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martes, 13 de marzo de 2012

Marcy (33)


Aquel día encontró a su padre mejor, tranquilo, el color de su piel rosado y libre de la siniestra opresión en el pecho. Estaba sentado en un confortable sillón con vistas a la montaña y compartieron pronto un zumo tropical que Marcy le había traído y que los facultativos ya le permitían. Y estaba con ganas de hablar.
Comenzó a charlar de cualquier cosa, pero Marcy sabía cuándo su padre quería decirle algo importante.
–¿No piensas trabajar alguna vez en lo tuyo, hija? Nunca me atrevo a preguntarte.
Justo lo mismo que martilleaba su cerebro desde hacía un tiempo. Ella mantuvo silencio.
–Tenía la esperanza que llegaras mucho más arriba que yo –el padre hablaba despacio, como pensando en voz alta–, a donde yo no he podido, por circunstancias de la vida.
–No te preocupes, voy a hacer un máster en la Universidad de Greda, para reciclarme, papá, y trabajar en lo mío, como tú dices.
Salieron de su boca, por sorpresa, aquella sarta de ideas, que parecieron proyectos coherentes al oírlos, pronunciados por sus propios labios, casi sin pensar.
–¡A ver si luego voy a tener menos tiempo para mimarte! –dijo ella, provocativa.
–Eso sería lo de menos, tú eres lo mejor que he hecho en la vida –confesó Arturo, con seguridad–. Y lo mejor de lo mejor es poco para mi niña.
–¡Calla, papi! no me gusta que te preocupes por mí, ya lo sabes –replicó, con desenfado, Marcy.
Pero la cara de su padre reflejaba un dolor profundo.
–Hija, ven que te diga una cosa. No sabes bien lo arrepentido que estoy de haberme portado tan mal contigo y con tu madre.
–No importa papá, ya está olvidado desde hace muchos años.
–Perdóname, hija, perdóname.
Jamás habían hablado con semejante sinceridad.
 Marcy contuvo su emoción a duras penas. Le dirigió la atención hacia la ventana para evitar que él viera cómo se deslizaban unas lágrimas por la cara de ella.
–Mira, papi, las montañas, ¡qué bonitas se ven nevadas!
–Marcelina, ¿sabes que te pusimos el nombre de mi madre? Tú no la conociste, pero yo… ¡la quería tanto!, casi tanto como a mi mujer. Te pareces a ella, cariño. Qué tres mujeres más perfectas me han tocado ¡No las he merecido! –Marcy vio como rodaban las lágrimas por sus mejillas, cayendo sobre la almohada.
Le había deseado la muerte muchas veces a su padre, de manera que verle postrado casi le causó una satisfacción inconfesable. “Te lo tienes merecido, monstruo”. Un pensamiento que la horrorizó.
–Piensa sólo en curarte, papá, ya sabes que nos haces mucha falta.


6 comentarios:

  1. Emy buenas gracias por visitar mi blog hoy por primera vez visito yo el tuyo y a partir de ahora siempre que pueda entrare.
    Gracias un saludo
    Paloma

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  2. Gracias Emy, por visitarme, desde ahora entrare a ver el tuyo siempre que pueda, Un saludo y seguimos en contacto

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  3. Emy Felicidades por tu blog y escritura, me encanta leer, pero soy mala escribiendo.
    Besos.

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    Respuestas
    1. Feli, muchas gracias, en lo que tú haces
      lo haces muy bien, ánimo.

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