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lunes, 27 de mayo de 2013

Marcy (96)


En la velada, amenizada por una pequeña orquesta, las parejas, a cual más elegante, competían en pericia en los bailes agarrados, algunos con la perfección propia de una academia.
A Marcy aquel ambiente la transportaba a otros tiempos, cuando la existencia se deslizaba con placidez, en las mansiones se celebraban magníficas fiestas y las damas no tenían otra cosa en qué pensar más que en el largo de sus vestidos.
Estaba bailando con Nacho, una pieza detrás de otra. Un vals, un tango, no lograban ponerse de acuerdo en los pasos y se daban pisotones, se partían de la risa.
García y su esposa estaban haciendo lo propio unos metros más allá.
Ellas ataviadas con vestidazos largos, escotados, maravillosos, que acababan de comprar en la boutique del balneario, ellos de media etiqueta, traje azul marino que habían traído de casa.
Había preparado la ropa a conciencia, se exigía así para acceder al baile.
Comenzó a sonar un rock and roll y la pista se volvió un hervidero de parejas que iban y venían enganchados de la mano, dando vueltas, algunos hasta saltos casi acrobáticos. Las chicas de falda corta, de vuelo, un torbellino.
Marcy no podía con aquellos taconazos.
–Venga Nacho, ¡que no se diga!
No estaba con el atuendo más adecuado, pero trató de moverse a buen ritmo.
Aquella era la música de su juventud, la misma que estaba de moda cuando iba a los guateques con Laura e Isabel y empezaba a tontear con los chicos.
No había pasado casi nada de tiempo, casi nada.
Ya no era el mismo cuerpo, ni el mismo vigor.
–Vamos a tomar una copa, Nacho, que no puedo con mi alma.
Pidieron unos combinados fuertes y volvieron a la pista con fuerzas renovadas.
Estaba sudando y su traje se había pegado a su cuerpo, empapado.
Por fortuna sonó una canción suave y se acercó a Nacho para un slow.
Aún resonaba en su cabeza la conversación que había mantenido después del masaje.
–Qué puta es la vida, ¿no?
–Y tanto –respondió él–. ¡Si no fuera por estos momentos!
Y quedaron bailando los dos, derrengados, dando vueltas y vueltas, despacio,  como si nunca fuera a llegar el día de mañana.
Se habían dicho muchas cosas, no todas agradables.
Pero Marcy no recordaba, en años, haber pasado unas jornadas tan felices como aquellas, tan autenticas.

Abandonaron el lugar el domingo por la tarde, sin que Marcy le hubiera dicho nada a Nacho de los trámites que se traían García y Román entre manos.

martes, 21 de mayo de 2013

Marcy (95)



Se desplazaron el viernes en dos vehículos. Nacho, acompañado de Miguelito, pasó a recogerlos en su monovolúmen de última generación, repleto de cachivaches infantiles en el maletero. Los niños tomaron asiento atrás y Marcy al lado de Nacho.
En menos de una hora ya se encontraban en la recepción del Gran Hotel donde, tras pocos minutos de espera, llegaron los otros cuatro.
Se chequearon en el mostrador de recepción y al momento los niños se escabulleron hacia la ludoteca esquivando a los mayores. Mientras el conserje se ocupaba de sus maletas, se sentaron en el piano bar a refrescarse tomando unas cervezas.
El sol derretía por aquellos días y el hotel estaba abarrotado de clientes.
Convinieron subir a las habitaciones para ponerse el bañador y bajar a las piscinas.
Los niños no daban ninguna molestia, tanto de día como de noche el balneario contaba con cuidadores especializados que los tenían embelesados con su animación. Entretanto, los mayores descansaban en sus tumbonas, tomando zumos exóticos, al borde de la piscina de agua de mar, protegidos por una sombrilla rayada del ardiente sol.
Al día siguiente de llegar hicieron el circuito termal los cuatro juntos.
–Díselo tú, Nacho, que a mí no me hace caso –dijo la mujer de García.
–Que le diga el qué.
Estaban en la sala de reposo, cada uno en su diván, envueltos con mantas, después de haber recibido un masaje.
Los habían dispuesto en círculo para que pudieran verse. Una empleada les llevó unos zumos y se fue. No había nadie más.
Marcy tampoco sabía lo que quería decir la esposa de García, estaba relajada y su piel olía a hierbas aromáticas, sobretodo si despegaba un poco la manta de su cuerpo. Lo hizo varias veces para aspirar aquel olor narcótico.
No le apetecía mucho escuchar líos de familia.
–Dile que tiene que olvidarse un poco de su padre, Nacho.
Marcy echó una ojeada a Nacho y vio que ponía cara de circunstancias y se mantenía en silencio.
Aquí hay movida”.
–¿A qué viene sacar este tema ahora? –inquirió García a su esposa, disgustado.
Pero ella no se retrajo y siguió a lo suyo.
–Es que es verdad, Nacho, es que no puedo con él. No piensa en otra cosa más que en su padre y en ganar dinero, nos tiene abandonados a su mujer y a sus hijos.
García estaba furioso.
–Es que a ti no te duele mi padre, me duele a mí –dijo, como un basilisco, en voz alta.
La relajación que disfrutaba Marcy se había disipado.
–¿No veis como se pone? No se le puede decir nada –dijo la aludida.
–Yo lo comprendo –dijo Nacho–. Oye, es su padre, lo más grande que uno tiene en la vida. Yo lo sé bien porque me crié sin él.
Nacho se quedó algo pensativo.
–Te pasas la vida buscando ese algo que te falta, alguien que ocupe su lugar.
Marcy se sintió emocionada por aquellas palabras.
Como si hubiera dicho una verdad universal, incontestable. Se decidió a hablar.
–No lo sabía, Nacho, y ¿desde cuando te falta tu padre?
–Cuando yo era un bebé, nos abandonó a mi madre y a mí, no volvimos a saber de él.
El matrimonio desistió de su pelea y atendía a la conversación.
–Yo también lo entiendo. Tengo a mi padre enfermo del corazón, es muy jodido verle que se te muere y no puedes hacer nada –dijo Marcy.
–Eso sólo lo sabe el que lo pasa. Tú como tienes unos padres de bandera…–dijo García mirando a su mujer.
La esposa se mantuvo en su sitio y continuó replicando.
–Cariño, yo lo único que te digo es que tienes tu propia familia, la tuya, la que has creado tú, y que la cuides –dijo con seguridad a su esposo.
–En eso tiene razón, tiene mucha razón –dijo Marcy.
Entró la empleada arrastrando un carrito y les tendió un albornoz blanco, bien doblado, a cada uno y les dijo que la sesión había finalizado y que podían irse.

lunes, 13 de mayo de 2013

Marcy (94)



Una tarde Nacho la invitó, junto a un reducido grupo de compañeros, a tomar unas copas en un local de moda recién abierto en Greda.
Marcy había ganado peso y lucía un aspecto mucho más saludable y el arreglo para aquella noche surtió un efecto fabuloso. Volvía a estar atractiva de verdad, incluso le pareció descubrir en la imagen que le devolvía el espejo, que las pequeñas marcas de la vida la estaban dotando de un estilo más profundo, más interesante. La figura, perfecta, sólo realzada por su pequeño vestido negro de verano, de profundo escote y con brazos y piernas al aire. Aun no estaba bronceada, de manera que se pasó por las zonas descubiertas una crema coloreada y maquilló sus labios en color rosa, del mismo tono que su capelina de gasa. Sus mechas habían tomado, con el tiempo, un tono casi rosado, y lucían perfectas realzando el cabello, que caía con soltura sobre los hombros.
Nacho pasó a recogerla y acudieron al local.
Ya había ido llegando la gente y algunos estaban en la pista, debajo de la bola giratoria compuesta de espejitos menudos, cuadrados, que reflejaban todos los colores que lanzaban los proyectores al ritmo de la música.
Tomaron una copa cada uno y la bebieron de prisa para unirse a los que bailaban. 
Hacía mucho tiempo que no se dejaba llevar por la música de aquella manera. El cuerpo, llevado por la copa y el ambiente, se distendía relajado entrando en un ritmo sinuoso y suave que le borraba cualquier otra impresión. Confrontada con Nacho, se correspondían sus movimientos y su mirada con naturalidad casi animal.
De un vistazo al nuevo grupo recién llegado, pudo distinguir a García, de la Duxa Limited.
–¿Qué hace éste aquí, Nacho?
–Es el marido de una compañera, un tío muy majo. Ya sabes, en Greda, los de este mundillo nos conocemos todos.
No tenía ella esa impresión de García, más bien al contrario. Le parecía el clásico personaje sin escrúpulos, dispuesto a venderse al mejor postor.
–Así que lo conoces bien, ¿no? –insistió ella, levantando la voz sobre la música.
–Durante un tiempo nos frecuentábamos mucho. Hace años que viven una tragedia con el padre de él. Se llevan gastado un dineral en médicos. Él es pasión lo que tiene por su padre.
Se detuvieron y comenzaron a saludar a los nuevos. Vio a García algo forzado al encontrársela allí, como incómodo. Venía con su esposa y pronto se unieron al baile y a las copas para terminar sentados, sudorosos, alrededor de una mesa algo retirada del bullicio de la pista.
Nacho le preguntó en seguida por el estado de su padre y Marcy observó el semblante de García, de habitual formal y reservado, languidecer en pocos segundos.
–Dejemos de hablar de ello, Nacho, está cada vez peor con esto, obsesionado, cambiemos de tercio –dijo su mujer.
El padre, según Nacho le explicó a Marcy en un aparte, padecía un tumor maligno y había tenido que ser operado en varias ocasiones, llevaba años de agonía, pero la familia no se resignaba. García se había gastado una millonada en su padre.
Nacho, con toda la intención de borrar aquel efecto penoso de su pregunta, dirigió la conversación por otros derroteros.
–¡Oye, oye!, ¡se me acaba de ocurrir! Me han regalado unos bonos de un balneario nuevo cerca de la costa, de agua de mar, el sitio es maravilloso. ¿Os hace un fin de semana en familia?, los niños van gratis.
Era un plan excelente, lo que necesitaban, era verano y el calor era sofocante dentro de las pequeñas viviendas.
Marcy tenía la necesidad de evadirse de su marasmo.
–¡No se hable más! el próximo fin de semana. Salimos el viernes al mediodía, yo reservaré.
Y nadie rechazó la propuesta de Nacho.

martes, 7 de mayo de 2013

Marcy (93)



Llegaron los días de fuerte y creciente calor y su modesto piso, sin aire acondicionado, se hacía agobiante para ella y para los niños.
Pero tenía que permanecer en Mazello para continuar realizando las gestiones bancarias que Manele le había encomendado y también acudía, muy a su pesar, de refilón, al estudio del arquitecto, para entregarle el dinero como había acordado.
Rafa la seguía de cerca llamándola al móvil de continuo, con la terquedad de un sabueso.
Y ella le obedecía porque no le quedaba otro remedio, porque sabía que lo necesitaba.
Se sucedieron unas jornadas insulsas, bajas, tras la marcha de su marido.
Había intentado hacer un alarde de fuerza frente a Manele, de poder a poder, pero su debilidad estaba ahora haciendo estragos en su corazón. Se interrogaba por el origen de los fallos que les habían llevado a aquel pozo del que no parecían poder salir, cada vez más negro y profundo.
“Él también está sufriendo, seguro”. Y esta creencia de que él era solidario en el dolor que ella sentía la aliviaba. Por eso había llegado a retarla con lo de quitarle a los niños, una amenaza que era síntoma de lo mal que él se encontraba.
En el fondo era bueno, sólo que las circunstancias se habían torcido para ellos.
Puede que al final todo volviera a ser como antes, cuando eran felices.
No podía olvidarle tan fácil.
No se sentía con muchas ganas de nada.
Pero llamó a Nacho para pedirle hacer las prácticas del master en Lank Corporate y su amigo la recibió en su despacho sin tardanza y le dijo que estaba aceptada como becaria.
Incluso quiso ir más allá.
–Oye, quizá sirva para introducirte en los engranajes del negocio y más adelante entrar en plantilla.
–No corras tanto, Nacho.
No se sentía muy segura de nada.
–¿Eh? Hoy estás dando el primer paso de algo muy grande, incrédula.
Nacho la acabó contagiando de su optimismo.
Y la cogió del brazo y le enseñó el rascacielos de arriba abajo.
El edificio era una de las joyas de la arquitectura de Greda, un prisma inclinado que desafiaba a la gravedad, revestido de titanio, de la misma altura que el Zeol Center. Los dos colosos reinaban enfrentados y solidarios a la vez en el puro centro de la Milla de Oro de Greda.
Comenzó a ir a diario al Trass Building después de haber firmado un contrato en prácticas con Lank Corporate, al principio haciendo de tripas corazón, sin concentración alguna, sin fe. Dejaba por la mañana a los niños con los abuelos y ella pasaba gran parte del día en su nueva actividad. Pero se dio cuenta de que llevaba años y años ansiando en secreto algo así, y entendió al fin que si no lograba desempeñar la profesión para la que había estudiado tantos años iba a ser una desgraciada toda su vida.