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lunes, 20 de octubre de 2014

Marcy (169)


El servicio de la finca acondicionó la habitación de sus suegros para las visitantes.
Tenía dos camas pequeñas, de madera, de diseño anticuado, con una mesita cada una, un tapete y una lamparilla encima. Los suelos, como en cada una de las seis habitaciones que había en la planta superior, eran de madera sin tratar, ya seca y agrietada, que crujía a cada paso, y el techo de vigas a la vista, recorridas por cables eléctricos, retorcidos, de color blanco oscuro.
En el centro pendía una lámpara de cristales tallados con algunas de las bombillas fundidas. En una pared un armario y, a su lado, un espejo, de marco de madera labrada, a juego con las camas.
Marcy pidió a la cocinera que les subiese un plato a cada una de huevos fritos con chorizo y fruta. La empleada subió llevando la comida en una bandeja enorme y metió en la habitación una mesa camilla donde montó un mantel y colocó los platos. Acercó dos taburetes.
–Ya está señorita, no sabe lo que me alegro de tenerla otra vez por aquí.
–Yo también me alegro de verte, Josefa –dijo Marcy.
Comieron y descansaron un par de horas. Marcy durmió una siesta como hacía mucho tiempo que no hacía. A pesar de todo, en aquel lugar aislado, relajado, donde parecía que no pasaba nunca nada nuevo, donde el tiempo transcurría perezoso, lejos del bullicio de la ciudad, había sido muy feliz.
Después salieron las dos a pasear entre las viñas y observaron el trabajo de los jornaleros que aún se afanaban vendimiando, manejando el corquete para cortar los racimos con una pericia que dejó a Arcadia embobada.
Se habían puesto calzado adecuado para andar sobre la tierra.
Marcy le fue enseñando todas las instalaciones de la bodega, que tan bien conocía, las cubas, la manera de hacer el trasiego, las barricas de madera reposando con su barriga llena de vino.
De hecho, durante la vendimia, todos los años acudían con los niños para participar en aquel ritual, incluso alguna vez habían ido los padres de Marcy.
Marcy sintió nostalgia de aquella época, tenía cariño a la propiedad.
No entendía porqué aquella gente despreciaba su propio vino, tan excelente, queriendo transformarlo en otro vino diferente. Simplemente porque se vendía más caro así.
A ella le encantaba el vino natural de la propiedad.
Terminaron por cansarse y subieron al piso de arriba a darse una ducha. La sirvienta les había dejado en el cuarto de baño toallas y dos batas de casa.
Después se lanzaron cada una sobre su cama a descansar las piernas.

Marcy se sintió tan relajada que le parecía que no hubiera pasado el tiempo y que era la misma chica soltera que llegó allí por primera vez hacía años, cuando empezó a ser novia de Manele y él la invitó a la finca, orgulloso de mostrar toda la posesión de la que era heredero.

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