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lunes, 29 de diciembre de 2014

Marcy (179)



Se había tomado el día libre. Laura le había pedido que la acompañase a hacer un recado, que no quiso desvelar, y Marcy quedó con ella en pasar a recogerla a su trabajo a primera hora de la tarde. Después de un rato de brujulear por Mazello decidió hacer una visita a Arcadia, a la guardería.
La joven llevaba un tiempo haciéndose cargo por entero del centro. Había obtenido el permiso de residencia y la convalidación definitiva de su título académico y ya figuraba como titular del negocio. Hacía unos días que habían quedado ella y Marcy en la municipalidad para llevar a cabo el traspaso.
Comprobó con satisfacción que estaba allí de sobra. Arcadia había tomado una empleada y tenían tanto trabajo que Marcy apenas pudo cruzar dos palabras con ellas.
Marchó a comer un pincho de tortilla al Café de la Esquina y después se fue a pie hasta el ayuntamiento a recoger a Laura.
La funcionaria la esperaba, ansiosa, ya a la puerta del centro social.
Tenía resuelto desde hacía tiempo no guardar rencor, ni a ella ni a los demás. Todos, al final, se habían tenido que comer lo suyo.
No seré yo quien te juzgue, hermana”. Y fue aproximándose a ella.
La otra le salió al encuentro.
–Vamos, chula –le dijo la amiga.
–Qué será lo que te traes entre manos, Lau.
Su hija ya había vuelto al colegio con normalidad.
Se engancho del brazo de Marcy, como una vieja, y la llevó por la acera casi en volandas, a toda marcha.
Iba vestida con su habitual y pésimo gusto, con una falda de vuelo marrón que la hacía gorda, sin serlo, y una chaqueta que le quedaba desencajada de hombros, demasiado grande para su talla, verde botella; las dos prendas no tenían nada que ver entre sí. Llevaba el pelo cortado cuadrado, con canas, de cualquier manera.
Marcy iba con unos sencillos tejanos, ajustados con cinturón de piel, y una blusa de rayas azules marineras metida por dentro, marcando su estilizada figura. Su pelo brillante, recogido en una cola de caballo.
–Caray, qué impaciente –dijo Marcy.
Tomaron un taxi y salieron de Mazello, un kilómetro más o menos, en dirección a Greda.

–Pare aquí –dijo Laura.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Marcy (178)



No había tardado en presentarse la quiebra de la división financiera de Lank Corporate dejando el camino libre de competidores a la Duxa. Los empleados fueron recolocados en otras sedes de la la corporación y el Trass Building quedó convertido en un edificio fantasma, una sombra de lo que había sido, allí plantado, desocupado, haciendo un feo contraste con los demás rascacielos de la Milla de Oro de Greda.
No volvió a saber de Nacho hasta que un día se lo encontró, por casualidad, con su hijo, por las calles de Mazello, cuando ella iba a hacer unos recados a su antigua vivienda.
Se tropezó con él de frente, no hubo manera de esquivarlo.
–¡Cuánto tiempo guapetona! ¿Qué es de tu vida?
Parecía como si nada hubiera pasado.
–Trabajando Nacho, ya sabes, a los pobres no nos queda otro remedio. ¿Tú? –dijo ella, circunstancial.
No sabía dónde meterse.
–Me he pedido un año sabático, me decidí a hacer la tesis. Luego ya veremos.
Se quedaron en silencio unos segundos. Nacho le dio unas monedas a Miguelito y el niño corrió a un kiosco cercano a comprar golosinas.
A Marcy no le pareció que su antiguo compañero estuviera resentido con ella.
–También voy a un psicoanalista.
Marcy le miró interrogante.
–Después de lo que pasó me dio un bajoncillo..., pero estoy mucho mejor, oye.
Ella no le encontraba nada decaído.
–Me alegro un montón, Nacho.
Ella se atrevió a ir más allá. Lo había pensado muchas veces.
–Yo tengo que estarte muy agradecida. Tú me abriste los ojos. Mucho de lo que tengo ahora te lo debo a ti, no creas que se me olvida.
El pareció algo incómodo. El niño ya se acercaba con las chuches.
–¡Ja! ¡ja! No me sirvió de mucho para conquistarte, maja –dijo, soltando una risotada detrás de otra.
Ella se quedó parada.
–¡Dice el psicoanalista que estoy enamorado de ti!
Le pareció otra vez el mismo Nacho de siempre, su compañero de carrera, simpático, provocativo, divertido.
–Pero estoy viéndome otra vez con mi ex, lo estamos intentando de nuevo.
–Estupendo, veo que ese doctor está haciendo prodigios, Nacho.
Y se comenzaron a reír los dos como si volvieran a tener veinte años, a carcajada limpia, hasta que llegó el pequeño y se despidieron como si nada hubiera pasado.
Había quedado en su piso de Mazello con un empleado de la compañía del gas para que hiciese la última lectura y les facturasen el último recibo.
El tiempo que llevaban sin vivir allí había hecho mella y todo le pareció demasiado feo, pequeño y deteriorado. Los cuartos de baño tan obsoletos, la pila del fregadero sin ningún brillo. Percibió olor a cañerías sucias.
Le costó trabajo aceptar que hubiera estado viviendo allí tantos años y no se diera cuenta de ello.
Su retina ya estaba acostumbrada a otra cosa.
En cuanto llegó el empleado y tomó nota de los números se fue casi detrás de él.
Cerró la puerta y ni se molestó en echar la llave.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Marcy (177)


Permanecieron así mucho rato, una eternidad, hasta que ella se quejó de frio en los pies.
Él se inclinó y la pellizcó en una pantorrilla simulando el mordisqueo de una alimaña. Ella se apartó de un salto y, cuando se percató de la broma, él empezó a corretear haciendo cabriolas en dirección al hotel.
–¿A que no me pillas?
En su carrera él se enganchó con el borde de la túnica y se vino al suelo, se dio la vuelta y se quedó panza arriba, estaba rebozado como una croqueta.
Ella se partió de la risa, fue hacia él y se lanzó encima.
–Ahora me voy a vengar yo, ¡señor director!
Comenzó a recorrer sus axilas con destreza.
–Cosquillas no, ¡clemencia!¡clemencia!
Las carcajadas nerviosas de él la estaban divirtiendo de lo lindo.
Pero dejó la tortura y se puso de pie, le tendió una mano y él, sin terminar de una vez de jugar, simulando que se levantaba, la atrajo de nuevo sobre sí.
Ella se cayó encima otra vez y él la besó con fuerza, inmovilizándola encima de su cuerpo. Y ella le correspondió con el mismo ímpetu, sujetando la cabeza de él con sus manos y sellando sus labios con besos cada vez más apasionados.
Ella observó que no había nadie en ese instante. Levantó la túnica de él y luego la suya.
No llevaban ropa interior. Actuó con un movimiento preciso y a la primera, manteniéndolo enlazado y a un ritmo apenas perceptible.

Cada uno vertió en el oído del otro jadeos de placer, como si fueran un preciado secreto. Quedaron después, un buen rato, amontonados, como dos animales extenuados y satisfechos.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Marcy (176)

Al finalizar la visita subieron de nuevo al cuatro por cuatro para ir al hotel, que distaba un par de horas del poblado. Era tan sencillo que disponía sólo de las comodidades más elementales, pero a Marcy, agotada por la travesía, tomar una simple ducha, comer y descansar en una habitación con aire acondicionado, le pareció un lujo impagable.
Desde la ventana de su habitación se divisaba un inmenso mar de dunas que, con el caer de la tarde, iba adquiriendo todas las tonalidades del rojo.
Marcy notó sus ojos secos, irritados. Una empleada les suministró un colirio y Raúl se apañó para colocarle dos gotas en cada ojo. Ella parpadeó con fuerza y lo miró despacio, su cara colocada sobre la de ella, con sus ojos verdes que la miraban con su característica suavidad.
Aún en ropa interior se apreciaba la clase del director general. Marcy le profesaba una admiración que bordeaba la idolatría.
Cómo podré tener a éste hombre sólo para mí, en este lugar de ensueño”, ese pensamiento le produjo una felicidad casi dolorosa. Como un miedo a perderlo todo. Como si quisiera que aquel momento no acabara nunca.
–Ahora que estás mejor, ¿vamos a ver las dunas? –dijo él.
–Por mi perfecto.
Se echaron por encima unas túnicas blancas que había en el cuarto de baño y se calzaron unas babuchas de colores. Salieron al exterior y se acercaron a un tenderete donde había unas pocas mesas y unos cojines gruesos y redondos desperdigados por el suelo. El camarero les sirvió té en unos vasitos de cristal.
Se sentaron a la entrada para ver la puesta de sol y, cuando se hizo de noche, Marcy pudo ver el cielo más estrellado que había visto en su vida.
Se había levantado un frío de mil demonios. El cogió una toalla grande de un montón que había en un estante.
–Me estoy helando –dijo ella, tiritando.
–Ven para acá.
Él estaba de pie, se había tirado la toalla encima, y la tenía sujeta por dos esquinas como si fuera una capa, con los brazos extendidos. Ella se levantó y se arrimó a él. Raúl la abarcó por entero con la toalla y quedaron envueltos los dos en medio de la oscuridad y del más absoluto silencio. Sólo dos corazones latiendo pegados, piel con piel y el leve murmullo de su respiración. La cabeza de ella apoyada en el pecho de él.

No había otro lugar mejor en el mundo donde tener apoyada la cabeza.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Marcy (175)

Los integrantes de la misión estaban ansiosos por recibir a los visitantes del primer mundo y les obsequiaron con unas porciones de comida típica, una especie de guiso farináceo con algunas briznas de carne, casi invisibles, y un vaso de leche rosada.
Les mostraron las instalaciones y después un panel de corcho, con las fotografías de los niños entregados en adopción.
–Por cierto, ¿comprobáis bien el destino de los niños? –preguntó Marcy.
–Lo comprobamos todo, con todos sus papeles legales cien por cien.
–Pero lo verificáis bien de verdad, ¿no?
Raúl la miro, perplejo por la insistencia de Marcy.
Ella no dejaba de recordar aquella película ni un sólo día.
–Algún día te diré lo que estoy pensando ahora mismo –dijo, en voz baja, a Raúl.
Después salieron al exterior, donde un sol abrasador lanzaba llamaradas de fuego desde su zenit. Todo en derredor era tierra seca, estéril, a cada paso se levantaba una tremenda polvareda. Los animales, escuálidos, merodeaban entre la gente.
Y en medio de todo ello las caras de los niños, alegres, sonrientes, de piel de ébano y pelo corto y duro como el alambre.
Casi llevados en volandas por la chiquillería llegaron a un pozo de agua recién construido, donde unas mujeres ataviadas con túnicas de vivos colores extraían el líquido con cubos de plástico.
Hacía un calor terrible y la luz era cegadora, Marcy no estaba acostumbrada a aquel clima tan extremo.
Sintió la inminencia de un desvanecimiento y se sentó en el bordillo de hormigón. Raúl le acercó una botella de agua y ella retiró el tapón y se la echó por encima de la cabeza.
–Mataría ahora por un vaso rebosante de tres tercios bien frío.
Era una mezcla de sangría, naranja y gaseosa, a partes iguales, que a ella le encantaba en verano.
Al lado de donde estaba sentada, se leía en una placa de metal incrustada en el cemento: “Duxa Limited”.
Se puso en pie y abrazó a Raúl.
–Ha merecido la pena el viaje –dijo él.
Miró a la cara a los chiquillos que los rodeaban y vio detrás de cada cara la de sus propios hijos. Asintió con la cabeza.
Allí ya no había falta de agua limpia.

Se sintió más orgullosa que nunca de pertenecer a una gran compañía.