Se desplazaron el
viernes en dos vehículos. Nacho, acompañado de Miguelito, pasó a recogerlos en
su monovolúmen de última generación, repleto de cachivaches infantiles
en el maletero. Los niños tomaron asiento atrás y Marcy al lado de Nacho.
En menos de una
hora ya se encontraban en la recepción del Gran Hotel donde, tras pocos minutos
de espera, llegaron los otros cuatro.
Se chequearon en
el mostrador de recepción y al momento los niños se escabulleron hacia la
ludoteca esquivando a los mayores. Mientras el conserje se ocupaba de sus
maletas, se sentaron en el piano bar a refrescarse tomando unas cervezas.
El sol derretía
por aquellos días y el hotel estaba abarrotado de clientes.
Convinieron subir
a las habitaciones para ponerse el bañador y bajar a las piscinas.
Los niños no
daban ninguna molestia, tanto de día como de noche el balneario contaba con
cuidadores especializados que los tenían embelesados con su animación.
Entretanto, los mayores descansaban en sus tumbonas, tomando zumos exóticos, al
borde de la piscina de agua de mar, protegidos por una sombrilla rayada del
ardiente sol.
Al día siguiente
de llegar hicieron el circuito termal los cuatro juntos.
–Díselo tú,
Nacho, que a mí no me hace caso –dijo la mujer de García.
–Que le diga el
qué.
Estaban en la
sala de reposo, cada uno en su diván, envueltos con mantas, después de haber
recibido un masaje.
Los habían
dispuesto en círculo para que pudieran verse. Una empleada les llevó unos zumos
y se fue. No había nadie más.
Marcy tampoco
sabía lo que quería decir la esposa de García, estaba relajada y su piel olía a
hierbas aromáticas, sobretodo si despegaba un poco la manta de su cuerpo. Lo
hizo varias veces para aspirar aquel olor narcótico.
No le apetecía
mucho escuchar líos de familia.
–Dile que tiene que
olvidarse un poco de su padre, Nacho.
Marcy echó una
ojeada a Nacho y vio que ponía cara de circunstancias y se mantenía en
silencio.
“Aquí hay
movida”.
–¿A qué viene
sacar este tema ahora? –inquirió García a su esposa, disgustado.
Pero ella no se
retrajo y siguió a lo suyo.
–Es que es
verdad, Nacho, es que no puedo con él. No piensa en otra cosa más que en su
padre y en ganar dinero, nos tiene abandonados a su mujer y a sus hijos.
García estaba
furioso.
–Es que a ti no
te duele mi padre, me duele a mí –dijo, como un basilisco, en voz alta.
La relajación que
disfrutaba Marcy se había disipado.
–¿No veis como se
pone? No se le puede decir nada –dijo la aludida.
–Yo lo comprendo
–dijo Nacho–. Oye, es su padre, lo más grande que uno tiene en la vida. Yo lo sé
bien porque me crié sin él.
Nacho se quedó
algo pensativo.
–Te pasas la vida
buscando ese algo que te falta, alguien que ocupe su lugar.
Marcy se sintió
emocionada por aquellas palabras.
Como si hubiera
dicho una verdad universal, incontestable. Se decidió a hablar.
–No lo sabía,
Nacho, y ¿desde cuando te falta tu padre?
–Cuando yo era un
bebé, nos abandonó a mi madre y a mí, no volvimos a saber de él.
El matrimonio
desistió de su pelea y atendía a la conversación.
–Yo también lo
entiendo. Tengo a mi padre enfermo del corazón, es muy jodido verle que se te
muere y no puedes hacer nada –dijo Marcy.
–Eso sólo lo sabe
el que lo pasa. Tú como tienes unos padres de bandera…–dijo García mirando a su
mujer.
La esposa se
mantuvo en su sitio y continuó replicando.
–Cariño, yo lo
único que te digo es que tienes tu propia familia, la tuya, la que has creado
tú, y que la cuides –dijo con seguridad a su esposo.
–En eso tiene
razón, tiene mucha razón –dijo Marcy.
Entró la empleada
arrastrando un carrito y les tendió un albornoz blanco, bien doblado, a cada
uno y les dijo que la sesión había finalizado y que podían irse.
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