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lunes, 7 de septiembre de 2015

Marcy (214)



Estaba loca por llegar a su casa y darse un buen baño de relajante.
En cuanto llegó, comprobó que no había nadie en casa, se sacó toda la ropa y las joyas y lanzó por el aire sus zapatos, a voleo. Abrió el grifo de la bañera a tope y, cuando se llenó, vertió un poco de aceite esencial.
Encendió su teléfono móvil y se sumergió hasta el cuello.
Pronto el aparato empezó a dar aviso de mensajes. Lo revisó y vio que tenía acumulados una barbaridad.
Sonó una llamada y la atendió, era Raúl.
–Querida, ¿dónde andabas? Me tenías muy preocupado.
–Aquí estoy, en casa, tomándome un baño. Acabo de llegar.
No quería darle detalles por teléfono.
–Ahora mismo me paso por ahí –dijo él.
Encendió el hidromasaje y se dejó llevar por las sensaciones que afloraban en su piel. Estaba tan agotada que casi se quedó dormida. Sonó el timbre de la puerta y saltó fuera de la bañera, chorreando, sobresaltada. Se pasó una toalla, a toda prisa, y se puso el albornoz.
Miró la pantalla del video portero.
–Qué bien, amor, ya estás aquí –dijo ella.
Y se dejó abrazar con fuerza por Raúl que la cerró entre sus brazos como si alguien fuera a llevársela.
–Dime qué es lo que has estado haciendo.
Se acercaron al sofá del salón y él se sentó. Ella se tumbó a su lado y puso su cabeza sobre las rodillas de él y los pies en alto, sobre el brazo del diván.
Él le acarició el pelo, haciendo ondas, peinándola con sus dedos.
–Déjame que te explique. Pero prohibido enfadarse, ¿vale?

Él la miró, intrigado, y la envolvió en sus maravillosos ojos de color verde oscuro, de tal manera que, si no tuviera que contarle lo sucedido, se hubiera dormido allí mismo, olvidada del mundo.

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