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lunes, 30 de junio de 2014

Marcy (153)


Cada vez que oía a León hablar así de Manele más se encendía su rencor hacia su todavía marido.
–Ayúdenos, Marcy, y se lo sabremos agradecer. Tiene que testificar en su contra. Nuestro abogado pedirá al juez una nueva comparecencia para que usted haga otra declaración. Mi esposa tiene razón, Román quedará con secuelas permanentes, todo por culpa de ese bastardo.
Quedó callado, a la espera de la reacción de Marcy. Al ver que no se producía, la esposa intervino.
–León tiene toda la razón, Marcy, no podemos admitir algo así. Mi hijo clama venganza.
–Hay una grabación que su marido ha presentado en su defensa, pero está cortada justo cuando empezó la discusión, así que no le ha servido de nada –continuó el esposo.
–Yo, la verdad…, yo casi preferiría dejarlo todo como está. Ya he tenido bastante – respondió dubitativa.
León perdió la compostura y comenzó a vociferar mientras daba vueltas en torno a la mesa.
–No, señora, no, ¡Negativo! Usted no sabe con quién está hablando. No me haga perder la paciencia.
Se detuvo un rato, pensativo, y volvió a sentarse, más calmado.
–Espere…, hagamos un trato. Su padre está muy grave del corazón, tiene una enfermedad terminal y va a morirse si no se hace algo, ¿no es así?
Marcy entró en pánico.
–¿Qué tiene que ver mi padre en esto?
–Mucho, Marcy, mucho. Yo le doy a usted un corazón sano para su padre si usted nos ayuda.
Aunque lo hubiera leído mil veces en los periódicos, que existía tráfico ilegal de órganos, al oírlo en ese momento le pareció que aquello no era posible, que no le podía estar ocurriendo a ella algo así.
Sintió una mezcla de espanto, vértigo y curiosidad.
–Eso no puede ser.
–¿Necesita pruebas de que lo que digo es cierto? Va a presenciar de lo que es capaz nuestra organización. No conocemos límites, señora.
Tomo un ordenador portátil de una mesa y lo conectó al enorme televisor de plasma que presidía la sala.

Presenciaron una película durante veinte minutos y después Marcy se fue de aquel hotel indicándole al abogado que iniciara las actuaciones pertinentes.

lunes, 23 de junio de 2014

Marcy (152)


Abrió la bolsita de plástico donde habían metido sus pertenencias y extrajo el móvil, lo encendió y, en cuanto lo hizo, el aparato avisó de dos llamadas perdidas. Una era de los padres de Román, la otra de su madre.
Marcó el número de las perdidas al azar, de manera automática.
Contestó la voz temblorosa de la madre, angustiada, diciendo que los médicos ya hablaban de agonía, que había que plantearse desengancharle de las máquinas.
Desde el día de la cena no había tenido ni un respiro para pensar en su padre, pero también porque temía que, si lo recordaba, quedara hundida, sin capacidad de reacción, y no podía permitírselo.
–Hoy voy por el hospital, mamá.
Marcó el otro número.
–León al habla, me gustaría hablar con usted.
Por una especie de extraña intuición creyó que lo mejor sería atender primero lo que aquella gente tenía que decirle.
Los de Lederia le propusieron acercarse de nuevo por el hotel de lujo donde se alojaban y que se había convertido en su cuartel general desde que su hijo estaba ingresado.
Llamó a la puerta de la suite y el abogado la abrió de par en par dejando ver la amplitud y el lujo de la estancia, guarnecida con muebles y lámparas de lo mejor, adornada con vistosas flores y, en el centro, una mesa acondicionada como para un banquete. Sobre el mantel, cuatro servicios dispuestos y, en el medio, una bandejas, rebosantes de entremeses, y unas copas de vino servidas.
El anfitrión le acercó una de las copas.
–Brinde con nosotros, Marcy, por el restablecimiento de nuestro querido hijo. Hoy ha salido del coma y su cerebro ha quedado perfecto. Le quedará alguna pequeña secuela sin importancia. ¿No son unas noticias inmejorables, querida? –dijo dirigiéndose a su esposa.
La señora parecía algo más pesimista que su marido.
–León, recuerda que el doctor habló de parálisis permanente. Nunca volverá a ser el de antes.
–Payasadas de los médicos, nada que no se pueda rehabilitar. Pero, por favor, Marcy, siéntese que estará agotada. Nos hemos enterado de todo lo que ha tenido que padecer.
Marcy se sentó a la mesa y la señora le ofreció tomar de los alimentos que había allí servidos.
Después del calvario que acababa de sufrir le pareció que aquellas viandas sabían a néctar y ambrosía. Comió con hambre atrasada, sin reparos, hasta hartarse, y bebió varias copas de vino.
–¿Recuerda la conversación que mantuvimos, Marcy? –dijo León, ya avanzada la cena.
–Sí, claro que sí –afirmó Marcy, relajada.
–Seguimos interesados en lo que dijimos. Ese hijo de perra de Manele tiene que pagar por lo que hizo. No me dirá usted que no después de lo que le ha hecho, que por poco acaba usted en la cárcel.


lunes, 16 de junio de 2014

Marcy (151)

La condujeron a una dependencia donde pasó la noche tumbada en una pequeña litera, sin poder dormir ni un instante. La desfachatez del hombre con el que había formado una familia no conocía límites, había tenido que llegar a una celda de dos por dos para percatarse de ello. Y repasó mentalmente todos los momentos vividos con él en busca de los signos que tenían que haberla alertado, los rastros que tenían que haberla hecho desconfiar de él desde el principio y que no vió llevada por su tonto romanticismo.
Ya de madrugada la avisaron para acudir al juzgado. La llevaron a un aseo y le dieron unos útiles de cuidado personal desechables. Se duchó y vistió de nuevo su misma ropa, que no se había quitado en toda la noche, desoyendo las indicaciones de la funcionaria que le había ofrecido un pijama de papel.
El abogado y García la esperaban a la puerta del juzgado. Al ver a este último, Marcy sintió un nudo en la garganta como para ponerse a llorar. Echó la cara hacia atrás, se recompuso, y le saludó con afecto.
–Qué bien que estás aquí –le dijo en voz baja al oido.
Fue llamada a declarar, y pasó acompañada del letrado, quien presentó su informe. El juez, tras revisarlo con detenimiento, hizo sonar su mazo con determinación.
–Queda en libertad bajo fianza de un millón de euros, que depositará en las próximas cuarenta y ocho horas.
El escrito, que afirmaba de manera inequívoca la inmediata devolución de los fondos, había surtido efecto. Salieron los dos, eufóricos, a decírselo a García, llamaron a Raúl para que fuera preparando el dinero, y partieron despepitados hacia el aeropuerto.
Pasó al cuarto de baño antes de tomar el vuelo y observó en el espejo su traje arrugado, su pelo revuelto; se mojó las manos y se las pasó, chorreando, por el cabello y después por la ropa, y salió taconeando con fuerza, a comerse el mundo.
En aquel momento el recuerdo de las horas pasadas se le hizo tan lejano como si hubiera sufrido un mal sueño, como si le hubiera ocurrido a otra persona.
Durante el viaje de regreso a Greda el abogado y García no pararon de hablar.
Le explicaron que los de Imomonde habían proyectado un nuevo negocio, los mismos tres de entonces, pero se cruzó Isabel y les alteró todos los planes. Empezó un antagonismo bestial entre Román y Manele y eso dio al traste con todo, acabaron haciendo cada uno la guerra por su cuenta.
Isabel, que había empezado como secretaria de Román y luego se había convertido en su pareja, había querido cambiarle por Manele, que despuntaba en Brexals como el ejecutivo de mayor crecimiento en La Unión.
Que estuviera casado, eso no debía ser ningún inconveniente.
Eso le dijeron los dos, que había sido la comidilla de toda Greda.
Y ella sin enterarse.
–El caso de Román y Lucas es más grave. Les han pescado en un escándalo de corrupción a nivel de gobiernos y eso no es tan fácil de arreglar como lo de las cuentas. Aunque esa gente, al final, siempre libra…, al precio que sea–. El letrado quedo en silencio un rato, como abstraído.
–Hay ministros en el banquillo –terció García–, y Román pringaba con ellos de fondos oficiales destinados a la construcción y mantenimiento de edificios públicos.
–Lucas actuó sólo como hombre de paja, el cerebro de la operación fue Román –apostilló el letrado–, claro que la justicia no va a tocarle, de momento.
Llegaron al aeropuerto de Greda, casi sin enterarse, enfrascados en la conversación, y la llevaron a su casa. La vivienda estaba solitaria, silenciosa, como si nada hubiera pasado, y lo mejor de todo, nadie de su entorno familiar se había enterado de nada.
Le dio un tremendo corage pensar que su marido, Manele, no hubiera tenido que pasar por aquel infierno que ella había sufrido, siendo el verdadero culpable de todo aquello.  Y le apeteció echar por la ventana todas las prendas del estafador.
“Una estúpida ironía de mi estúpido destino por haberme unido a un hombre así”.

Estaba loca por abrazar a sus pequeños, nada más llegar se plantaría a la puerta del colegio a esperar que salieran y comérselos a besos.

lunes, 9 de junio de 2014

Marcy (150)


–Sí, de pronto cambió el mercado y los inversionistas pidieron su dinero y, ¡no lo había! Marcy, su señor marido la ha utilizado a usted.
Luego, nada de nada de ayuda al desarrollo, el plan de Manele era robar y punto, todo quedaba en algo tan prosaico. Qué absurdo le pareció que ella estuviera allí a cuenta de la ambición de su marido. Y como un cobarde, la ponía a ella por delante.
–Este señor, su esposo –continuó el abogado–, ha esgrimido una serie de grabaciones donde usted aparece como principal implicada en todo esto, Marcy. Le ha organizado una trampa y usted sale hablando de la gestión de unos fondos. La situación está bien complicada.
–Yo voy a delatar a ese cerdo, caerá con todas sus mentiras, ya lo verá.
–Pero se da el caso tan particular, Marcy, de que los dos son empleados de la Duxa Limited.  Y no nos interesan estos escándalos, como puede comprender.
Ella rugió de rabia, levantándose de la silla.
–Entonces puede que no sea usted la persona que yo necesito –dijo ella, alzando la voz.
–Marcy, está alterada, tranquilícese, porque queremos ayudarla. El director me lo ha encargado y lo haré, soy especialista en delitos económicos.
Le explicó que había preparado una estrategia con García durante el viaje. Éste, como experto contable que era, se había ofrecido a actuar sobre las cuentas, mediante sus contactos con la banca internacional, para modificarlas como fondos para el desarrollo; podría hacerlo al momento, a través de internet.
–Yo prepararé un escrito comprometiéndonos a devolver esos fondos a sus propietarios y confío en que el juzgado me lo admitirá sin problemas. Tampoco los inversores quieren escándalos, quieren su dinero y punto.
–¿Qué me quiere decir? ¿Qué mi defensa es la misma que la de mi marido?
-De alguna forma sí. Ahora no es el momento para sus rencillas, dese cuenta de esto. Si usted no colabora va a salir muy perjudicada.
–No me lo puedo creer –dijo ella–. Tengo las cartas que me enviaba y que le comprometen.
–Verá, Marcy estas estafas piramidales son algo especial, es como una ludopatía, porque el que la organiza sabe que le van a pillar. Va pagando algo a los inversores por una supuesta rentabilidad pero…, se apropia del capital. Es como una gran mentira y, al final, el mentiroso cae.
Encima tenía que analizar y comprender a su abusador como si padeciera alguna clase de enfermedad. “Es para volverse loca”.

El letrado tomó su maletín y salió a toda prisa a preparar la declaración, para presentarla al día siguiente, cuando compareciesen ante el juzgado, sin darle a ella tiempo a hacerle más objeciones.

lunes, 2 de junio de 2014

Marcy (149)



Le sirvieron sólo un leve refrigerio al mediodía y lo consumió, con desgana, en presencia de una funcionaria. Cuando ésta se retiró, portando la bandeja, pasó el inspector y ocupó una silla enfrente de la suya.
–Miss Marcelina, tendrá que explicar qué ha hecho con la pasta.  Piense bien en lo que diga, porque hemos pillado a todos sus cómplices, están detenidos.
–Sólo hablaré en presencia de mi abogado –respondió Marcy con serenidad.
–Está bien, está bien. Mañana será puesta a disposición judicial.
El inspector se levantó con brusquedad y cogió el móvil de ella, lo guardó en un bolsillo, y se fue sin decir ni otra palabra.
A Marcy ya no le cabía ninguna duda sobre lo que estaba sucediendo.
De sobra sabía que había sido una loca imprudente confiando en Manele y en Román. Ahora, a ver cómo iba a apañárselas, porque sabía que Manele se la tenía bien guardada, por haberle rechazado. Y estaba cumpliendo sus amenazas.
Y ella, lo que le estaba pasando, se lo tenía bien merecido.
Pasaron siglos para ella en las escasas cinco horas que tardaron en llegar, pero no perdió ni un minuto, recapitulando en su cabeza todo lo que había ocurrido y lo que sabía por otras personas de las andanzas de aquellos truhanes.
Cuando se anunció que pasaba el abogado tenía en su mente, aprendido de memoria, todo lo que tenía que decirle acerca de lo sucedido. El letrado la informó de que, al igual que ella, habían sido detenidos Lucas y Sonia y que ésta podría ser extraditada a su país.
Había saltado el escándalo financiero aquella mañana, cuando el juez encargado de delitos económicos de La Unión había pedido la inmovilización de unas cuentas en un paraíso fiscal que estaba bajo sospecha. Ella era titular de alguna de ellas, Lucas también.
El juzgado había actuado así ante las denuncias de una serie de inversionistas a los que se les había negado el capital invertido, y Marcy además figuraba como firmante de contratos con los capitalistas, al igual que Sonia.
–García ya me ha dicho que usted ha firmado los documentos, engañada, Marcy –afirmó el letrado.
–No sé cómo he podido ser tan loca, pero yo…, yo jamás he tenido intención de robar, ni he robado, y voy a demostrarlo.
Explicó con todo detalle al abogado que firmó de buena fe aquellos papeles, confiada en que su marido captaba aquel dinero como donaciones voluntarias para países en desarrollo.
–Todo apunta a que su marido se ha involucrado en una estafa piramidal. Los inversores, llevados de su codicia, cayeron en el señuelo de una alta rentabilidad y él se iba quedando con los fondos. Hasta que estalló todo el pastel.

Una estafa, y la había involucrado a ella también.