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lunes, 2 de marzo de 2015

Marcy (188)


–Se nota mucho la falta, ¿a que sí? –dijo la madre.
No dijo nada y se levantó para tomar una taza de la vitrina, la que usaba su padre con más frecuencia.
–¿Me pones aquí mi café, mamá?
No quería hablar del padre, ni de cómo se vería modificada la vida de su madre al quedarse sola, lo que quería era hacerse presente a Amelia, que viera que su hija estaba allí para lo que fuera.
Marcy tuvo la sensación de que la madre iba a preguntarle sobre su matrimonio.
–Tengo que pedirte perdón, hija. Lo mismo estuve muy equivocada cuando te hablaba de tu marido.
No entendía por dónde iban las cosas, porque sabía seguro que Amelia, por fortuna, no se había enterado ni de la detención ni de la mudanza. Aún no había tenido la oportunidad adecuada para comunicarle su traslado y, respecto a lo primero, no quería que lo supiese jamás.
Miró a su madre interrogante.
–Quien es mi hija eres tú y te apoyaré a ti siempre. Si tú no eres feliz, hija, haz lo que tengas que hacer, pero no pases una vida desgraciada como la mía. Yo lo que quiero es que seas feliz.
Se veía que tenía las palabras pensadas y las recitó con seguridad. Marcy no se esperaba aquella confesión. Apenas hiló algún comentario y cuando abrazó a su madre, para irse, la apretó con fuerza.
–Hasta mañana, mami. Vendré por aquí a que decoremos esto juntas, tienes todo un poco anticuado.
Al franquear la puerta y dejar atrás a Amelia sintió desvanecerse el abismo que las había separado durante años y pisó más fuerte aún. Sintió la sangre correr caliente y libre por sus venas, como si su madre le hubiera insuflado la vida por segunda vez.

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