Quizá había cometido un gran error
confiándose en un sujeto así, un tipo sin escrúpulos.
Un fulano al que la gente temía y a la vez
seguía el juego, un hombre de oscuras relaciones con el stablishment, un
tío con padrinos.
Y ahora, a ver las consecuencias de
aquellos documentos firmados.
Fue a casa de Rafa, una vez más, con sus
problemas a cuestas. Le dijo que se había atrevido a ir donde Román, a pedir
explicaciones.
–Señorita, usted hace todo lo mejor que
puede hacerse. Pero sí, a mí también me preocupa todo esto; mayormente, si ese
hombre está metido en algo malo, puede perjudicarla a usted.
Rafa le había dicho que Román fue el que
trajo la perdición a Imomonde, un individuo capaz de falsificar documentos,
estafar, y lo que fuera necesario para alcanzar sus metas. Esa era la impresión
a la que había llegado después de hablar con gente, en la facultad, que sabía
de aquel caso.
Pero al final sus relaciones habían
funcionado y había salido indemne.
–Rafa, a mí me parece que ahora
tiene problemas con sus socios, porque me encontré con Lucas hace unos días y
me pareció muy descontento.
–Ya le dije yo, señorita, que son unos
buscavidas…
Rafa le había pedido a su madre unos cafés
y unas pastas para compartir con Marcy y la madre lo trajo y lo dejó sobre la
mesa camilla.
El bedel siguió diciendo lo que había
averiguado.
–En la facultad, uno de los profesores del
máster también me dijo algo que, bueno..., resulta ya algo exagerado, pero se
hablaba que este Román, se rumoreó que es un Totale, o algo así, que es su
grupo, que son los que se quedan con la mayor parte del dinero.
–Pero, ¿qué me estás diciendo?
–Lo que oye. Ahí hay metida mucha gente
importante. Pero lo de Imomonde no se llegó a aclarar, y después ya
desapareció, como si se lo hubiese tragado la tierra, no se hablaba de él.
Indudablemente, deben de tener influencias a todos los niveles.
–¡Estoy tan arrepentida, Rafa! Estoy
pagando por mis errores, por confiar en la gente a ciegas, en gente que no se
lo merece. ¡Me estuvo bien empleado!
–Usted está haciendo todo lo que puede,
señorita, no se mortifique, tome su cafetito, le hará bien.
También le contó lo sucedido con los niños,
y el pánico que tuvo que pasar hasta que comprobó que estaban bien.
–Sólo confió en ti, Rafa –dijo, tomando un
sorbo del café.
–Me enorgullece enormemente eso que me
dice, señorita. No lo merezco. Esperemos que todo se resuelva bien entre
ustedes, fundamentalmente por los niños y, por descontado, por usted misma y
por sus padres de usted también.
Y se echó una mano a la cabeza, la vista
perdida en el vacío, y después apuró su café y limpió el borde de las dos tazas
con una servilleta.
–Para que no queden marcas, no vaya a
molestarse usted.
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