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lunes, 25 de agosto de 2014

Marcy (161)

Sabía que en cuanto Román mejorara iba a tener que responder ante el juez. Pero también sabía que los padres de él iban a allanar todos los caminos para que saliera indemne.
A diferencia de su pobre padre, el arquitecto salió de alta del hospital y fue trasladado a su domicilio.  Laura avisó a Marcy y le dijo que Román estaba en plena posesión de sus facultades mentales, salvo por una laguna de memoria que abarcaba desde que se levantó de la mesa, en el restaurante de Pancho, hasta que salió del coma. Sólo que hablaba con mucha dificultad y necesitaba ayuda para cualquier movimiento. Los médicos habían dicho que la recuperación iba a ser larga.
Marcy lo visitó ya el primer día que regresó a su casa. Apenas pudo comunicarse con él.
–Intenta decirte que está muy apenado por todo lo que pasó –dijo Isabel, mientras Román farfullaba palabras ininteligibles para Marcy.
No era para ponerse a reñir con aquel hombre.
Isabel lo rodeaba de cuidados y atenciones de todo tipo, sentado en su sillón favorito y rodeado de almohadones para mantenerle erguido. Marcy observó que tenía la boca torcida y que no movió ni un músculo en todo el rato que ella estuvo en la casa.
Pero de los padres de él allí no había ni rastro.
Seguro que culpaban también a Isabel, en cierto modo, de aquella desgracia.
–¿Qué tal lo llevan tus suegros? –preguntó Marcy.
–Les está costando, sobre todo a su padre.
Quiso limitarse a una visita de cortesía, sin indagar demasiado.
Isabel ya no parecía tan afectada, estaba tan arreglada y bella como siempre.
–Veo que tú ya estás mucho mejor –dijo Marcy, en tono muy medido.
–Hay que afrontar esta mierda, chica. Por falta de medios no va a quedar…
A Marcy le pareció brutal el tono despectivo que percibió en Isabel.
Pensó que Isabel estaba resentida, desde siempre, con Román, por no haberse casado con ella y que, a lo mejor, aprovecharía la circunstancia de debilidad de él para hacer presión, para lograr sus fines. Seguro que algo tramaba.
Eres la misma hija de puta de siempre, púdrete con tu dinero. Que te entierren con él como a los faraones”.
Se marchó de aquella casa con el estómago revuelto.
No tardó en correrse la noticia de que Román había salido libre de las acusaciones de delitos económicos que pesaban sobre él y todo quedó justificado como errores contables sin ningún propósito de contravenir las leyes.
Cosa muy fácil para León, su poderoso padre.

Y tampoco tardó en saberse que existían planes de boda entre la rubia y el arquitecto.

lunes, 18 de agosto de 2014

Marcy (160)



Siempre había sido una señorona dominante. Marcy se fijó en que llevaba puesto un traje anticuado y las mismas joyas de oro que le conoció cuando entró en aquella casa como novia de Manele.
–No sé de qué me estás hablando –le respondió, manteniendo la calma.
–Lo sabes muy bien. Ándate con cuidado porque soy capaz de cualquier cosa. Ya sabes lo que quiero decir.
Marcy se dio cuenta de su error al haberse sincerado con Laura, seguro que había sido ella la fuente de información.
–¿Sigues con el vicio del juego? Porqué ya sé que te has metido a puta… Has hecho de mi hijo un desgraciado… ¿Todavía te atreves a más?
La suegra parecía desquiciada.
Marcy estaba entendiendo de donde venía el pésimo carácter de Manele
–Mi hijo no le hizo nada a ese hombre y tú lo sabes. ¡Si dices otra cosa es que te mato!
Hablaba en voz bien alta, mientras su marido ni se inmutaba.
Sobre la mesa había un tapete que ella misma había hecho en ganchillo de color blanco y en el medio un jarrón con flores artificiales.
Marcy permanecía callada sin saber por donde salir.
Pero se enfrentó a la gobernadora de la finca.
Sabía que le repateaba que las empleadas de la finca la llamasen doña y se lo llamó.
–Lo que yo diga en un juzgado es asunto mío, doña. Y si hablamos claro, no sé quien ha sido más culpable, porque tu hijo por poco me mete en la cárcel, ¿ah? Hablemos claro, que aquí hay para todos.
La otra la escuchaba con expresión indignada.
–Sólo te digo que digas la verdad, por primera vez en tu vida –dijo la suegra.
A Marcy aquellas palabras le hicieron mucho daño.
Procuró mantener la cabeza fría.
–¿Es esto todo lo que tenías que decirme?
–Eso es todo –contestó la bodeguera.
Marcy se levantó y echó una rápida ojeada a aquel lugar, donde no hacía mucho tiempo había pasados días de felicidad con su marido. Pero aquel recuerdo no le causó nostalgia.
Abrió la puerta y salió al patio delantero.
Vio a lo lejos al enólogo, que entraba a su laboratorio con una probeta que contenía vino nuevo. Pensó que era mejor no dirigirse a él, por no comprometerle, y se limitó a saludarle agitando su mano derecha. Él la correspondió sonriente.
Ese pobre está sufriendo lo que nadie sabe”.
Cogió su coche y se fue de allí como alma que lleva el diablo.


martes, 12 de agosto de 2014

Marcy (159)


Cogió su coche a primera hora y dejó a los niños a la puerta de su escuela. Dos horas más tarde estaba en la entrada de la propiedad vinícola. Pulsó el timbre del portero automático.
–Soy Marcy.
Al otro lado nadie contestó, pero comenzó a abrirse la reja corredera terminada en agudas lanzas, de unos cinco metros de ancho, que daba acceso a la propiedad.
Continuó por el camino recto, asfaltado, que desembocaba en la puerta principal de la vivienda, flanqueada por dos robustas columnas de piedra blanca con vetas marmóreas, de estilo dórico.
Aparcó el coche y se dirigió a la entrada.
La vivienda y las naves anejas, destinadas a la producción del vino, estaban rodeadas por una vasta superficie de viñedos. Estaban en plena vendimia.
Marcy conocía a la perfección los ritmos de la bodega y el procedimiento para obtener el vino. Los operarios estaban recogiendo en cestas los racimos repletos de preciosas uvas moradas y los vaciaban en carretas que entraban a descargar en la nave. Oyó el traqueteo de la máquina despalilladora. Los primeros caldos ya estarían ahora en los depósitos de fermentación, notaba el olor característico.
Llamó a la puerta enorme, de madera, dividida en cuarterones, picando con fuerza la aldaba de hierro forjado.
Esta gente es forofa del hierro, como los hombres primitivos”.
Su suegra le abrió la puerta y la invitó a pasar al recibidor, amplio, con el suelo revestido de cerámica geométrica, y decorado con unas plantas colgantes, exuberantes y bien cuidadas, colocadas en pedestales, que atenuaban el calor.
Recordaba que su suegra era maniática de la limpieza y que quitaba el polvo a las plantas, hoja por hoja con un producto especial. Manele siempre decía que su madre era tan limpia como los chorros del oro.
Se saludaron con dos besos en las mejillas y pasaron a la sala donde se hacía la vida cotidiana, en la planta baja. Su suegro, un enfermo diabético, apocado, estaba sentado en una silla y apoyado con los codos en una mesa de comedor grande y redonda mirando al vacío. No se levantó cuando entró su nuera, parecía demente.
–Te agradezco que hayas venido. Ya ves que padre no se encuentra bien, así que todo quedará entre nosotras. Será lo mejor.
Siempre le habían llamado así, padre, sin más.
Marcy permaneció a la espera. La otra adoptó de pronto un aire furioso.

–Óyeme bien, espero que ni se te ocurra, que ni se te ocurra –recalcó con lentitud–, ir contra mi hijo.

lunes, 4 de agosto de 2014

Marcy (158)

Desde que su padre estaba tan grave tenía la necesidad, cuando estaba con sus hijos, de tenerlos muy cerca de su cuerpo, incluso, por la noche, les hacía dormir en la cama matrimonial, uno a cada lado de ella, y los mantenía sujetos, pegados a ella, como si fuera para evitar que alguien se los llevara durante el sueño.
“Qué cosa más absurda”. Pero si no lo hacía así, no pegaba ojo.
No apreció en los niños ninguna secuela por toda la agitación que estaba ocurriendo en su vida en los últimos meses y, sobretodo, en los últimos días. Parecían tan alegres como siempre, con ganas de jugar a todas horas. Aún no sabían nada de la gravedad de su abuelo.
Aquella noche se quedaría a dormir con ellos, en casa y, a la mañana siguiente, volvería al hospital después de dejarlos en el colegio.
Preparó de cena espaguetis con tomate, su plato preferido, y les consintió comerlos mientras veían en la televisión su serie favorita de dibujos animados.
Se quedó absorta mirándoles comer con buen apetito y hablar entre ellos sobre lo que estaban viendo, imitando los movimientos y los dichos de los personajes con sus voces cantarinas, que a Marcy le parecían música celestial.
Mientras ella se tomaba un plato de sopa instantánea, recibió la llamada de su madre con la buena noticia de que el padre estaba mejor; durante la tarde habían empezado un tratamiento nuevo y había reaccionado de manera favorable, aunque dentro de la gravedad.
Cuando pasó por el hall de entrada para acostar a los niños se fijó que cerca de la puerta, en el suelo, había un sobre de correos. No lo había visto al entrar.
Lo abrió y leyó el papel que decía que al día siguiente, sin falta, acudiera a la finca de sus suegros en La Vitia.
Pensó, lo primero de todo, en llamar a su amigo el enólogo, para ver si sabía algo.
Mejor le envío un mensaje diciendo que me llame él, urgente”.
Estuvo esperando un buen rato hasta que recibió su llamada. Le explicó que había recibido aquella convocatoria de sus suegros.
–Me lo temía. Desde hace unos días están que trinan contra ti. Cuando nos encontramos en Greda no me atreví a decírtelo.
–¿Qué es lo que está pasando?
–¡Uhhh! Que el abogado de Manele sabe que tú vas a declarar otra vez y que puede ser contra él y se han enterado de que tienes motivos para hacerlo. Allí no se habla de otra cosa.
–¿Manele está por allí?
–Hoy salió de viaje, le llevará unos días.
–Pues tendré que ir a la finca. Mañana, ¿te parece?
–Eso mismo. Me alegraré de verte por aquí.
Su amigo no sabía que lo que más temía ella de sus suegros era que pudieran soltar sus secretos del pasado a los cuatro vientos, sobretodo la vergonzosa manía del juego y todos los horribles engaños que tuvo que hacer en aquella época a sus seres más queridos.
No podría soportar que sus hijos se enterasen de todo aquello.

Tenía que evitarlo como fuera.