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lunes, 22 de diciembre de 2014

Marcy (178)



No había tardado en presentarse la quiebra de la división financiera de Lank Corporate dejando el camino libre de competidores a la Duxa. Los empleados fueron recolocados en otras sedes de la la corporación y el Trass Building quedó convertido en un edificio fantasma, una sombra de lo que había sido, allí plantado, desocupado, haciendo un feo contraste con los demás rascacielos de la Milla de Oro de Greda.
No volvió a saber de Nacho hasta que un día se lo encontró, por casualidad, con su hijo, por las calles de Mazello, cuando ella iba a hacer unos recados a su antigua vivienda.
Se tropezó con él de frente, no hubo manera de esquivarlo.
–¡Cuánto tiempo guapetona! ¿Qué es de tu vida?
Parecía como si nada hubiera pasado.
–Trabajando Nacho, ya sabes, a los pobres no nos queda otro remedio. ¿Tú? –dijo ella, circunstancial.
No sabía dónde meterse.
–Me he pedido un año sabático, me decidí a hacer la tesis. Luego ya veremos.
Se quedaron en silencio unos segundos. Nacho le dio unas monedas a Miguelito y el niño corrió a un kiosco cercano a comprar golosinas.
A Marcy no le pareció que su antiguo compañero estuviera resentido con ella.
–También voy a un psicoanalista.
Marcy le miró interrogante.
–Después de lo que pasó me dio un bajoncillo..., pero estoy mucho mejor, oye.
Ella no le encontraba nada decaído.
–Me alegro un montón, Nacho.
Ella se atrevió a ir más allá. Lo había pensado muchas veces.
–Yo tengo que estarte muy agradecida. Tú me abriste los ojos. Mucho de lo que tengo ahora te lo debo a ti, no creas que se me olvida.
El pareció algo incómodo. El niño ya se acercaba con las chuches.
–¡Ja! ¡ja! No me sirvió de mucho para conquistarte, maja –dijo, soltando una risotada detrás de otra.
Ella se quedó parada.
–¡Dice el psicoanalista que estoy enamorado de ti!
Le pareció otra vez el mismo Nacho de siempre, su compañero de carrera, simpático, provocativo, divertido.
–Pero estoy viéndome otra vez con mi ex, lo estamos intentando de nuevo.
–Estupendo, veo que ese doctor está haciendo prodigios, Nacho.
Y se comenzaron a reír los dos como si volvieran a tener veinte años, a carcajada limpia, hasta que llegó el pequeño y se despidieron como si nada hubiera pasado.
Había quedado en su piso de Mazello con un empleado de la compañía del gas para que hiciese la última lectura y les facturasen el último recibo.
El tiempo que llevaban sin vivir allí había hecho mella y todo le pareció demasiado feo, pequeño y deteriorado. Los cuartos de baño tan obsoletos, la pila del fregadero sin ningún brillo. Percibió olor a cañerías sucias.
Le costó trabajo aceptar que hubiera estado viviendo allí tantos años y no se diera cuenta de ello.
Su retina ya estaba acostumbrada a otra cosa.
En cuanto llegó el empleado y tomó nota de los números se fue casi detrás de él.
Cerró la puerta y ni se molestó en echar la llave.

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