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lunes, 23 de febrero de 2015

Marcy (187)


–¡Mami!, ¡Mami! Ponte al teléfono, ¡porfa! –era Manu, reclamando a la madre. Al otro lado de la línea estaba Manele.
Ella se había preocupado de derivar el teléfono de su antigua vivienda al apartamento y no había dicho nada del cambio a su marido. No sabía si los niños le habían comunicado algo.
–Marcy, iré mañana a veros. Estarás por casa, ¿verdad?
–Sí, claro… ¿A qué hora vas a venir?
Se limitó a escuchar la hora a la que llegaría a Mazello, después se despidió, sin más. Llegaría al día siguiente, a las doce del mediodía.
El día de la llegada de Manele telefoneó, a primera hora, a Raúl, para comunicarle que esa jornada faltaría a su trabajo.
–Unas gestiones pendientes, de mi antigua vivienda…
No quiso darle explicaciones engorrosas.
–Haz lo que tengas que hacer, querida. Pero recuerda que tienes un compromiso conmigo para el viernes, no vayas a olvidarte ¡Mi chica favorita!
–No pienso en otra cosa, mi chico favorito.
Aquella ilusión le daba fuerzas, fuerzas para cualquier obstáculo que unos años antes la hubiera doblegado.
Se preparó a la vez que los niños y, después de dejarlos en el cole, fue a visitar a su madre.
Se había puesto el pequeño vestido gris, de aquella clase de vestidos que le sentaban tan bien, bajo un abrigo corto, del mismo color, acompañado de zapatos de tacón medio y bolso a juego, acolchado, con cadena, que se colocó en bandolera. Apenas necesitó maquillaje, sólo un leve brillo en los labios y el cabello suelto, recién teñido en su color natural.
Se encontraba sensacional, pisando fuerte, y eso que era la primera que iba a acudir al piso de sus padres desde la muerte de Arturo.

En cuanto llegó, madre e hija se dispusieron a tomar un café recién hecho, frente a frente, las dos sentadas a la mesa de la cocina. Le estaba doliendo la ausencia de su padre, como si aquella casa ya no fuera la misma, más grande, inhóspita, fría como un mausoleo. Le hizo daño ver los objetos esparcidos por cada rincón del piso, que su padre había utilizado y que parecían decir: “Esto era de Arturo”, “esto lo usaba Arturo”, “esto le gustaba a Arturo”; aquellas cosas, hasta ahora familiares, se le hacían dolorosamente extrañas.

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