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lunes, 23 de diciembre de 2013

Marcy (126)



El inicio del curso escolar, a mediados de septiembre, coincidía con la celebración de las fiestas de La Cosecha en Greda, y la ciudad se llenó, un año más, de mercadillos medievales donde se podían degustar y adquirir los frutos de la tierra más logrados, observar animales bien criados, de las mejores razas locales, y presenciar antiguos oficios, representados por gentes ataviadas con trajes tradicionales.
A los niños les encantaba el paseo por la ciudad durante aquellos días, de la mano de sus padres, y comprar, en puestos multicolores, algodón de azúcar y manzanas de caramelo. Y les encantaba asistir a la comida acostumbrada en casa de sus abuelos.
El día grande, el último de la semana de fiestas, los padres de Marcy invitaban a almorzar en un ritual que se repetía de año en año y al que acudían, además de Manele, Marcy y los pequeños, los tíos Gerardo y Mery.
La tía, hermana de la madre, era una dama mucho más sofisticada que ésta, y el tío un verdadero cascarrabias, pero Marcy les guardaba afecto desde pequeña, cuando pasaban ambas familias días de veraneo juntos. Los tíos no tenían hijos y todos los caprichos eran para la sobrina.
La madre le comunicó que ese año tendría lugar el banquete, como siempre, y que los esperaba a todos, recalcó, a todos.
Llegó el día señalado y Marcy partió, de paseo por la ciudad, con un hijo de cada mano, perfectamente endomingados como era la costumbre. Se detuvieron en un teatro de títeres, a presenciar la función, que siempre terminaba con unos buenos escobazos a la bruja, y después continuaron a pie a casa de los abuelos, comiendo unas golosinas recién compradas.
Marcy se había puesto un sencillo vestido de flores pequeñas amarillas, de manga corta, pues aún apretaba el calor, largo hasta la rodilla, y sandalias planas de cuero, y llevaba colgado de un brazo, en un capazo, un bollo dulce para Amelia, que había hecho la víspera, como mandaban los cánones.
Los tres llamaban la atención, caminando entre los rústicos que voceaban sus productos a los cuatro vientos; los dos niños, tan pulcros, y su madre que era la pura personificación de la femineidad.
Cansados ya del paseo recalaron en casa de los padres para la comida.
Cuando llamaron al timbre y Manele les abrió la puerta, Marcy se quedó atónita.
Los pequeños, alborozados, se lanzaron a abrazar al padre, y ella permaneció detrás, sin saber qué decir, sujetando el capazo con las dos manos.
–¡Hola! Así que has venido… –dijo Marcy apenas rozándole la cara con su mejilla–. No contaba contigo.
–Cómo voy a faltar, cariño. Jamás me perdería yo la invitación de tu madre –contestó él mientras Amelia, satisfecha, se acercaba pasillo adelante a abrazar a sus nietos.
–¡Ya estaba deseando veros a todos juntos! –exclamó ésta.
Manele advirtió pronto que, a causa de su trabajo, debería regresar a Brexals esa misma tarde, y que había tomado un vuelo por la mañana, ex profeso, con la única intención de cumplir con la festividad como cada año.





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