Se encontraba aquel día, como era
habitual, en la guardería, bien de mañana, cuando recibió una llamada de Manele
al teléfono fijo del local.
Él le dijo que tenía el número
por una tarjeta que cogió el día de la inauguración, que llevaba varios días
llamando a casa y que no daba con ella.
–Tienes que venir cuanto antes,
Marcy, los niños están aquí conmigo.
Se le formó tal nudo en la
garganta, que apenas acertó a articular palabra.
–Pero están bien, ¿no?
–Sí, están perfectamente, pero
tienes que venir.
–Esta misma tarde cojo un vuelo,
díselo a los niños.
Colgó el teléfono y a toda prisa
reservó el vuelo para primera hora de la tarde.
No entendía como era que los
niños estaban allí.
En cuanto llegó Arcadia, le dijo
que tenía que irse con urgencia y se fue a su casa a por algo de dinero y la
documentación.
Cogió el coche y en pocos minutos
llegó al aeropuerto de Greda. Se acercó al mostrador y el empleado le ofreció
tomar un vuelo que partía en una hora y que tenía aun plazas libres. Compró un
billete y acudió al bar. No tenía apetito, sólo tomó un vaso de agua y se
dirigió a la puerta de embarque como si con su prisa el avión fuera a partir
antes.
Hacía un calor pegajoso, pero el
interior de la nave estaba frío y no había tomado ropas de abrigo. El ambiente
festivo de los viajeros, realizando sus rutas veraniegas en medio de una jovial
diversión le causó una impresión de falta de realidad. Permaneció quieta en su
asiento, inmóvil, helada, unas dos horas eternas, en un estado de alerta
angustiosa, dispuesta a salir por la puerta a la llegada en cuanto estuviera
permitido.
Tomó un taxi señalando la
dirección en el sobre de la correspondencia de Manele y permaneció muda, alerta
como una pantera. Bastante antes de lo previsto llegó a la puerta del inmueble.
Subió en el ascensor sintiendo
como su corazón galopaba acelerado dentro del pecho, tan fuerte que casi podía
oírlo, llamó al timbre del apartamento de Manele y éste abrió la puerta en
seguida.
–Qué bien, llegaste muy pronto,
¡pasa!
Avanzó decidida por el pasillo en
dirección a las voces infantiles y se encontró en el salón a los niños jugando
con un enorme mecano sobre la alfombra. Una empleada uniformada limpiaba la
estancia
–¡Mami! ¡Mami! Papá nos fue a
buscar al campamento. ¡Mira qué juguete más chuli!, papá dice que es para mí,
pero que le deje jugar a Manu –dijo Pablo, entusiasmado–. ¿Estás contenta,
mami?
–Sí, Pablete, claro que estoy
contenta, si vosotros estáis contentos, mamá también.
Los pequeños se agarraron al
cuello de la madre, arrodillada en la alfombra, y pronto la soltaron para
volver a sus enredos.
Marcy se levantó y se dirigió al
otro extremo del pasillo, donde se encontraba la cocina, Manele se fue tras
ella.
–¿Qué es lo que está pasando?
–Cariño, no te enfades –respondió
él–. Los echaba tanto de menos que me dio por ir a recogerlos, total, ya estaba
a punto de acabar el campamento. Vamos, cariño, quédate unos días, también a ti
te echo mucho de menos. Quiero a mi familia.
–Marcy, te lo suplico,
¿entiendes? –continuó él–. Olvidemos el pasado y empecemos de nuevo. Yo te
quiero, eres la mujer de mi vida.
Alguna otra vez él había dicho
aquellas mismas palabras, que ella recibía ahora con el más absoluto
desencanto.
–Ya no podemos volver a estar
juntos, yo ya no quiero –contestó ella, mirándole a los ojos.
–Estamos a tiempo de salvarlo
todo, mujer, dame otra oportunidad, te lo suplico.
Él casi estaba de rodillas.
–No, ya lo tengo zanjado, y es
que no.
Él la miró lleno de rabia,
amenazante, parecía desesperado.
–¡Ay! Luego no digas que no te lo
dije…
Se contuvo un instante y
dulcificó sus palabras.
–Tú eres mi chica, Mar. ¡Lo eres
todo para mí!
–Me tengo que ir o perderé el
vuelo de vuelta. Dentro de quince días empiezan los niños el cole, el día
anterior los quiero en casa –dijo Marcy, de manera terminante, regresando a la
pieza donde jugaban los pequeños.
–Mami se tiene que volver a
trabajar, peques, pero nos vemos pronto, que ya va a empezar el cole, ¿vale?
Los niños estaban tan
entretenidos que apenas escucharon sus palabras.
–Queremos quedarnos aquí unos
días más, ¡porfa, mami…! Lo pasamos
muy bien –dijo el menor.
–Sí, cariño, claro que sí.
Y sintió un desgarro casi físico
al salir del apartamento, como si en aquel salón hubiera perdido una parte de
su propio cuerpo, pero se dio cuenta de que no tenía más remedio que pagar un
precio, el precio de una vida propia, y que ya no había vuelta atrás.
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