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martes, 6 de marzo de 2012

Marcy (32)



Acudió con el dinero a la sucursal para saldar la deuda.
Nadie debía enterarse, ni sus padres, ni Manele.
El empleado del banco que la atendió la conocía bien, a ella y a su marido, era el interventor. Marcy pensaba que sospechaba algo porque la miró atónito.
–¿Otra vez números rojos, Marcelina?
No la conocía suficiente para llamarla por su apodo.
–Se me juntaron unos pagos, facturas, cargos, ya sabes, todo a la vez.
Él echó una ojeada al ordenador.
–Qué raro, aquí sólo veo disposiciones en efectivo.
La miró por encima de las gafas de cerca, esas que lleva la gente con vista cansada.
–Debe haber un error –continuó el bancario.
Aquella tontería se le estaba complicando a base de bien.
Ella ya le había entregado el dinero, pero el banquero seguía porfiando.
–Ya sabes que cuando hay números rojos se paga interés, se te han juntado doscientos euros de intereses.
–Sí, ya lo sé –ella quería terminar cuanto antes.
–Tenéis que tener cuidado. Habla con Manele; a lo mejor es él, que no se ha dado cuenta.
–Sí, sí, hablare con él. Gracias.
Estaba hasta la coronilla de que aquel tío se pusiera tan cargante. No había ocurrido tantas veces. “Se conoce que en el banco, cuando tienes pasta, eres señora de tal, si no échate a temblar, oye, que te leen la cartilla”.
Y eso que al fulano le había dado su asqueroso dinerito. Qué más querría. Parecía que le estaba dando terapia.
Aún no estaba del todo satisfecho.
–Si se vuelve a repetir tendré que llamar a Manele.
Ella se quedó fría, inventó una excusa sobre la marcha. Se echó una mano a la cabeza como si hubiera olvidado algo.
–Mira si soy despistada, que se me había olvidado –dijo ella sonriendo, procurando creérselo ella misma un poco.
Una ludopatía da mucho para la inventiva, se cuentan cuentos a todo pasto, sin pestañear. Te vuelves una profesional del embuste.
–Mira que le compré a Manele un reloj muy caro, para darle una sorpresa, y tuve que pagarlo a plazos. Se me había olvidado. ¡Donde tendré la cabeza!
–Debió ser caro de cojones –dijo él irritado.
–Si, muy caro. No se te escape decírselo, es una sorpresa.
El interventor movía la cabeza, a ambos lados, escéptico. Ella pensaba y pensaba nuevas tretas.
–Su padre está muy grave, ¿vale?, por eso le quiero regalar un capricho caro, para que se anime el pobre.
–¡Ya! Todavía tiene padre, pues que lo cuide. El mío ya murió.
Por suerte el tío aflojaba.
–Lo siento de verdad, ¿hace mucho?
–Hace un mes, Marcelina, todavía ni lo puedo creer.
Ella extendió la mano por encima del mostrador para consolarle.
–Hay que ser fuerte, es así la vida.
Le pareció que el banquero tenía los ojos rojos.
–Te haré caso, voy a vigilar el saldo a diario, no te preocupes –dijo ella.
–Sí, debes hacerlo, ya no se puede pasar por alto, ¿entendido?
Llegó otro cliente y se cortó la conversación.
Marcy se despidió y se fue despepitada, como el que acaba de librar de un accidente por los pelos.

1 comentario:

  1. Hola Emy, aunque llego un poco tarde, voy a ver si me leo un poco tu novela y te cuento.

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