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lunes, 24 de noviembre de 2014

Marcy (174)


–Marcy, vente para el aeropuerto, dentro de una hora salimos de viaje –era Raúl, al teléfono–. Echa cuatro trapos en la maleta, que nos vamos al desierto.
Tomaron el vuelo, después un ferry y después un cuatro por cuatro, para viajar por caminos trazados, de manera siempre provisional, en la arena. Arena por los cuatros costados y el aire acondicionado del vehículo a máxima potencia. Ocupaban los asientos traseros, agarrados como podían a las barras de seguridad. En los asientos delanteros el conductor y un guía conocedor de los poblados, hablando en una lengua de la que los de atrás no entendían ni palabra.
–Nos merecíamos unas vacaciones –bromeó Raúl, sudando a chorros.
–No me las imaginaba así, la verdad.
Ella se asió con fuerza a la barra superior, mientras su trasero rebotaba a cada salto del vehículo.
Habían salido con el coche a las cinco de la mañana, porque, según el guía, la capa de arena bien fría permitiría que el vehículo no se atrancara en la arena. Pero el trayecto fue lo bastante largo como para que, bajo aquel sol de justicia, el vehículo terminara empanzado en una duna y tuvieran que bajarse. El conductor y el guía sacaron unas pequeñas palas de metal que refulgían al sol y, con movimientos de extraordinaria agilidad, sacaron la arena que atrapaba al vehículo. Colocaron después unas planchas de aluminio bajo las ruedas y el conductor, acoplando la marcha reductora con maestría, sacó el coche del apuro.
Los expertos decidieron cambiar a otro camino más seguro.
Tomaron unos bocadillos y abundante bebida y continuaron la marcha unas cuatro horas más hasta llegar a un poblado formado por unas cuantas chozas de caña dispuestas en círculo y otras tantas construcciones de bloques de barro, uno de ellos de mayor tamaño que los demás.
Detuvieron el vehículo y un enjambre de criaturas les rodeó chillando.
“Duxa, Duxa, Duxa”, Marcy creyó percibir entre aquel griterío.

Entraron en el edificio de barro más grande. Se trataba de un orfanato dirigido por una misión humanitaria extranjera. Una multitud de niños, que habían perdido a sus padres tras las desoladoras epidemias, recibían cuidados y formación en aquel centro también sostenido con fondos de La Unión.

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