Pasaba mucho tiempo con Rafa,
casi todas las tardes, elaborando el material del jardín de infancia para el
trabajo fin de máster. Y acabó confesando a su amigo los trámites financieros
en los que se había metido con Manele y con Román. Rafa le prometió hacer
averiguaciones a través de los profesores de facultad, y también sugirió a
Marcy que hablara con Sonia y con García para hacerse con más información.
Tardó poco en conocer los
primeros resultados de las pesquisas y no fueron nada tranquilizadores.
Rafa se acabó enterando, con todo
detalle, de lo sucedido en Imomonde.
Aquello casi llegó a la categoría
de estafa inmobiliaria, porque los tres socios, Manele, Román y Lucas, fueron
llamados a declarar al juzgado por obtener créditos hipotecarios de manera
irregular. Según había leído en la hemeroteca, llegaron a estar imputados por
simular compras y ventas de viviendas y luego quedarse con el dinero de las
hipotecas.
–Hasta incluso se sospechó que
con parte de ese dinero compraban droga, señorita.
Marcy estaba desolada por haber
desconocido el alcance de aquellos chanchullos.
Según Rafa, al final, como por
arte de magia, el caso quedó archivado.
–Además, resulta que ese Román ni
es arquitecto, ni nada, no tiene el título, pero es un tío espabilado y con
influencias. Se dice en la facultad que ése fue el que lo salvó todo,
mayormente.
Se encontraban en la casa de
Rafa, en una pequeña salita guarnecida de muebles ya anticuados y un viejo
televisor. El bedel hablaba bajo para que no le oyera su madre que trasteaba en
la cocina. La mujer golpeó la puerta con los nudillos, entro en la sala y les
dejó una bandeja con café y galletas sobre la mesa baja. Cada vez que venía
Marcy, se desvivía en atenciones con ella.
Rafa le había dicho un día de
aquellos que tenía la intención de pedir traslado a otra universidad por
razones de salud de su madre, que padecía una enfermedad de pulmón crónica y le
perjudicaba el clima de Greda. Había solicitado para varios centros del sur, a
más de mil kilómetros. A Marcy no le habían caído nada bien los planes de Rafa,
todavía borrosos e inciertos, y los había pasado por alto.
Una vez que se fue la señora,
Rafa continuó hablando.
–Al final se dice que devolvieron
el dinero a los bancos y argumentaron errores notariales para salvarse, y lo
consiguieron. En esa época todos trabajaban en la Duxa y a raíz de todo aquello
sólo se quedó en la empresa su esposo, perdón que se lo mencione; los otros dos
se fueron, fue la exigencia que les puso la dirección.
–Bueno, pero todo eso es agua
pasada –sugirió Marcy.
–Sí. Pero ahora,
imprescindiblemente, hace falta saber cual es el nuevo negocio que se traen, y
si está todo correcto, para que usted no se pille los dedos, que es la persona
que a mí me importa, señorita.
Marcy también contó a su amigo la
conversación con el director de la Duxa, la rivalidad entre ésta y Lank
Corporate, y la sospecha de espionaje empresarial o algo así.
–Ya me enteraré, señorita. En los
mentideros de la facultad todo se sabe, aunque sea verano. Fundamentalmente,
tenemos que hacernos con toda la información, para que usted se sienta
tranquila, que ya ha pasado mucho.
–Este mundo de la alta empresa,
qué complicado es… –dijo ella, arqueando las cejas.
–Por descontado, señorita, por
eso a mí me gusta ser bedel.
Concentrados en su trabajo, en
una mesa camilla vestida con un tapete de ganchillo blanco, deslucido, pasaban
horas y horas; y después charlaban, enlazados por los hombros, con los pies
levantados sobre la mesa baja, viendo la televisión.
Alguna vez, como un juego,
pasaban a otras intimidades, dulces, pacíficas.
Un amor sosegado y amistoso que
Marcy nunca había imaginado que pudiera existir entre un hombre y una mujer.
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