Quedó con Laura en el Café de la Esquina el
sábado por la mañana, aprovechando un descanso en la compra semanal.
Su amiga estaba consumida, demacrada y
delgada como un espantajo, se había disipado del todo su, ya de por sí, escaso
atractivo. Las preocupaciones por su hija le estaban causando estragos.
Pero la niña adelantaba, y Laura se declaró
agradecida por la ayuda de Arcadia.
–Tengo que decirte que la inmigrante
resultó una bella persona, chula. Tenías tú razón.
Laura nunca había sido propensa a darle a
Marcy la razón en nada.
Después de sucesivas valoraciones acerca
del buen aspecto de Marcy, lo atractiva que lucía, que se había quitado un
montón de años de encima y así, Laura le preguntó por Manele. Y Marcy le fue
explicando lo sucedido entre ellos los últimos días, a excepción de lo tocante
a Rafa. A fin de cuentas Laura era su única amiga y confidente, y necesitaba
confesar sus preocupaciones a alguien.
Pero en la curiosidad de Laura quiso
adivinar que la información pasaría de inmediato a Isabel, la verdadera
interesada, y no quiso profundizar.
–Isa ha sufrido un aborto –le dijo de
sopetón–. Está traumatizada, aunque yo creo que es lo mejor que le pudo pasar;
el bebé, al parecer, venía mal, tenía una malformación.
A Marcy, la noticia, que quizá hace unos
meses la hubiera agradado ahora la dejó casi impasible; con aquella persona ya
cruz y raya, como se decía en su infancia cuando se enfadaban las amiguitas,
cruz y raya.
–Está intentando volver con Román, está
deprimida y sola. Ya sabes cómo es, que no se puede aguantar sin un hombre al
lado.
–Por mí que haga lo que quiera –respondió
Marcy con fingida frialdad.
Laura se despidió pronto, para continuar
sus compras, dijo; y cuando se fue, Marcy se quedó pensativa. Laurita pretendía
llevarse bien con todo el mundo, sin tomar partido por nadie. Se le antojó
calculadora y más ambiciosa de lo que aparentaba. Había cambiado desde el
accidente de su hija y a Marcy le pareció que para mal. Marcy desconfiaba de
ella.
Permaneció un rato en el bar y aprovechó
para tomar un bocadillo, después llamó por el móvil a Rafa para quedar por la
tarde.
Hojeando el periódico del día observó una
pequeña noticia donde se anunciaba la subasta de una casa de empeño. Hacía
mucho tiempo que no se preocupaba de la estatuilla y decidió ir en aquel
momento a verificar su estado. Quedó horrorizada al informarse de que, si no
depositaba el dinero en tres días, saldría a subasta en la siguiente partida.
No le quedaba más remedio que acudir a Román.