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lunes, 28 de octubre de 2013

Marcy (118)


Tenía por seguro que con el último que podía hablar era con Manele y que tendría que echar las redes por otras partes, ahora que ya había decidido llegar hasta el fondo.
Pensándolo bien, no le había extrañado tanto lo que Rafa le reveló. En realidad ella se había enterado de casi todo, pero lo dejó pasar. Llevaban poco tiempo de matrimonio y sin trabajo y con un niño pequeño, a ver a dónde iba a ir.
Ella bien se daba cuenta de que los tres socios estaban metidos en negocios extravagantes, que nada tenían que ver con su actividad en la compañía y que podría costarles su puesto de trabajo o incluso algo más.
Pero la ambición de Manele no tenía límite en aquel tiempo y no le bastaba con la línea ascendente que llevaba en la empresa, necesitaba un buen pelotazo, eso decía a veces en casa, algo que les sacara de aquella vida mediocre.
Y casi le llevó a las puertas de la cárcel.
Pero todo aquello quedó muy atrás, en el olvido, como un negocio fallido, nada más; y él continuó adelante creciendo cada día, sobre todo a los ojos del subdirector de la Duxa.
Sonia se encontraba en Greda de vacaciones, se lo había dicho a Marcy durante aquel encuentro en el parque. Sabía que la nórdica tenía alquilado un pequeño apartamento en la Milla de Oro. Consiguió su número en la compañía, la telefoneó y quedaron en un bar céntrico.
A raíz de la última conversación con ella, le pareció que la chica era buena gente.
Y aunque hubiera tenido algún lío con Manele años atrás, ahora a Marcy ya ni le importaba. Quería averiguar algo más acerca de los negocios de él, si es que ella sabía algo.
Se presentaron las dos, casi a la vez, en el bar, de buena mañana, vestidas de manera informal. La ejecutiva, que hacía mucho deporte, venía de correr por el Parque Central.
Encargaron unas bebidas y tomaron asiento en una mesita redonda. Sonia le preguntó por sus hijos antes de que entraran en materia.
–Le extrañará lo que voy a pedirle, Sonia, pero usted sabe que hace tiempo que estoy distanciada de mi marido y conozco poco de su actividad en Brexals. Quizá usted podría decirme algo, porque hace un tiempo colaboré con él en un proyecto y ahora está todo parado, ¿sabe algo usted?
–A mí, señora, me pasa algo parecido –dijo despacio, con su acento peculiar, con su voz melódica, suave–. Conozco bien lo referente a la compañía, pero sé que él tiene algún otro negocio. Puedo enterarme, si usted quiere, en cuanto regrese a Brexals.
Tuvo la impresión de que la ejecutiva se dolía también del abandono de Manele y que ahora militaban las dos en el mismo bando, el de las repudiadas.
–No tenga duda, señora, si necesita algo, yo estoy con usted, llámeme cuando quiera.
Marcy sintió una gratitud inesperada por aquella joven que había sido objeto de sus celos.
La joven quedó en comunicarse por teléfono en cuanto supiera algo y salió del bar para continuar su entrenamiento, mientras Marcy, pensativa, regresó en autobús a Mazello.
Aquella misma tarde se encontró con Lucas en la guardería, empujando la sillita de su hija. Poco atractivo, orondo y calvo, había empeorado desde el accidente de su hija, parecía más nervioso. Le dio la impresión de que quería comunicarle algo.
Cuando dejó a la niña jugando con los demás se acercó a ella.
–Marcy, nunca tuvimos mucha confianza para hablar, pero, muchacha, ¡estoy hasta las narices!
Marcy le miró, extrañada.
–A mi me basta con lo que tengo, con mi familia y mi oficina, y ahora cuidando a Laurita todo lo que puedo. No quiero más negocios para volverme rico de la noche a la mañana, estoy bien como estoy, pero no puedo con Laura. Nos hemos metido otra vez los tres y no sé cómo acabará esto.
–¿Los tres?
–Sí, Manele, Román y yo; bueno, Laura, que me ha obligado a entrar en esto, yo no estaba nada convencido. Primero que íbamos a hacer un negocio tremendo cogiendo inversiones de capitalistas y nos íbamos a forrar, de eso hace ya más de un año. Pero luego vinieron los líos de faldas y ahora ellos dos están enfrentados y a mí me tienen entre la espada y la pared, porque yo aprecio a los dos, son mis amigos.
–Han cambiado mucho las cosas, Lucas.
–Sí, ya sé que vosotros no estáis bien, ya lo sé. En fin, ya veremos lo que pasa, pero sea lo que sea no me gustaría que pienses mal de mí.
Interrumpió su confidencia y se fue a observar los juegos de su hija.

Y Marcy percibió que Lucas se quedaba con algo importante en el tintero y que estaba lejos de enterarse de todo.

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