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lunes, 1 de diciembre de 2014

Marcy (175)

Los integrantes de la misión estaban ansiosos por recibir a los visitantes del primer mundo y les obsequiaron con unas porciones de comida típica, una especie de guiso farináceo con algunas briznas de carne, casi invisibles, y un vaso de leche rosada.
Les mostraron las instalaciones y después un panel de corcho, con las fotografías de los niños entregados en adopción.
–Por cierto, ¿comprobáis bien el destino de los niños? –preguntó Marcy.
–Lo comprobamos todo, con todos sus papeles legales cien por cien.
–Pero lo verificáis bien de verdad, ¿no?
Raúl la miro, perplejo por la insistencia de Marcy.
Ella no dejaba de recordar aquella película ni un sólo día.
–Algún día te diré lo que estoy pensando ahora mismo –dijo, en voz baja, a Raúl.
Después salieron al exterior, donde un sol abrasador lanzaba llamaradas de fuego desde su zenit. Todo en derredor era tierra seca, estéril, a cada paso se levantaba una tremenda polvareda. Los animales, escuálidos, merodeaban entre la gente.
Y en medio de todo ello las caras de los niños, alegres, sonrientes, de piel de ébano y pelo corto y duro como el alambre.
Casi llevados en volandas por la chiquillería llegaron a un pozo de agua recién construido, donde unas mujeres ataviadas con túnicas de vivos colores extraían el líquido con cubos de plástico.
Hacía un calor terrible y la luz era cegadora, Marcy no estaba acostumbrada a aquel clima tan extremo.
Sintió la inminencia de un desvanecimiento y se sentó en el bordillo de hormigón. Raúl le acercó una botella de agua y ella retiró el tapón y se la echó por encima de la cabeza.
–Mataría ahora por un vaso rebosante de tres tercios bien frío.
Era una mezcla de sangría, naranja y gaseosa, a partes iguales, que a ella le encantaba en verano.
Al lado de donde estaba sentada, se leía en una placa de metal incrustada en el cemento: “Duxa Limited”.
Se puso en pie y abrazó a Raúl.
–Ha merecido la pena el viaje –dijo él.
Miró a la cara a los chiquillos que los rodeaban y vio detrás de cada cara la de sus propios hijos. Asintió con la cabeza.
Allí ya no había falta de agua limpia.

Se sintió más orgullosa que nunca de pertenecer a una gran compañía.

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