mazello, un kilómetro más o menos, en dirección a Greda.

–Pare aquí –dijo Laura.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Marcy (178)



No había tardado en presentarse la quiebra de la división financiera de Lank Corporate dejando el camino libre de competidores a la Duxa. Los empleados fueron recolocados en otras sedes de la la corporación y el Trass Building quedó convertido en un edificio fantasma, una sombra de lo que había sido, allí plantado, desocupado, haciendo un feo contraste con los demás rascacielos de la Milla de Oro de Greda.
No volvió a saber de Nacho hasta que un día se lo encontró, por casualidad, con su hijo, por las calles de Mazello, cuando ella iba a hacer unos recados a su antigua vivienda.
Se tropezó con él de frente, no hubo manera de esquivarlo.
–¡Cuánto tiempo guapetona! ¿Qué es de tu vida?
Parecía como si nada hubiera pasado.
–Trabajando Nacho, ya sabes, a los pobres no nos queda otro remedio. ¿Tú? –dijo ella, circunstancial.
No sabía dónde meterse.
–Me he pedido un año sabático, me decidí a hacer la tesis. Luego ya veremos.
Se quedaron en silencio unos segundos. Nacho le dio unas monedas a Miguelito y el niño corrió a un kiosco cercano a comprar golosinas.
A Marcy no le pareció que su antiguo compañero estuviera resentido con ella.
–También voy a un psicoanalista.
Marcy le miró interrogante.
–Después de lo que pasó me dio un bajoncillo..., pero estoy mucho mejor, oye.
Ella no le encontraba nada decaído.
–Me alegro un montón, Nacho.
Ella se atrevió a ir más allá. Lo había pensado muchas veces.
–Yo tengo que estarte muy agradecida. Tú me abriste los ojos. Mucho de lo que tengo ahora te lo debo a ti, no creas que se me olvida.
El pareció algo incómodo. El niño ya se acercaba con las chuches.
–¡Ja! ¡ja! No me sirvió de mucho para conquistarte, maja –dijo, soltando una risotada detrás de otra.
Ella se quedó parada.
–¡Dice el psicoanalista que estoy enamorado de ti!
Le pareció otra vez el mismo Nacho de siempre, su compañero de carrera, simpático, provocativo, divertido.
–Pero estoy viéndome otra vez con mi ex, lo estamos intentando de nuevo.
–Estupendo, veo que ese doctor está haciendo prodigios, Nacho.
Y se comenzaron a reír los dos como si volvieran a tener veinte años, a carcajada limpia, hasta que llegó el pequeño y se despidieron como si nada hubiera pasado.
Había quedado en su piso de Mazello con un empleado de la compañía del gas para que hiciese la última lectura y les facturasen el último recibo.
El tiempo que llevaban sin vivir allí había hecho mella y todo le pareció demasiado feo, pequeño y deteriorado. Los cuartos de baño tan obsoletos, la pila del fregadero sin ningún brillo. Percibió olor a cañerías sucias.
Le costó trabajo aceptar que hubiera estado viviendo allí tantos años y no se diera cuenta de ello.
Su retina ya estaba acostumbrada a otra cosa.
En cuanto llegó el empleado y tomó nota de los números se fue casi detrás de él.
Cerró la puerta y ni se molestó en echar la llave.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Marcy (177)


Permanecieron así mucho rato, una eternidad, hasta que ella se quejó de frio en los pies.
Él se inclinó y la pellizcó en una pantorrilla simulando el mordisqueo de una alimaña. Ella se apartó de un salto y, cuando se percató de la broma, él empezó a corretear haciendo cabriolas en dirección al hotel.
–¿A que no me pillas?
En su carrera él se enganchó con el borde de la túnica y se vino al suelo, se dio la vuelta y se quedó panza arriba, estaba rebozado como una croqueta.
Ella se partió de la risa, fue hacia él y se lanzó encima.
–Ahora me voy a vengar yo, ¡señor director!
Comenzó a recorrer sus axilas con destreza.
–Cosquillas no, ¡clemencia!¡clemencia!
Las carcajadas nerviosas de él la estaban divirtiendo de lo lindo.
Pero dejó la tortura y se puso de pie, le tendió una mano y él, sin terminar de una vez de jugar, simulando que se levantaba, la atrajo de nuevo sobre sí.
Ella se cayó encima otra vez y él la besó con fuerza, inmovilizándola encima de su cuerpo. Y ella le correspondió con el mismo ímpetu, sujetando la cabeza de él con sus manos y sellando sus labios con besos cada vez más apasionados.
Ella observó que no había nadie en ese instante. Levantó la túnica de él y luego la suya.
No llevaban ropa interior. Actuó con un movimiento preciso y a la primera, manteniéndolo enlazado y a un ritmo apenas perceptible.

Cada uno vertió en el oído del otro jadeos de placer, como si fueran un preciado secreto. Quedaron después, un buen rato, amontonados, como dos animales extenuados y satisfechos.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Marcy (176)

Al finalizar la visita subieron de nuevo al cuatro por cuatro para ir al hotel, que distaba un par de horas del poblado. Era tan sencillo que disponía sólo de las comodidades más elementales, pero a Marcy, agotada por la travesía, tomar una simple ducha, comer y descansar en una habitación con aire acondicionado, le pareció un lujo impagable.
Desde la ventana de su habitación se divisaba un inmenso mar de dunas que, con el caer de la tarde, iba adquiriendo todas las tonalidades del rojo.
Marcy notó sus ojos secos, irritados. Una empleada les suministró un colirio y Raúl se apañó para colocarle dos gotas en cada ojo. Ella parpadeó con fuerza y lo miró despacio, su cara colocada sobre la de ella, con sus ojos verdes que la miraban con su característica suavidad.
Aún en ropa interior se apreciaba la clase del director general. Marcy le profesaba una admiración que bordeaba la idolatría.
Cómo podré tener a éste hombre sólo para mí, en este lugar de ensueño”, ese pensamiento le produjo una felicidad casi dolorosa. Como un miedo a perderlo todo. Como si quisiera que aquel momento no acabara nunca.
–Ahora que estás mejor, ¿vamos a ver las dunas? –dijo él.
–Por mi perfecto.
Se echaron por encima unas túnicas blancas que había en el cuarto de baño y se calzaron unas babuchas de colores. Salieron al exterior y se acercaron a un tenderete donde había unas pocas mesas y unos cojines gruesos y redondos desperdigados por el suelo. El camarero les sirvió té en unos vasitos de cristal.
Se sentaron a la entrada para ver la puesta de sol y, cuando se hizo de noche, Marcy pudo ver el cielo más estrellado que había visto en su vida.
Se había levantado un frío de mil demonios. El cogió una toalla grande de un montón que había en un estante.
–Me estoy helando –dijo ella, tiritando.
–Ven para acá.
Él estaba de pie, se había tirado la toalla encima, y la tenía sujeta por dos esquinas como si fuera una capa, con los brazos extendidos. Ella se levantó y se arrimó a él. Raúl la abarcó por entero con la toalla y quedaron envueltos los dos en medio de la oscuridad y del más absoluto silencio. Sólo dos corazones latiendo pegados, piel con piel y el leve murmullo de su respiración. La cabeza de ella apoyada en el pecho de él.

No había otro lugar mejor en el mundo donde tener apoyada la cabeza.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Marcy (175)

Los integrantes de la misión estaban ansiosos por recibir a los visitantes del primer mundo y les obsequiaron con unas porciones de comida típica, una especie de guiso farináceo con algunas briznas de carne, casi invisibles, y un vaso de leche rosada.
Les mostraron las instalaciones y después un panel de corcho, con las fotografías de los niños entregados en adopción.
–Por cierto, ¿comprobáis bien el destino de los niños? –preguntó Marcy.
–Lo comprobamos todo, con todos sus papeles legales cien por cien.
–Pero lo verificáis bien de verdad, ¿no?
Raúl la miro, perplejo por la insistencia de Marcy.
Ella no dejaba de recordar aquella película ni un sólo día.
–Algún día te diré lo que estoy pensando ahora mismo –dijo, en voz baja, a Raúl.
Después salieron al exterior, donde un sol abrasador lanzaba llamaradas de fuego desde su zenit. Todo en derredor era tierra seca, estéril, a cada paso se levantaba una tremenda polvareda. Los animales, escuálidos, merodeaban entre la gente.
Y en medio de todo ello las caras de los niños, alegres, sonrientes, de piel de ébano y pelo corto y duro como el alambre.
Casi llevados en volandas por la chiquillería llegaron a un pozo de agua recién construido, donde unas mujeres ataviadas con túnicas de vivos colores extraían el líquido con cubos de plástico.
Hacía un calor terrible y la luz era cegadora, Marcy no estaba acostumbrada a aquel clima tan extremo.
Sintió la inminencia de un desvanecimiento y se sentó en el bordillo de hormigón. Raúl le acercó una botella de agua y ella retiró el tapón y se la echó por encima de la cabeza.
–Mataría ahora por un vaso rebosante de tres tercios bien frío.
Era una mezcla de sangría, naranja y gaseosa, a partes iguales, que a ella le encantaba en verano.
Al lado de donde estaba sentada, se leía en una placa de metal incrustada en el cemento: “Duxa Limited”.
Se puso en pie y abrazó a Raúl.
–Ha merecido la pena el viaje –dijo él.
Miró a la cara a los chiquillos que los rodeaban y vio detrás de cada cara la de sus propios hijos. Asintió con la cabeza.
Allí ya no había falta de agua limpia.

Se sintió más orgullosa que nunca de pertenecer a una gran compañía.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Marcy (174)


–Marcy, vente para el aeropuerto, dentro de una hora salimos de viaje –era Raúl, al teléfono–. Echa cuatro trapos en la maleta, que nos vamos al desierto.
Tomaron el vuelo, después un ferry y después un cuatro por cuatro, para viajar por caminos trazados, de manera siempre provisional, en la arena. Arena por los cuatros costados y el aire acondicionado del vehículo a máxima potencia. Ocupaban los asientos traseros, agarrados como podían a las barras de seguridad. En los asientos delanteros el conductor y un guía conocedor de los poblados, hablando en una lengua de la que los de atrás no entendían ni palabra.
–Nos merecíamos unas vacaciones –bromeó Raúl, sudando a chorros.
–No me las imaginaba así, la verdad.
Ella se asió con fuerza a la barra superior, mientras su trasero rebotaba a cada salto del vehículo.
Habían salido con el coche a las cinco de la mañana, porque, según el guía, la capa de arena bien fría permitiría que el vehículo no se atrancara en la arena. Pero el trayecto fue lo bastante largo como para que, bajo aquel sol de justicia, el vehículo terminara empanzado en una duna y tuvieran que bajarse. El conductor y el guía sacaron unas pequeñas palas de metal que refulgían al sol y, con movimientos de extraordinaria agilidad, sacaron la arena que atrapaba al vehículo. Colocaron después unas planchas de aluminio bajo las ruedas y el conductor, acoplando la marcha reductora con maestría, sacó el coche del apuro.
Los expertos decidieron cambiar a otro camino más seguro.
Tomaron unos bocadillos y abundante bebida y continuaron la marcha unas cuatro horas más hasta llegar a un poblado formado por unas cuantas chozas de caña dispuestas en círculo y otras tantas construcciones de bloques de barro, uno de ellos de mayor tamaño que los demás.
Detuvieron el vehículo y un enjambre de criaturas les rodeó chillando.
“Duxa, Duxa, Duxa”, Marcy creyó percibir entre aquel griterío.

Entraron en el edificio de barro más grande. Se trataba de un orfanato dirigido por una misión humanitaria extranjera. Una multitud de niños, que habían perdido a sus padres tras las desoladoras epidemias, recibían cuidados y formación en aquel centro también sostenido con fondos de La Unión.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Marcy (173)


Se despertaron pronto y bajaron a desayunar en la cocina, como era rutina en la casa. Sobre la mesa rectangular humeaba una jarra de cristal grande, llena de leche de vacas de una finca vecina. La cocinera retiró del fuego la cafetera, que ya casi derramaba su contenido por la abertura, y les sirvió el café y después cada una se puso la leche de la jarra.
Josefa preparó unas tostadas de pan de hogaza en la sartén y las regó después con aceite de oliva, las colocó en una panera de mimbre que llevaba adherido un paño blanco que rebosaba por los bordes formando unos graciosos volantes y las puso sobre la mesa al lado de un sencillo florero, con rosas de la hacienda recién cortadas.
A Marcy le encantaban las atenciones de Josefa.
–Desde que se han ido los viejos estamos muy contentos, le tenían mártir al señorito, no se lo puede figurar –dijo, al oído de Marcy.
Las dos se desayunaron y salieron a la plazoleta delantera. En la misma puerta del laboratorio estaba el enólogo, que acudía a la bodega todos los días, aunque fuera domingo. Manele y el subdirector le ayudaban a cargar las garrafas de aditivos en la camioneta. Se acercaron a ellos.
Marcy llevaba en una mano una bolsa de tela conteniendo una enorme hogaza de pan que había cocido Josefa para que se la llevara.
–Nosotras ya nos marchamos –dijo.
Advirtió que el enólogo estaba satisfecho, acarreando los pesados bidones llenos a reventar, con la misma facilidad que si estuvieran vacíos.
–Hoy es un día grande para esta bodega –dijo, en voz alta.
Cogió la factura y se metió en el furgón, iba a devolverlos al proveedor.
–Me voy a Greda, señoras. Vamos a hacer una cosa, pueden seguirme y hacemos el camino juntos –dijo.
Se despidieron de los dos hombres que quedaban a las puertas del laboratorio.
–Piensa en lo que hemos hablado, Marcy –dijo Manele, por último.

Cogieron el coche y siguieron la estela de la camioneta que iba brincando sobre los baches de la carretera como si estuviera contagiada de la alegría de su dueño.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Marcy (172)

Pero ella no pudo reprimir la curiosidad y le preguntó por el estado de Lank Corporate.
El subdirector le explicó que la división financiera de la compañía terminó siendo un gigante con pies de barro. Que todo el negocio se basaba en información robada a la Duxa y que, en cuanto se vieron forzados a funcionar sin ella, se vinieron abajo como un castillo de naipes.
–Se habían acostumbrado a la buena vida. Ganaban tanto dinero fastidiando a la Duxa que ya no se molestaban en invertir en nuevas tecnologías. Ya era todo ingeniería financiera. Pero todo ficticio. No puedes hacer negocio si no tienes un buen producto detrás, todo se reduce a eso, chaval.
Miró a Manele
–Tienes que creer en tu producto, estar enamorado de él. Si no es así, no hay negocio que valga. Por eso yo ahora creo en esta bodega. Haremos el mejor vino de La Vitia.
–Me estáis poniendo los dientes largos –dijo Marcy, casi sin querer.
A ella, en realidad, siempre le había encantado aquella bodega. Ni siquiera le pareció en aquel momento apestoso y rancio el olor a vino que exhalaban todos sus rincones.
–Yo no te digo más, Marcy, tienes que verlo tú –apostilló Manele tan tranquilo.
A Marcy le causó la impresión que los dos amigos habían restañado sus heridas, que volvían a confiar el uno en el otro.
Se les veía muy compenetrados.
–Yo lo único que le digo a Manele –continuó el subdirector–, es que hay que quitar esos putos aditivos del caldo. Hay que luchar por esta denominación. Este vino, tal como sale de la uva, es de primera, no tiene nada que envidiar a ningún otro.
Manele se esponjaba, parecía flotar en su asiento.
–Mañana retiraremos todos esos tanques de esta heredad, macho. Y vamos a empezar desde cero.
Se había hecho tardísimo, eran las cuatro de la mañana, y se retiraron a dormir.
Llevaba un buen rato en la cama y aún no se había dormido, dando vueltas a la cabeza. Arcadia había caído rendida.
Sintió en la puerta de la habitación unos leves golpecitos y la abrió.
Era Manele. Como cuando eran novios y venía a buscarla, en medio de la noche, y salían por la puerta falsa, a retozar entre los viñedos.
Hace un tiempo hubiera matado por algo así, y lo tenía cuando ya no lo quería para nada.
–Qué haces aquí, ¿estás loco?
–Marcy, sal un rato, vamos.
–De ninguna manera, vete, déjame en paz.
Le resultaba atractivo, sí, pero no iba a volver a empezar, sería un disparate.
Ella cerró la puerta y oyó como él caminaba por el pasillo en dirección a su cuarto en el que dormían juntos en otros tiempos.
No sé si entraré en este negocio, pero volver contigo, eso nunca más”.

Y se metió en la cama sabiendo que eso era lo acertado, que podía dormir tranquila.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Marcy (171)


Marcy observó que Manele estaba guapísimo, moreno, ataviado con su vaquero y su camisa blanca, sus cabellos ya lucían unas canas en las sienes que lo hacían aún más irresistible. Calzaba alpargatas de esparto como los lugareños, según su costumbre cuando estaba en el campo.
A ella se le vino a la cabeza que, por primera vez en la vida, lo veía contento y centrado en un proyecto. Aunque ella no pensaba compartirlo.
–Eso puede ser buena idea, es verdad que está muy de moda –repuso Marcy.
Pero él no continuó en su contumacia por meterla a ella en el negocio como Marcy se temía.
Manele degustó el liquido dulce de su copita y tomó una pasta de las que se elaboraban en un convento cercano y que era tradición de la casa comprar, para tomar como capricho, después de las comidas y entre horas.
–Qué buenas están –dijo–. Tomaros una.
Y repartió entre sus invitados, acercándoles una caja repleta de ellas que despedía un fino olor a mantequilla fresca.
El subdirector asintió.
–Exquisitas –y se volvió a Marcy–. Tú trabajaste con Nacho en Lank.
El hombre pasaba de los cincuenta, pero parecía mucho mayor, de pelo rubio, más bien ralo y largo, a Marcy le pareció que teñido. Lucía joyas de oro y gafas. Parecía un galán de otro tiempo, ya algo caduco.
Marcy se quedó parada. Todo el mundo supo en Greda que había sido ella quien había destapado el asunto del espionaje de Lank Corporate contra la Duxa.
–Sí –respondió Marcy.
–Nunca debí meterme en aventuras con ese menda. Traicioné a la Duxa, engañé a mi mejor amigo –dijo mirando a Manele–. Me busqué la ruina yo sólo.
El subdirector explicó que había conocido a Nacho al pertenecer los dos a la Asociación Internacional de la Empresa y que en las reuniones de la sociedad el ambicioso Nacho, así mismo lo describió el subdirector, le propuso que le pasara información sobre las actividades de la Duxa.
–Yo acababa de llegar a Brexals, recién muertos mis padres, estaba perdido y me dejé embaucar, macho. Ese siempre le tuvo envidia a Manele y consiguió ponerme a mí también en contra de él.
El subdirector se desahogaba recapitulando aquel período de su vida.
–Luego, Manele se lió con la zorra de Isabel y yo me fui metiendo más y más con Nacho, a espaldas de mis colaboradores de la Duxa. Me pagaban buen dinero, y me hacían caso, que era lo que yo más necesitaba.
A través de las gafas Marcy pudo ver que tenía los ojos enrojecidos. Tomó un sorbo del vino y miró a Arcadia.
–Y ahora aquí me tienen…, solterón y solo en la vida, a empezar de nuevo, como usted. Pero tengo un tesoro, mi amigo me ha perdonado. Como el gran hombre que es.

Gran perro es lo que ha sido conmigo”.

lunes, 27 de octubre de 2014

Marcy (170)


Ya estaba el sol bastante bajo y entraba formando láminas doradas por las ranuras de las contraventanas cuando la cocinera picó a la puerta con los nudillos.
–Señorita, pueden bajar, la cena ya está preparada.
Volvieron a vestirse lo mismo que habían traído, unos vestidos veraniegos de flores, y zapatillas de tenis. Bajaron a la planta principal y Marcy salió al exterior, con las llaves del coche en la mano, para coger dos rebecas de punto que habían dejado dentro.
Los obreros ya se habían ido y los dos enormes mastines, guardianes de la finca, ya estaban sueltos y se acercaron a Marcy, despacio, moviendo la cola. Ellos la conocían bien y sabían que podían esperar las caricias que siempre les prodigaba.
El aire de la tarde ya no era tan caluroso y el horizonte se veía rosado, límpido, maravilloso. “Esta gente no sabe lo que tiene”.
Entró con las prendas y se encontró con Manele, el subdirector y Arcadia ya sentados a la mesa. Le tendió una de las rebecas a la joven, se vistió la otra y ocupó el puesto vacante.
La cocinera sirvió, a ella en primer lugar, un panaché de hortalizas de la huerta trasera que sabía que gustaban mucho a Marcy.
–En su honor, señorita, que ya se la estaba echando de menos.
–Gracias, Josefa, a tu salud –respondió Marcy.
Manele decantó el vino natural, el que sabía que a ella le gustaba. El enólogo se había marchado ya después de su jornada, a su residencia en el pueblo cercano, donde vivía con su familia. El subdirector, por lo que Marcy entendió, debía estar alojado allí, se le veía a sus anchas.
Les gustó mucho la cena y el vino. La cocinera sacó bombón helado de postre.
Se sentaron en el tresillo que, en ese momento, a Marcy no le pareció tan espantoso como antes, quizá por la luz incandescente que emitía la araña de metal, que suavizaba sus formas. Afuera ya reinaba la oscuridad y el silencio, sólo alterado por los sonidos de los animales de la noche.
La cocinera les sirvió unas copas de jerez.
–Ustedes tendrán que hablar y yo me retiro.
Siempre decía la misma frase, todas las noches, cuando se despedía para acostarse. Aquella empleada formaba parte de la casa desde que, a los diez años de edad, se quedó huérfana y entró a servir en la heredad.
Manele encendió la tele, que emitía noticias a las que nadie prestaba atención.

–Ahí va el notición: tenemos un proyecto de turismo para la bodega. Es el último grito en el mundo del vino. Traer visitantes, hacer un pequeño hotelito para que se alojen, darles cursos de cata, tratamientos de spa y toda esa mamonada.

lunes, 20 de octubre de 2014

Marcy (169)


El servicio de la finca acondicionó la habitación de sus suegros para las visitantes.
Tenía dos camas pequeñas, de madera, de diseño anticuado, con una mesita cada una, un tapete y una lamparilla encima. Los suelos, como en cada una de las seis habitaciones que había en la planta superior, eran de madera sin tratar, ya seca y agrietada, que crujía a cada paso, y el techo de vigas a la vista, recorridas por cables eléctricos, retorcidos, de color blanco oscuro.
En el centro pendía una lámpara de cristales tallados con algunas de las bombillas fundidas. En una pared un armario y, a su lado, un espejo, de marco de madera labrada, a juego con las camas.
Marcy pidió a la cocinera que les subiese un plato a cada una de huevos fritos con chorizo y fruta. La empleada subió llevando la comida en una bandeja enorme y metió en la habitación una mesa camilla donde montó un mantel y colocó los platos. Acercó dos taburetes.
–Ya está señorita, no sabe lo que me alegro de tenerla otra vez por aquí.
–Yo también me alegro de verte, Josefa –dijo Marcy.
Comieron y descansaron un par de horas. Marcy durmió una siesta como hacía mucho tiempo que no hacía. A pesar de todo, en aquel lugar aislado, relajado, donde parecía que no pasaba nunca nada nuevo, donde el tiempo transcurría perezoso, lejos del bullicio de la ciudad, había sido muy feliz.
Después salieron las dos a pasear entre las viñas y observaron el trabajo de los jornaleros que aún se afanaban vendimiando, manejando el corquete para cortar los racimos con una pericia que dejó a Arcadia embobada.
Se habían puesto calzado adecuado para andar sobre la tierra.
Marcy le fue enseñando todas las instalaciones de la bodega, que tan bien conocía, las cubas, la manera de hacer el trasiego, las barricas de madera reposando con su barriga llena de vino.
De hecho, durante la vendimia, todos los años acudían con los niños para participar en aquel ritual, incluso alguna vez habían ido los padres de Marcy.
Marcy sintió nostalgia de aquella época, tenía cariño a la propiedad.
No entendía porqué aquella gente despreciaba su propio vino, tan excelente, queriendo transformarlo en otro vino diferente. Simplemente porque se vendía más caro así.
A ella le encantaba el vino natural de la propiedad.
Terminaron por cansarse y subieron al piso de arriba a darse una ducha. La sirvienta les había dejado en el cuarto de baño toallas y dos batas de casa.
Después se lanzaron cada una sobre su cama a descansar las piernas.

Marcy se sintió tan relajada que le parecía que no hubiera pasado el tiempo y que era la misma chica soltera que llegó allí por primera vez hacía años, cuando empezó a ser novia de Manele y él la invitó a la finca, orgulloso de mostrar toda la posesión de la que era heredero.

lunes, 13 de octubre de 2014

Marcy (168)


Sorry, tú no sabes que ahora somos socios. Mis padres me han cedido el negocio –dijo Manele–. Ya sólo nos faltas tú.
Ella se quedó atónita, no sabía si Manele estaba hablando en broma o en serio.
–Que es verdad, mujer, ¿es que no me crees? Aquí nos tienes, los tres ex empleados de la Duxa –dijo señalando a los otros con la vista–. Y tú ahora, en la compañía, esto es la bomba, fíjate lo que cambia el mundo.
Manele continuó, mientras los demás escuchaban.
–Necesitamos en la bodega a una ejecutiva de prestigio. Te necesitamos.
Ella no daba crédito a lo que estaba oyendo. Manele continuó empecinado mientras los otros asentían sus palabras con la cabeza, manteniendo silencio.
–Nosotros –dijo señalándose a sí mismo y a los otros dos– hemos cometido errores como para llenar una enciclopedia, pero eso es pasado. Ahora, para volver al ruedo, necesitamos a una mujer como tú, respaldada por una gran compañía.
Se puso de pié y separó los brazos como queriendo abarcar con ellos la finca entera.
–Es la herencia de nuestros hijos, ¿entiendes?
Aquello ya era el colmo de la cara dura. Marcy vio que iba a perder los estribos, aunque hubiera gente delante que no sabía de la misa la media.
–¿Tú no sabes lo que es vergüenza? Después de pegarme, de engañarme con otras, de meterme en un calabozo… ¿todavía quieres algo más de mí?, ¿es que te has vuelto loco?
Los otros guardaban silencio estupefactos.
–Esto no es para hablarlo aquí – continuó ella poniéndose también en pié–. Y lo que no te perdono es que también engañaras a mi padre, eso en la vida te lo perdono.
Volvió a sentarse abatida. El enólogo se acercó a su lado y habló por primera vez.
–Eso mismo, Marcy, mucho mejor así, sácalo todo de dentro. Pero voy a decirte una cosa, con todos sus fallos, nunca me pareció que Manele tuviera mala intención contigo.
El aludido estaba sudoroso, cabizbajo, como de haber hecho un gran esfuerzo.
–Fíjate que yo, por lo único que he luchado en la vida ha sido por mi familia, pero he caído en mi propia trampa…, y ha habido gente que mejor no habérmela cruzado.
Marcy pensó que se refería a Isabel.
–Me han engañado, me han humillado…, lo tengo merecido.
–Tranquilo, Manele, tranquilo –terció el subdirector, su íntimo amigo–. Todo cambiará, hombre. Mañana lo verás todo mucho mejor.
Permanecieron los cuatro en silencio durante unos segundos.
–¿Has venido sola? –dijo el enólogo.
Marcy se acordó de su empleada. Estaría aburrida esperándola metida en el coche.
Pero cuando se levantó para irse se sintió tan cansada que se volvió a sentar otra vez.
–He venido con Arcadia, la encargada de la guardería.
–Que entre. Llama a Greda, a tu madre, que hoy os quedáis aquí. Estás demasiado agotada como para conducir –dijo Manele.

Y Marcy no replicó.

lunes, 6 de octubre de 2014

Marcy (167)




Le pidió a Arcadia que la acompañara a la finca vinícola para no volver a pasar el mal trago de la última visita. Era sábado y la guardería estaba cerrada. Los niños se habían quedado con su abuela en Greda.
Las dos hicieron todo el recorrido charlando sin parar sobre la guardería y, casi sin darse cuenta, estaban en la puerta metálica de la propiedad.
Marcy paró el coche y pulsó el portero automático.
–Pasa, Marcy –era la voz de Manele.
Detuvo el coche en la plazoleta delantera y pidió a Arcadia que la esperase.
–Si te necesito, te llamo –le dijo.
Y entro en la casa de los suegros sin ninguna prisa. La puerta estaba abierta, pasó al recibidor y percibió una vaharada de vino rancio.
Esta ratonera siempre huele mal”.
Oyó conversación en el salón y decidió entrar sin más. Para su sorpresa, en la estancia estaban Manele y el subdirector de la Duxa Limited, charlando muy animados. Estaba con ellos el enólogo y se estaban tomando unos vinos en unas copas grandes, de tallo alto, que brillaban impecables al sol que se filtraba por las ventanas.
No había vuelto a ver al subdirector desde aquella cena en casa de ella, cuando hacían planes para la Unidad Internacional.
Parecían muy relajados.
–El viaje bien, ¿verdad? ¿Te hace un vinito? –dijo Manele.
Marcy estaba perpleja. Los caballeros se acercaron a saludarla.
–No, gracias, es demasiado pronto. Prefiero un refresco.
No vio a sus suegros por ninguna parte. Él pareció adivinarle el pensamiento porque dijo que sus padres se habían marchado al sur, de vacaciones. Que los médicos lo habían aconsejado así.
Manele pasó a la cocina y regresó con la bebida en una bandeja, donde también había colocado unos platitos con aceitunas y galletas saladas.
Se sentaron en el tresillo, el que Marcy conocía en aquel salón de toda la vida, y que siempre le había parecido horrendo. Era de ese tipo de maderas oscuras que desprenden un olor añejo y llevaba una tapicería fijada con hileras de clavos de cabeza redonda que estaba ya muy ajada y desprendida en algunos bordes, dejando ver el relleno de una especie de espuma amarillenta, llena de agujeros.
Manele colocó la bandeja en la mesa de centro y tendió las bebidas a cada uno.
–Por aquí todavía hace mucho calor –dijo él– los niños, ¿están con tu madre?
Ella asintió.
Los hombres tomaron de los aperitivos y terminaron el vino. Bebían con sed, pero el alcohol no parecía afectarles. Manele rellenó las copas.

No se esperaba semejante reunión. Ellos siguieron su tema de conversación sobre el resultado de la última vendimia.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Marcy (166)



Se sentía bien en su nuevo apartamento, en uno de los mejores edificios de la Milla de Oro de Greda, un inmueble moderno, que contenía todos los servicios que ella y sus hijos podían necesitar y que estaba cerca del Zeol Center. Y es que tenía medios para permitírselo.
Raúl no había reparado en gastos y le había otorgado un contrato de alto nivel para llevar adelante los proyectos para el desarrollo que ya tenía aprobados y pendientes de ejecución. Una nueva apuesta, decidida, de la Duxa Limited.
La angustia de su detención y la muerte de su padre habían sido los revulsivos que había necesitado para dar aquel giro a su existencia y abandonar el hogar conyugal. Y los pequeños se habían adaptado, de hecho, ya estaban acostumbrados a las prologadas ausencias del padre. No habían pedido muchas explicaciones y disfrutaban de lo lindo de su nuevo estilo de vida. “Qué más se puede pedir”.
Cuando el azar comenzaba a presentar su mejor cara, recibió la noticia del primer premio en el máster, con un contrato de un año, como profesora ayudante en la facultad.
Fue el propio Rafa quien se lo comunicó. Apareció en la puerta de su apartamento a primera hora de la mañana, llevando un ramo de flores en una mano, una bandeja de pasteles en la otra y el periódico debajo del brazo.
Se acomodaron en la cocina a desayunar, los niños aun no se habían levantado.
–Usted se lo merece todo, señorita –ese día se lo repitió mil veces.
–Venga, ya, Rafa, el máster te lo debo a ti, deberías ser tú el profesor en la facultad…
–¡Ni de broma, señorita!, ya se lo dije, que lo mío es ser bedel, inevitablemente; metido de vez en cuando a detective –él rió de buena gana.
Después de haber ocupado las primeras planas de los periódicos, el escándalo financiero pasó pronto al olvido y ni Lucas ni Sonia tuvieron mayores consecuencias. El principal implicado, Román, contra el que apuntaban las mayores acusaciones, ya estaba libre de cargos.
El bedel pensaba que el arquitecto y los suyos habían movido los resortes del poder de los Totale para zafarse una vez más.
–Rafa, por cierto, decías que ibas a pedir un traslado al sur por la salud de tu madre, ¿no?
–Resulta que…, señorita…, no se sabe. Mi madre, está cada vez mejor. Pudiera ser que no hiciera falta.
Notó el brillo de la felicidad en los ojos de su amigo y se alegró por él.
Ya habían dado cuenta de los pasteles y del café y él comenzó a ojear el periódico. Ella se levantó para recoger las tazas, colocó sus manos en los hombros de él y acercó sus labios a una oreja del joven.
–No estaría bien que mi ángel de la guarda se me fuera lejos, yo podría correr peligro –dijo ella, y Rafa le correspondió con una sonrisa espléndida.





lunes, 22 de septiembre de 2014

Marcy (165)



Nada más ver la cara de la madre, a la puerta de la habitación del hospital donde Arturo estaba ingresado, se dio cuenta de lo que iba a decirle.
–Hija, papá se puso muy grave… No pudo aguantar la infección. Se fue apagando como una vela y…, se murió.
Marcy lanzó un grito de dolor casi animal. Permaneció abrazada a su madre un tiempo indefinido.
–¿A que no merecía la pena seguir viviendo a costa de sufrir de esa manera? –dijo la madre, apartándose con suavidad– No había nada que hacer.
Marcy vio que en la cara de Amelia, pálida como la cera, no había lágrimas.
La dominó un acceso de llanto y dejó aflorar toda la tensión acumulada, apoyadas las manos en el canto de una mesa, sin ver nada más que su dolor, después miró a su madre a la cara.
–Quiero verlo, mamá.
–Pasa.
El cadáver estaba pendiente de ser retirado del cuarto, su cara, tan afilada, apenas recordaba al que fuera su tan querido y odiado padre.
–¡Papá!, ¡Papá! –le reclamó, como porfiando con él por no haberla esperado.
El tono se su voz bajó hasta convertirse en un susurro.
–Papi, te quiero, nunca te lo dije lo suficiente. Papi, te perdono, te perdono…
Echó la cara abajo para que su madre no la viera, aunque ésta había quedado unos pasos atrás, como respetando aquel diálogo final.
Quedaron sentadas las dos en unas sillas contiguas, cogidas de la mano, hasta que los empleados del tanatorio hicieron su aparición para llevar a cabo su oficio.
Marcy llamó a su antigua canguro para que se ocupara de los pequeños y se dejó llevar por la situación, con la mente en blanco, insensible.
Al día siguiente, a las cinco de la tarde, después de un sinfín de caras que saludaban y se condolían con ella y con su madre, tuvo lugar la misa. Reconoció a antiguos compañeros de trabajo de su padre, a sus tíos, vio también a Arcadia, García, Raúl y Rafa. Terminó la ceremonia y salieron al exterior de la iglesia, a esperar. El féretro fue arrastrado por una cinta transportadora a la sala de cremación. Tres horas después, cuando sólo unos pocos las acompañaban, llamaron a Amelia para que recogiera el sarcófago ovoide que contenía las cenizas.


lunes, 15 de septiembre de 2014

Marcy (164)


Rafa le explicó que aquello, aún cuando fuera verdad, era materialmente imposible, que un familiar suyo estaba trasplantado de riñón y después del trasplante necesitaban tantos cuidados médicos y tratamientos como antes.
–Aunque fuera verdad, se acabaría descubriendo. Inevitablemente. Parece que no ha tenido bastante, con todo lo que le ha ocurrido… –dijo, irritado, meneando la cabeza.
A Marcy le pareció que tenía toda la razón. No le molestaba en absoluto la regañina de su amigo, todo lo contrario.
–Y encima, para intentar esa locura, tener que pasar por testificar en falso. Le están intentando comer el coco, señorita, hacerle ir contra lo más sagrado. Apártese de esos delincuentes. Usted no se merece que la traten así. Usted tiene el alma más noble que yo he visto en mi vida.
El bocadillo del bedel quedó sin empezar en el plato y Rafa lo devolvió en la barra.
–A mí también se me ha quitado el apetito.
Ella terminó el botellín de agua y se levantó de la mesa como si le hubieran quitado mil kilos de peso de encima.
–Rafa, ¿sabes que eres para mí como el hermano que siempre quise tener? Eso y más. Estoy muy contenta de lo tuyo con Arcadia. Os quiero a los dos.
El semblante de preocupación de su amigo se transformó.
–No puedes disimularlo, ¿ah? 
Lo dejó en su puesto de trabajo y salió lanzada hacia el Zeol Center. Subió al gabinete del abogado y le dijo que, sin más tardanza, enviara al juzgado un escrito en su nombre renunciando a hacer cualquier tipo de declaración sobre el caso de Román.
Pasó después por el despacho de Raúl. El directivo acababa de llegar de un viaje de negocios, de varios días, a la sede central de la Duxa Limited.
Marcy había preferido no decirle nada hasta que estuviera de vuelta.
En cuanto lo vio, no fue capaz de reprimir las lágrimas. Había acumulado tanta tensión aquellos días que le faltaba el aire para explicarse y las palabras le salían a borbotones casi ininteligibles.
Raúl avisó a la secretaria para que no los interrumpieran, bajo ningún concepto.
–Antes o después tenía que pasar –dijo él, lacónico.
Marcy lo miró con los ojos enrojecidos.
–Después de lo que hemos hecho, era de esperar algo así. Ya sabía que esa caterva de malditos intentaría hacernos daño, pero lo que más lamento es que te haya salpicado a ti.
Ella no era capaz de entenderle.
–Desde que Román se fue de la Duxa, me la tienen guardada. Su padre, ese señor tan agradable que has conocido, que se llama León, nunca me perdonó que echara de aquí a su hijo, se ve que tenía aspiraciones de que el niño llegara a la cumbre de esta empresa Pero, ¿qué quieren? Ésta no es una compañía de forajidos.
La miró, directo, a los ojos.
–Ser directivo es lo que tiene, tienes que cortar cabezas y luego eso tiene consecuencias. Siempre he pensado que León es quién nos ha metido el cáncer en la Unidad Internacional, ha corrompido a nuestros ejecutivos, nos ha hecho mucho daño.
Marcy le explicó que lo había comentado todo con Rafa y que había seguido su consejo.

–Ese amigo tuyo es una joya, Marcy, qué talento más desaprovechado.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Marcy (163)


Ya se había iniciado el curso académico en la facultad y los estudiantes pululaban, cargados de libros y apuntes, en un hervidero de actividad. Marcy sintió una especie de extrañeza al verse allí de nuevo. Como si hubiera pasado muchísimo tiempo desde la última vez.
Vio a Rafa en su lugar, detrás del mostrador de recepción, luciendo su aspecto habitual, tan pulcro y un punto anticuado, tan tierno. Fue hacia él y le dio dos besos estirando su cuerpo por encima del tablero.
–¿Tendrás un momento cuando acaben las clases? –le preguntó.
Esperó a que la marabunta de estudiantes fuese abandonando el centro y el bedel pudiera cerrar su puesto de trabajo. Fueron a la cafetería, el que fuera su cuartel general.
Rafa pidió un bocadillo y un refresco. Marcy sólo quiso una botella de agua. Su amigo la miró con extrañeza.
–No tengo apetito, Rafa.
Se sentaron en la mesa de siempre, desde donde se divisaban magníficas vistas del Parque Central que en ese momento ya lucía las infinitas tonalidades otoñales de verde, naranja y amarillo.
–Sé que estará sumamente preocupada por su padre, señorita, como no podría ser menos. Pero lo primero de todo es que usted tiene que cuidarse, que ha pasado mucho, y la salud es lo primero.
Nadie se había interesado jamás por ella tanto como Rafa. Nadie. Ni siquiera sus propios padres.
–Tengo que decirte algo, Rafa, algo muy delicado.
Le explicó con todo detalle lo sucedido con los padres de Román, lo que le exigían, la espantosa filmación que le habían mostrado.
–No crea eso, señorita. Aún inclusive esa grabación es falsa, con el único propósito de forzarla a usted. Pudiera ser que lo que vio ni siquiera fuera la operación de una persona. Se valen de métodos así de siniestros para conseguir lo que quieren.
A Marcy le parecía que Rafa era la persona más inteligente y fiable que había conocido en su vida.



lunes, 1 de septiembre de 2014

Marcy (162)


La sorpresa de Marcy fue mayúscula cuando recibió la llamada de García citándola en su oficina de la Duxa  Limited para arreglar, según le dijo, algunos flecos pendientes.
A aquellas alturas cualquier noticia que procediera del contable le ponía los pelos de punta.
Su despacho estaba ordenado y limpio. Olía a un ambientador de limón. Él la recibió y, con la eficiencia de los profesionales de los números, le presentó unos documentos para firmar.
–Es sólo un momento, firma aquí y aquí. Es la liquidación de una sociedad que tenías con Román y la venta de unas propiedades ligadas a la sociedad. Esto es para recuperar el dinero y restituirlo.
Después sacó otros papeles más para firmar.
–Estos son para vender bienes que figuran vinculados a la guardería que tienes. Hay de deshacerse de ellos, pueden comprometerte. Tenemos que limpiarlo todo a fondo.
No entendía cómo podía haber sucedido aquello.
–¿Bienes vinculados a la guardería?
–En efecto. ¿Tú nunca diste a nadie documentos de la guardería?
Ella negó con la cabeza.
–Entonces es que te los robaron.
A veces sospechó que Laura se metía en la oficina de la guardería a revolver.
–Puede ser. El caso es que se arregle cuanto antes.
El contable la tranquilizó al respecto. Aquellos eran los últimos cabos sueltos del tema económico.
Román ya tenía arreglado todo lo suyo.
–De Manele, ¿sabes algo?
–Sí, ahora está en la finca de sus padres. Se ha hecho cargo del negocio de vinos.
García le explicó que la oficina internacional de la Duxa había sido extinguida a raíz del escándalo. Que Sonia había regresado a su país.
Del subdirector de la Duxa no se sabía nada.
Iba a despedirse cuando recordó que García sufría, como ella, por la enfermedad de su padre, y le preguntó por él.
–Muy mal, Marcy, está muy mal. Tantas operaciones, tantos tratamientos…, para nada. Lleva tiempo metido en la cama, sin ver ni oír, con la cabeza perdida. No merece la pena.
García ya había aceptado lo irremediable.
–Y el tuyo, ¿cómo está?
–Por un estilo. Esperando cualquier día lo peor. Ya estamos agotados.
Después de dejar a García quiso ver a Raúl, para descargar en él su zozobra, recibir su apoyo, pero no se encontraba en el edificio. De remate, su secretaria le dijo que habían llamado del departamento jurídico preguntando por ella. Marcy se acercó por el despacho del letrado y éste le presentó una citación para que acudiera a declarar al juzgado por el asunto de las lesiones de Román.
Su cabeza estaba a punto de estallar.

Tenía que tomar una decisión.

lunes, 25 de agosto de 2014

Marcy (161)

Sabía que en cuanto Román mejorara iba a tener que responder ante el juez. Pero también sabía que los padres de él iban a allanar todos los caminos para que saliera indemne.
A diferencia de su pobre padre, el arquitecto salió de alta del hospital y fue trasladado a su domicilio.  Laura avisó a Marcy y le dijo que Román estaba en plena posesión de sus facultades mentales, salvo por una laguna de memoria que abarcaba desde que se levantó de la mesa, en el restaurante de Pancho, hasta que salió del coma. Sólo que hablaba con mucha dificultad y necesitaba ayuda para cualquier movimiento. Los médicos habían dicho que la recuperación iba a ser larga.
Marcy lo visitó ya el primer día que regresó a su casa. Apenas pudo comunicarse con él.
–Intenta decirte que está muy apenado por todo lo que pasó –dijo Isabel, mientras Román farfullaba palabras ininteligibles para Marcy.
No era para ponerse a reñir con aquel hombre.
Isabel lo rodeaba de cuidados y atenciones de todo tipo, sentado en su sillón favorito y rodeado de almohadones para mantenerle erguido. Marcy observó que tenía la boca torcida y que no movió ni un músculo en todo el rato que ella estuvo en la casa.
Pero de los padres de él allí no había ni rastro.
Seguro que culpaban también a Isabel, en cierto modo, de aquella desgracia.
–¿Qué tal lo llevan tus suegros? –preguntó Marcy.
–Les está costando, sobre todo a su padre.
Quiso limitarse a una visita de cortesía, sin indagar demasiado.
Isabel ya no parecía tan afectada, estaba tan arreglada y bella como siempre.
–Veo que tú ya estás mucho mejor –dijo Marcy, en tono muy medido.
–Hay que afrontar esta mierda, chica. Por falta de medios no va a quedar…
A Marcy le pareció brutal el tono despectivo que percibió en Isabel.
Pensó que Isabel estaba resentida, desde siempre, con Román, por no haberse casado con ella y que, a lo mejor, aprovecharía la circunstancia de debilidad de él para hacer presión, para lograr sus fines. Seguro que algo tramaba.
Eres la misma hija de puta de siempre, púdrete con tu dinero. Que te entierren con él como a los faraones”.
Se marchó de aquella casa con el estómago revuelto.
No tardó en correrse la noticia de que Román había salido libre de las acusaciones de delitos económicos que pesaban sobre él y todo quedó justificado como errores contables sin ningún propósito de contravenir las leyes.
Cosa muy fácil para León, su poderoso padre.

Y tampoco tardó en saberse que existían planes de boda entre la rubia y el arquitecto.