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lunes, 17 de noviembre de 2014

Marcy (173)


Se despertaron pronto y bajaron a desayunar en la cocina, como era rutina en la casa. Sobre la mesa rectangular humeaba una jarra de cristal grande, llena de leche de vacas de una finca vecina. La cocinera retiró del fuego la cafetera, que ya casi derramaba su contenido por la abertura, y les sirvió el café y después cada una se puso la leche de la jarra.
Josefa preparó unas tostadas de pan de hogaza en la sartén y las regó después con aceite de oliva, las colocó en una panera de mimbre que llevaba adherido un paño blanco que rebosaba por los bordes formando unos graciosos volantes y las puso sobre la mesa al lado de un sencillo florero, con rosas de la hacienda recién cortadas.
A Marcy le encantaban las atenciones de Josefa.
–Desde que se han ido los viejos estamos muy contentos, le tenían mártir al señorito, no se lo puede figurar –dijo, al oído de Marcy.
Las dos se desayunaron y salieron a la plazoleta delantera. En la misma puerta del laboratorio estaba el enólogo, que acudía a la bodega todos los días, aunque fuera domingo. Manele y el subdirector le ayudaban a cargar las garrafas de aditivos en la camioneta. Se acercaron a ellos.
Marcy llevaba en una mano una bolsa de tela conteniendo una enorme hogaza de pan que había cocido Josefa para que se la llevara.
–Nosotras ya nos marchamos –dijo.
Advirtió que el enólogo estaba satisfecho, acarreando los pesados bidones llenos a reventar, con la misma facilidad que si estuvieran vacíos.
–Hoy es un día grande para esta bodega –dijo, en voz alta.
Cogió la factura y se metió en el furgón, iba a devolverlos al proveedor.
–Me voy a Greda, señoras. Vamos a hacer una cosa, pueden seguirme y hacemos el camino juntos –dijo.
Se despidieron de los dos hombres que quedaban a las puertas del laboratorio.
–Piensa en lo que hemos hablado, Marcy –dijo Manele, por último.

Cogieron el coche y siguieron la estela de la camioneta que iba brincando sobre los baches de la carretera como si estuviera contagiada de la alegría de su dueño.

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