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lunes, 6 de octubre de 2014

Marcy (167)




Le pidió a Arcadia que la acompañara a la finca vinícola para no volver a pasar el mal trago de la última visita. Era sábado y la guardería estaba cerrada. Los niños se habían quedado con su abuela en Greda.
Las dos hicieron todo el recorrido charlando sin parar sobre la guardería y, casi sin darse cuenta, estaban en la puerta metálica de la propiedad.
Marcy paró el coche y pulsó el portero automático.
–Pasa, Marcy –era la voz de Manele.
Detuvo el coche en la plazoleta delantera y pidió a Arcadia que la esperase.
–Si te necesito, te llamo –le dijo.
Y entro en la casa de los suegros sin ninguna prisa. La puerta estaba abierta, pasó al recibidor y percibió una vaharada de vino rancio.
Esta ratonera siempre huele mal”.
Oyó conversación en el salón y decidió entrar sin más. Para su sorpresa, en la estancia estaban Manele y el subdirector de la Duxa Limited, charlando muy animados. Estaba con ellos el enólogo y se estaban tomando unos vinos en unas copas grandes, de tallo alto, que brillaban impecables al sol que se filtraba por las ventanas.
No había vuelto a ver al subdirector desde aquella cena en casa de ella, cuando hacían planes para la Unidad Internacional.
Parecían muy relajados.
–El viaje bien, ¿verdad? ¿Te hace un vinito? –dijo Manele.
Marcy estaba perpleja. Los caballeros se acercaron a saludarla.
–No, gracias, es demasiado pronto. Prefiero un refresco.
No vio a sus suegros por ninguna parte. Él pareció adivinarle el pensamiento porque dijo que sus padres se habían marchado al sur, de vacaciones. Que los médicos lo habían aconsejado así.
Manele pasó a la cocina y regresó con la bebida en una bandeja, donde también había colocado unos platitos con aceitunas y galletas saladas.
Se sentaron en el tresillo, el que Marcy conocía en aquel salón de toda la vida, y que siempre le había parecido horrendo. Era de ese tipo de maderas oscuras que desprenden un olor añejo y llevaba una tapicería fijada con hileras de clavos de cabeza redonda que estaba ya muy ajada y desprendida en algunos bordes, dejando ver el relleno de una especie de espuma amarillenta, llena de agujeros.
Manele colocó la bandeja en la mesa de centro y tendió las bebidas a cada uno.
–Por aquí todavía hace mucho calor –dijo él– los niños, ¿están con tu madre?
Ella asintió.
Los hombres tomaron de los aperitivos y terminaron el vino. Bebían con sed, pero el alcohol no parecía afectarles. Manele rellenó las copas.

No se esperaba semejante reunión. Ellos siguieron su tema de conversación sobre el resultado de la última vendimia.

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