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lunes, 30 de marzo de 2015

Marcy (192)


Tardaron menos de dos horas en el trayecto hacia la bodega a bordo del imponente vehículo de gran cilindrada de Raúl. Él conducía bastante más rápido que Marcy.
Había querido acompañarla para recoger a los niños después de su tiempo de estancia con el padre y ella había accedido.
–Querida, ¿te has asegurado de que esté el subdirector?
–Claro que está allí. Todos los días que he hablado con los niños estaba. Debe vivir allí.
Raúl conocía, a través de Marcy, los cambios que se habían producido en la bodega y los proyectos de los nuevos socios. Incluso le había dicho que le habían propuesto entrar en el negocio, que querían darle un enfoque diferente, nuevo.
Marcy se dio cuenta de que Raúl no sentía la más mínima inquietud al respecto y a ella le pareció el hombre más seguro de sí mismo que había sobre la faz de la tierra.
–Todos tenemos un pasado, querida. Yo también he tenido parejas antes que tú. Estamos iguales.
Marcy, por el contrario se sentía algo nerviosa por aquel encuentro.
No sabía cómo reaccionaría Manele, ni en qué términos se produciría el acercamiento entre Raúl y el antiguo directivo de la Duxa.
Hacía muchísimo frío, lo notó cuando pararon a tomar un café a mitad de camino. Dentro del vehículo de lujo no se sentía la brisa heladora de La Vitia. Una niebla espesa dificultaba la visibilidad, tanto que el vehículo parecía ir a tientas, flotando en medio de la nada. Poco antes de llegar a la finca comenzó a despejar y, cuando accedieron a la verja de entrada, ya lucía el sol, que arrancaba brillos resplandecientes al campo, empapado por el rocío de la noche. Las vides mostraban sus esqueletos desnudos, retorcidos, escoltando a las edificaciones por los cuatro costados.
Al detenerse, el vehículo se deslizó unos centímetros sobre una placa de hielo que había pasado desapercibida.
En aquel páramo, durante el invierno, siempre hizo un frío de muerte.
Bajaron del coche y miraron en derredor, la puerta de entrada estaba arrimada y apenas se veía actividad.
Marcy se fijó en que alguien estaba podando las vides a unos cincuenta metros de donde ellos estaban. Vestido con vaqueros y jersey de cuello alto negro, levantó una mano para saludar.
–Creo que está ahí –dijo Marcy.

Se acercaron a Manele, que estaba operando sobre los viñedos con una tijera de podar eléctrica. Los hombres se saludaron con un apretón de manos correcto. Ella dio dos besos a su ex marido y notó que olía a musgo fresco.

lunes, 23 de marzo de 2015

Marcy (191)


Hacía un tiempo que Raúl le había explicado a Marcy los inicios tan difíciles que tuvo el Zeol Center, cuando era una obra de arquitectura magnífica que iba a ser inaugurada, y que había convertido a Greda en el ombligo del mundo.
Estaban en el apartamento de él, tumbados en la cama hablando durante horas y horas de todo en general y de nada en particular, sin ninguna obligación ni apremio de ningún tipo.
Sus hijos estaban en el apartamento de ella, con la abuela, seguro que jugando con la consola. Amelia estaría ordenando cosas o cocinando o viendo un programa de cotilleo en la televisión.
Cuando estaban así, lo único que ella echaba de menos era que, unos pisos más arriba, estuviera su padre al lado de su madre. Pero aquello no era posible. Abrazó a Raúl con fuerza, temiendo perderlo alguna vez.
–¿Qué me estabas diciendo de la inauguración de Zeol? –preguntó ella.
Estaban en la penumbra del dormitorio de él, dejando que la tarde se extinguiera, tumbados panza arriba, uno al lado del otro.
–Fue el segundo día peor de mi vida, el primero fue el día que lo perdimos.
–¡Venga, cuenta!
–La obra había marchado sobre ruedas, teníamos a Román como arquitecto, era su primer trabajo de envergadura, la habíamos coronado y habíamos puesto la bandera en la cumbre. Fuimos a pedir los permisos correspondientes para el fin de obra…
Él se interrumpió unos segundos y comenzó a acariciar el cabello de Marcy.
–En la municipalidad exigieron el título de arquitecto y Román confesó que no lo tenía.
–Pero bueno, ¿no es arquitecto? –ella estaba pasmada.
Recordó que Rafa le había dicho hacia tiempo que se había corrido ese rumor.
–No tiene el título, no lo tenía. Él fue el clásico niño de papa que echó años y años en la universidad. Fue un tarambana, al parecer. Y no sacó el título.
Raúl extendió las manos, agitándolas en el vacío, como si aún no pudiera entender aquello.
–Ni te lo imaginas, sin el fin de obra y con la inauguración inminente, las autoridades avisadas, yo el responsable de todo… Quise morirme.
–Pero pudisteis resolverlo.
–Fue el subdirector el que nos sacó del atolladero. Él es un loco de la arquitectura, ya lo sabes, y tenía arquitectos importantes conocidos, con influencias en la facultad.
–Pero Román había dirigido la obra bien, ¿no?
–Seguro. Si él sabe un montón, después de tantos años, ¡como para no saber! Y tenía un gran equipo. Tuvimos que sacarle el título de repente, de un día para otro.
Marcy se apoyó sobre los codos y le miró, perpleja.
–¿Sacarle el título?
–Sí. ¿Qué hacer si no? Imagina el escándalo, en el centro de Greda, en la Milla de Oro, el rascacielos más alto hecho por uno que no es ni delineante. Para echar a correr.
Él colocó sus manos, entrecruzadas, debajo de su cabeza.
–Al final todo salió de cine. Presentó el título y se inauguró el Zeol y todos tan contentos. Cuando se lo comuniqué a la plana mayor de la compañía le echaron sin contemplaciones.
–Pues me habías dicho que la causa fue que no gustaba a los accionistas.
–Como para gustar, ¡si era un botarate! Ya había tenido el lío de Imomonde y después lo del título, la compañía ya no le perdonó. ¿Te has fijado en todo lo que he tenido que pasar hasta tenerte entre mis brazos?
El rió y se la echó encima, como tanto le gustaba hacer.
–Ese fue el gran fallo de León, que por querer colocar a su hijo tan alto, lo acabó haciendo un desgraciado, eso creo yo. Tanto se quiere a los hijos que luego pasan estas cosas.
La sujetó con brazos y piernas como en una llave de judo, ella forcejeaba por zafarse.
–En honor a la verdad, a mí, más que los hijos, me gustan las mujeres.
Ella advirtió que la tenía muy bien enganchada.
Le era imposible resistirse a aquel hombre tan bello, tan inteligente.

No se resistió.

lunes, 16 de marzo de 2015

Marcy (190)


Llegó la primera Navidad viviendo separada de su marido y fue muy diferente para Marcy en todos los sentidos. Su vida ya poco tenía que ver con la que llevara en Mazello durante tantos años, su padre había muerto y trabajaba en una gran compañía. Volvió a vivir en directo, a diario, el bullicio de la gran ciudad engalanada para las fiestas, los grandes almacenes reclamando ventas especiales, la decoración multicolor de las calles, las farolas con altavoces acoplados que emitían música clásica de la mañana a la noche.
El ir y venir de los viandantes y el tráfico daba una vitalidad a la urbe que Marcy casi no recordaba, después del tiempo de aislamiento en Mazello.
Volvió a disfrutar del placer de las compras especiales y de los preparativos de Navidad.
Le correspondió estar con sus hijos la primera mitad de las fiestas. La segunda parte correspondía al padre y los niños irían a la finca para recibir el año. Era la primera vez que, de manera oficial, iba a producirse semejante reparto.
Aún no había tomado una decisión acerca del tema de la bodega.
No tardó en enterarse de que Manele había iniciado una relación con la mosquita muerta de la finca de al lado, la eterna solterona que parecía haber estado apostada, a la espera del derrumbamiento de su matrimonio.
Y ya le daba igual.
Fueron sus propios hijos quienes la avisaron por teléfono, el día de Nochevieja, cuando les llamó para felicitarles.
–¡Papá tiene una novia! ¡Papá tiene una novia! –dijo Manu a voz en grito, al aparato.
–Chsss, habla bajito, cariño, vosotros estáis bien, ¿no?
–Sí mami, hemos tomado las doce uvas, Pablo se atragantó.
Después se puso Pablo al teléfono.
–No le creas mami, ya sabes como es. Estamos pasándolo chachi –dijo con su voz de hombrecito recién estrenada–. ¿Estás contenta?
–Sí, mi príncipe. Estoy con Raúl, vamos a ver una película. Aquí no sé quién vino y dejó un montón de regalos para vosotros.
–Dime qué tienen, mami, ¡porfa!
Marcy le explicó que había cientos de regalos, envueltos en papeles de muchos dibujos y colores, que los paquetes eran tan grandes que apenas pudieron meterlos por la puerta. Que por eso Papa Noel había tardado más de lo debido y que depués había tenido que pedir la baja laboral.
–Mamá, me estás tomando el pelo. Ahora, aquí, las viñas en vez de uvas dan caramelos. ¡Para que te chinches!
–¿Y a ti como te gustan más, con uvas o con caramelos?
–A mí con caramelos, me estoy poniendo morado.
Le encantaba bromear con su hijo mayor.
–¡Mami, vale ya! ¿Cuándo vienes a buscarnos?
–Dentro de quince días cariño.
Se despidió de los niños y se acomodó en el sofá de su casa, al lado de Raúl.
Tomó su copa y brindó con él, por el año nuevo, una vez más.
–¿Están bien?
–Sí, mi amor, mejor de lo que esperaba. Venga esa película.
Extrajo una extensión de la parte inferior del sofá y estiraron los pies encima de ella. Marcy tomó una manta de punto que olía a un fresco suavizante de la ropa. A Marcy le pareció mejor que el perfume más caro que pudiera haber en el mundo.
Se taparon con ella.

–Ya puedes darle al play.

lunes, 9 de marzo de 2015

Marcy (189)



Llegó a su antigua vivienda de Mazello con tiempo suficiente y depositó en el buzón un sobre con la propuesta de su abogado para las medidas provisionales y el cinquillo de brillantes que Manele le había regalado. Había que hacer oficial la separación.
Se dirigió al Café de la Esquina y tomó asiento en una mesita redonda, al lado de la cristalera, que le permitía ver el portal de su antigua vivienda. Antes de que el camarero pasara a tomarle nota vio como un taxi paraba delante del portal y Manele salía hacia la casa.
–Perdone, tengo que marcharme –dijo al mozo.
Se lanzó a la calle, a buen paso, y llegó al portal donde su aún marido se encontraba pulsando repetidamente el portero automático.
La miró serio, abatido.
–¿Tienes tú llave?, yo no la he traído –dijo él.
–Manele, yo ya no vivo aquí.
El pareció aceptarlo con naturalidad, aunque Marcy notó que trataba de contenerse.
–¿Sabes? Si hubieras colaborado todo hubiera podido arreglarse. Sólo buscaba lo mejor para nuestra familia –dijo él, mirándola, afligido.
Ella notó el efecto de las palabras de él y, por un momento, tuvo miedo de caer de nuevo en la red de los ojos negros, profundos, de Manele. Apartó la vista unos centímetros, la silueta de los Montes del Norte se alzaba tras él, a lo lejos, y ya se apreciaban las primeras nieves en los altos. La luz del sol de invierno alumbraba arrancando un brillo cegador.
–Manele, yo ya no te quiero.
Se dio media vuelta con seguridad, como si se tratara de una coreografía bien ensayada, cumpliendo todos los pasos, para que ningún resquicio de debilidad pudiera asaltarla.
–¿Y lo de la bodega? Prometiste que lo pensarías.
–Eso ya lo veremos –dijo, de espaldas a él.

Un viento suave y frío azotó su cara y, mientras él permanecía inmóvil, sin volver la vista atrás, ella tomó su coche, perdiéndose calle adelante en dirección a Greda.

lunes, 2 de marzo de 2015

Marcy (188)


–Se nota mucho la falta, ¿a que sí? –dijo la madre.
No dijo nada y se levantó para tomar una taza de la vitrina, la que usaba su padre con más frecuencia.
–¿Me pones aquí mi café, mamá?
No quería hablar del padre, ni de cómo se vería modificada la vida de su madre al quedarse sola, lo que quería era hacerse presente a Amelia, que viera que su hija estaba allí para lo que fuera.
Marcy tuvo la sensación de que la madre iba a preguntarle sobre su matrimonio.
–Tengo que pedirte perdón, hija. Lo mismo estuve muy equivocada cuando te hablaba de tu marido.
No entendía por dónde iban las cosas, porque sabía seguro que Amelia, por fortuna, no se había enterado ni de la detención ni de la mudanza. Aún no había tenido la oportunidad adecuada para comunicarle su traslado y, respecto a lo primero, no quería que lo supiese jamás.
Miró a su madre interrogante.
–Quien es mi hija eres tú y te apoyaré a ti siempre. Si tú no eres feliz, hija, haz lo que tengas que hacer, pero no pases una vida desgraciada como la mía. Yo lo que quiero es que seas feliz.
Se veía que tenía las palabras pensadas y las recitó con seguridad. Marcy no se esperaba aquella confesión. Apenas hiló algún comentario y cuando abrazó a su madre, para irse, la apretó con fuerza.
–Hasta mañana, mami. Vendré por aquí a que decoremos esto juntas, tienes todo un poco anticuado.
Al franquear la puerta y dejar atrás a Amelia sintió desvanecerse el abismo que las había separado durante años y pisó más fuerte aún. Sintió la sangre correr caliente y libre por sus venas, como si su madre le hubiera insuflado la vida por segunda vez.