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martes, 20 de marzo de 2012

Marcy (34)



Sus suegros cubrieron las apariencias y la llamaron para que acudiera con los niños a pasar un fin de semana a la finca.
Marcy accedió a ir. Sabía que su suegra no la soportaba, pero no era mujer que admitiera una negativa y, por otra parte, los niños adoraban estar en la propiedad.
Era pleno invierno y en la finca los empleados hacían labores de poda y mantenimiento en los viñedos. Marcy en seguida se enfrascó en aquellas labores como un obrero más.
Mientras los niños se divertían a sus anchas y el interior de la vivienda cumplía con sus rutinas, algunos empleados estaban ocupados, aquel sábado por la mañana, en desmontar la máquina despalilladora porque al lunes siguiente llegaría una nueva.
Los restos metálicos desvencijados fueron a parar a la nave vieja, que Marcy conocía muy bien y donde solía acudir a pasar momentos a solas, a fumar un cigarrillo.
No le pasó desapercibida la existencia de una gran cantidad de tanques de plástico con un producto líquido, cuya etiqueta estaba arrancada.
No dudó en preguntarle al enólogo, le tenía confianza al químico.
Era la persona apropiada, el encargado de la vigilancia de las plantas, de la elección del momento de la vendimia, del control de los parámetros de los caldos.
Cuando ella le preguntó por aquellos bidones él pareció indeciso.
–Marcy, yo no digo nada, soy un mandado.
–¿Son aditivos? –ella lo imaginaba desde hacía tiempo, él se lo había insinuado.
–Aquí se hace lo que la jefa dice, no sé si me comprendes –contestó él, sin ganas de hablar más.
Ella le apreciaba y el sentimiento era recíproco.
–Cambiando de tema, ¿y tú cómo lo llevas? –dijo refiriéndose al traslado de Manele.
Él sabía lo enamorada que estaba de su marido.
–No lo llevo nada bien –dijo al borde de las lágrimas.
Recobró de pronto la entereza y sonrió con picardía.
–Y la señoritinga de la finca de al lado, ¿atravesada por aquí como siempre?
Él soltó una risita.
–¡Y que lo digas! Todos los días viene a hacerle la rosca a tu suegra.
–Mira la mosquita muerta.
–No tengas miedo, Marcy, esa brujita es una tiquismiquis, no tiene fuerza ni para pisar una uva, a Manele no le gustan tan flojas.
El enólogo siempre tenía el recurso para arrancarle una sonrisa.
Marcy sintió pena por él.
–Ten cuidado con esa gente. Tú eres el especialista y son ellos los que tienen que hacerte caso, no al revés –le dijo con firmeza.
–Debería ser así, pero esto ha cambiado mucho, Marcy, y ahora con tal de vender se hace lo que sea, ya sabes, tu suegra, como es…
Él quedó pensativo.
–Te hablo con toda confianza –dijo él–, cosas que ya ni me atrevo a decirle a Manele. No puedo hablarle así de su madre, ¿no me comprendes?

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