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martes, 12 de agosto de 2014

Marcy (159)


Cogió su coche a primera hora y dejó a los niños a la puerta de su escuela. Dos horas más tarde estaba en la entrada de la propiedad vinícola. Pulsó el timbre del portero automático.
–Soy Marcy.
Al otro lado nadie contestó, pero comenzó a abrirse la reja corredera terminada en agudas lanzas, de unos cinco metros de ancho, que daba acceso a la propiedad.
Continuó por el camino recto, asfaltado, que desembocaba en la puerta principal de la vivienda, flanqueada por dos robustas columnas de piedra blanca con vetas marmóreas, de estilo dórico.
Aparcó el coche y se dirigió a la entrada.
La vivienda y las naves anejas, destinadas a la producción del vino, estaban rodeadas por una vasta superficie de viñedos. Estaban en plena vendimia.
Marcy conocía a la perfección los ritmos de la bodega y el procedimiento para obtener el vino. Los operarios estaban recogiendo en cestas los racimos repletos de preciosas uvas moradas y los vaciaban en carretas que entraban a descargar en la nave. Oyó el traqueteo de la máquina despalilladora. Los primeros caldos ya estarían ahora en los depósitos de fermentación, notaba el olor característico.
Llamó a la puerta enorme, de madera, dividida en cuarterones, picando con fuerza la aldaba de hierro forjado.
Esta gente es forofa del hierro, como los hombres primitivos”.
Su suegra le abrió la puerta y la invitó a pasar al recibidor, amplio, con el suelo revestido de cerámica geométrica, y decorado con unas plantas colgantes, exuberantes y bien cuidadas, colocadas en pedestales, que atenuaban el calor.
Recordaba que su suegra era maniática de la limpieza y que quitaba el polvo a las plantas, hoja por hoja con un producto especial. Manele siempre decía que su madre era tan limpia como los chorros del oro.
Se saludaron con dos besos en las mejillas y pasaron a la sala donde se hacía la vida cotidiana, en la planta baja. Su suegro, un enfermo diabético, apocado, estaba sentado en una silla y apoyado con los codos en una mesa de comedor grande y redonda mirando al vacío. No se levantó cuando entró su nuera, parecía demente.
–Te agradezco que hayas venido. Ya ves que padre no se encuentra bien, así que todo quedará entre nosotras. Será lo mejor.
Siempre le habían llamado así, padre, sin más.
Marcy permaneció a la espera. La otra adoptó de pronto un aire furioso.

–Óyeme bien, espero que ni se te ocurra, que ni se te ocurra –recalcó con lentitud–, ir contra mi hijo.

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