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lunes, 16 de junio de 2014

Marcy (151)

La condujeron a una dependencia donde pasó la noche tumbada en una pequeña litera, sin poder dormir ni un instante. La desfachatez del hombre con el que había formado una familia no conocía límites, había tenido que llegar a una celda de dos por dos para percatarse de ello. Y repasó mentalmente todos los momentos vividos con él en busca de los signos que tenían que haberla alertado, los rastros que tenían que haberla hecho desconfiar de él desde el principio y que no vió llevada por su tonto romanticismo.
Ya de madrugada la avisaron para acudir al juzgado. La llevaron a un aseo y le dieron unos útiles de cuidado personal desechables. Se duchó y vistió de nuevo su misma ropa, que no se había quitado en toda la noche, desoyendo las indicaciones de la funcionaria que le había ofrecido un pijama de papel.
El abogado y García la esperaban a la puerta del juzgado. Al ver a este último, Marcy sintió un nudo en la garganta como para ponerse a llorar. Echó la cara hacia atrás, se recompuso, y le saludó con afecto.
–Qué bien que estás aquí –le dijo en voz baja al oido.
Fue llamada a declarar, y pasó acompañada del letrado, quien presentó su informe. El juez, tras revisarlo con detenimiento, hizo sonar su mazo con determinación.
–Queda en libertad bajo fianza de un millón de euros, que depositará en las próximas cuarenta y ocho horas.
El escrito, que afirmaba de manera inequívoca la inmediata devolución de los fondos, había surtido efecto. Salieron los dos, eufóricos, a decírselo a García, llamaron a Raúl para que fuera preparando el dinero, y partieron despepitados hacia el aeropuerto.
Pasó al cuarto de baño antes de tomar el vuelo y observó en el espejo su traje arrugado, su pelo revuelto; se mojó las manos y se las pasó, chorreando, por el cabello y después por la ropa, y salió taconeando con fuerza, a comerse el mundo.
En aquel momento el recuerdo de las horas pasadas se le hizo tan lejano como si hubiera sufrido un mal sueño, como si le hubiera ocurrido a otra persona.
Durante el viaje de regreso a Greda el abogado y García no pararon de hablar.
Le explicaron que los de Imomonde habían proyectado un nuevo negocio, los mismos tres de entonces, pero se cruzó Isabel y les alteró todos los planes. Empezó un antagonismo bestial entre Román y Manele y eso dio al traste con todo, acabaron haciendo cada uno la guerra por su cuenta.
Isabel, que había empezado como secretaria de Román y luego se había convertido en su pareja, había querido cambiarle por Manele, que despuntaba en Brexals como el ejecutivo de mayor crecimiento en La Unión.
Que estuviera casado, eso no debía ser ningún inconveniente.
Eso le dijeron los dos, que había sido la comidilla de toda Greda.
Y ella sin enterarse.
–El caso de Román y Lucas es más grave. Les han pescado en un escándalo de corrupción a nivel de gobiernos y eso no es tan fácil de arreglar como lo de las cuentas. Aunque esa gente, al final, siempre libra…, al precio que sea–. El letrado quedo en silencio un rato, como abstraído.
–Hay ministros en el banquillo –terció García–, y Román pringaba con ellos de fondos oficiales destinados a la construcción y mantenimiento de edificios públicos.
–Lucas actuó sólo como hombre de paja, el cerebro de la operación fue Román –apostilló el letrado–, claro que la justicia no va a tocarle, de momento.
Llegaron al aeropuerto de Greda, casi sin enterarse, enfrascados en la conversación, y la llevaron a su casa. La vivienda estaba solitaria, silenciosa, como si nada hubiera pasado, y lo mejor de todo, nadie de su entorno familiar se había enterado de nada.
Le dio un tremendo corage pensar que su marido, Manele, no hubiera tenido que pasar por aquel infierno que ella había sufrido, siendo el verdadero culpable de todo aquello.  Y le apeteció echar por la ventana todas las prendas del estafador.
“Una estúpida ironía de mi estúpido destino por haberme unido a un hombre así”.

Estaba loca por abrazar a sus pequeños, nada más llegar se plantaría a la puerta del colegio a esperar que salieran y comérselos a besos.

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