Estaba en el
salón de su apartamento, los niños ya dormían tranquilos en su cuarto. Marcy se
sirvió una copa para relajarse. Se había puesto un cómodo camisón de encaje y
había ajustado el control de temperatura a veintidós grados. Se había sentado
en su sofá favorito para ver el magazín de la noche.
Tenía los pies
doloridos de la actividad frenética de todo el día, pero se sentía eufórica, en
la cumbre de su vida.
Su carrera subía
como la espuma.
Se divertía
mirando los absurdos programas de cotilleos de la televisión, cuando apareció
en la pantalla un programa informativo inesperado. El locutor anunciaba que el
emblemático edificio Zeol Center se consumía, pasto de las llamas, desde hacía
unos minutos. Las imágenes que emitían eran pavorosas.
Desde el salón de
su apartamento de la Milla de Oro se divisaba el Zeol y, todas las noches,
antes de acostarse, se recreaba contemplándolo, luciendo su iluminación
cenital, rodeado de los demás rascacielos del centro de Greda.
Se abalanzó de un
salto hacia la ventana. El Zeol Center ardía, desde la mitad hacia arriba, como
una descomunal antorcha. Desde la televisión se aseguraba que no había
víctimas, ya que el edificio se encontraba vacio, y que todo apuntaba a una
causa accidental.
En el sótano, los
ordenadores de control habían alertado de un cortocircuito, pero las llamas se
habían extendido con tal rapidez que no habían podido ser dominadas.
Sonó su teléfono
y Raúl le dijo que se encontraba en la parte delantera del edificio, que la
esperaba allí al lado del puesto central de la policía.
Avisó a la chica
de servicio de que tenía que salir, sin darle más explicaciones.
Accedió, con
dificultades, al puesto, después de rebasar el primer cordón de seguridad,
esgrimiendo su identificación de empleada de la Duxa.
–El esfuerzo de
toda una vida, Marcy –le dijo Raúl nada más verla, a voz en grito, llevándose
las manos a la cabeza–. ¡De tantas vidas!
Ella se acercó y
le abrazó.
–Saldrás de ésta,
como otras veces, querido.
–Dicen que no hay
nada que hacer, que se quemará entero.
Las llamaradas,
tan sólo una hora después, devoraban ya la mitad superior del edificio.
–Mi maravilloso
Zeol, el orgullo de la Duxa Limited. ¡Estamos acabados!
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