Declinaba la tarde, y Manele anunció su
marcha y se despidió, para tomar su vuelo de vuelta a Brexals. Los pequeños
quedaron jugando, encantados, con unos vehículos teledirigidos que les había
traído el padre, y los mayores continuaron su tertulia tomando otro café.
Las dos hermanas convinieron en la enorme
suerte que Marcy tenía de contar con un marido tan inteligente y apuesto.
–Bueno, bueno – sentenció el tío–, no es
oro todo lo que reluce.
–Gerardo, tú y tus refranes… ¡Eres un
aguafiestas! –la tía no podía con él por más que lo intentara.
–Sobrina –replicó el tío sin hacer caso a
su esposa–, yo lo que te digo es que mires por ti y que me alegro mucho de que
tengas tu propio trabajo. Has hecho muy bien.
El tío Gerardo había sido para ella, un
refugio seguro, su mejor defensor, quien la trataba con una indulgencia y una
delicadeza especial.
Y desde que supo de sus adelantos
profesionales, además, la admiraba.
Cuando Marcy fue a despedir al padre,
acompañada de los niños, ya bien entrada la noche, éste ya se encontraba
dormido, le dio un beso en la frente e hizo que los pequeños le besaran
también. Después abrazó a los tíos y a su madre para marchar, porque los
pequeños, hartos de comer y jugar, ya se sentían cansados y habían empezado a
protestar pidiendo irse a su casa.
La verdad, tenía que reconocer que Manele
era un embaucador de señoras de todas las edades. Tenía a su madre y a su tía
en el bote desde el principio, con sus cuidados trajes y su aspecto siempre
impecable, su belleza morena, racial, y su don de gentes, inspiraba una
fascinación en ellas con una facilidad que funcionaba, sin proponérselo. Y su
verborrea y carisma le granjeaban también la simpatía y confianza de los
hombres.
Y ella resultaba también víctima de aquella
atracción, a pesar de todo lo que había sucedido, y después de aquella comida
dudaba algo de sí misma sobre el concepto que tenía de su marido.
Puede que estuviera estresado por los
negocios y que su propuesta de volver al hogar y recuperar la relación con ella
no fuera tan descabellada. Habían tenido que recuperarse de varias crisis y lo
habían logrado, aunque nunca, como en esta ocasión, ella hubiera iniciado otra
relación.
Incluso llegó a pensar que su aparición en
la fiesta familiar respondía a un plan orquestado para volver a hacerse
deseable y algo esquivo a los ojos de ella, ya que sus ruegos, en el pasado, no
habían surtido efecto. Era un seductor redomado.
Ella lo conocía como a la palma de su mano.
Dio vueltas y vueltas a su cabeza, sentada
en la parte trasera del taxi, de regreso a Mazello, con los niños derrengados,
recostados contra ella, medio dormidos.
Hasta había llegado a atreverse a comentar,
en un aparte con su madre antes de irse, los chanchullos que conocía de los
padres de él, pero su madre defendía a Manele y a todo lo que tuviera que ver
con él.
–No te metas en líos hija, tú que sabes. Es
así ese negocio. Si lo hacen, bien hecho está.
Y esos argumentos contundentes le llegaron
a parecer a Marcy tan lógicos como la redondez de la tierra.
–Lo del vino debe ser así, siempre tendrán
que hacer mezclas– remachó.
Sí, seguro que su madre tenía razón. Y su
tía también. Cuando se detuvo el taxi en el portal de su bloque llevaba la
cabeza hecha un lío.
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