Una tarde Nacho
la invitó, junto a un reducido grupo de compañeros, a tomar unas copas en un
local de moda recién abierto en Greda.
Marcy había
ganado peso y lucía un aspecto mucho más saludable y el arreglo para aquella
noche surtió un efecto fabuloso. Volvía a estar atractiva de verdad, incluso le
pareció descubrir en la imagen que le devolvía el espejo, que las pequeñas
marcas de la vida la estaban dotando de un estilo más profundo, más
interesante. La figura, perfecta, sólo realzada por su pequeño vestido negro de
verano, de profundo escote y con brazos y piernas al aire. Aun no estaba
bronceada, de manera que se pasó por las zonas descubiertas una crema coloreada
y maquilló sus labios en color rosa, del mismo tono que su capelina de gasa.
Sus mechas habían tomado, con el tiempo, un tono casi rosado, y lucían
perfectas realzando el cabello, que caía con soltura sobre los hombros.
Nacho pasó a
recogerla y acudieron al local.
Ya había ido
llegando la gente y algunos estaban en la pista, debajo de la bola giratoria
compuesta de espejitos menudos, cuadrados, que reflejaban todos los colores que
lanzaban los proyectores al ritmo de la música.
Tomaron una copa
cada uno y la bebieron de prisa para unirse a los que bailaban.
Hacía mucho
tiempo que no se dejaba llevar por la música de aquella manera. El cuerpo,
llevado por la copa y el ambiente, se distendía relajado entrando en un ritmo
sinuoso y suave que le borraba cualquier otra impresión. Confrontada con Nacho,
se correspondían sus movimientos y su mirada con naturalidad casi animal.
De un vistazo al
nuevo grupo recién llegado, pudo distinguir a García, de la Duxa Limited.
–¿Qué hace éste
aquí, Nacho?
–Es el marido de
una compañera, un tío muy majo. Ya sabes, en Greda, los de este mundillo nos
conocemos todos.
No tenía ella esa
impresión de García, más bien al contrario. Le parecía el clásico personaje sin
escrúpulos, dispuesto a venderse al mejor postor.
–Así que lo
conoces bien, ¿no? –insistió ella, levantando la voz sobre la música.
–Durante un
tiempo nos frecuentábamos mucho. Hace años que viven una tragedia con el padre
de él. Se llevan gastado un dineral en médicos. Él es pasión lo que tiene por
su padre.
Se detuvieron y
comenzaron a saludar a los nuevos. Vio a García algo forzado al encontrársela
allí, como incómodo. Venía con su esposa y pronto se unieron al baile y a las
copas para terminar sentados, sudorosos, alrededor de una mesa algo retirada
del bullicio de la pista.
Nacho le preguntó
en seguida por el estado de su padre y Marcy observó el semblante de García, de
habitual formal y reservado, languidecer en pocos segundos.
–Dejemos de
hablar de ello, Nacho, está cada vez peor con esto, obsesionado, cambiemos de
tercio –dijo su mujer.
El padre, según
Nacho le explicó a Marcy en un aparte, padecía un tumor maligno y había tenido
que ser operado en varias ocasiones, llevaba años de agonía, pero la familia no
se resignaba. García se había gastado una millonada en su padre.
Nacho, con toda
la intención de borrar aquel efecto penoso de su pregunta, dirigió la
conversación por otros derroteros.
–¡Oye, oye!, ¡se
me acaba de ocurrir! Me han regalado unos bonos de un balneario nuevo cerca de
la costa, de agua de mar, el sitio es maravilloso. ¿Os hace un fin de semana en
familia?, los niños van gratis.
Era un plan
excelente, lo que necesitaban, era verano y el calor era sofocante dentro de
las pequeñas viviendas.
Marcy tenía la
necesidad de evadirse de su marasmo.
–¡No se hable
más! el próximo fin de semana. Salimos el viernes al mediodía, yo reservaré.
Y nadie rechazó la propuesta de Nacho.
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