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lunes, 12 de enero de 2015

Marcy (181)


Estaba en el salón de su apartamento, los niños ya dormían tranquilos en su cuarto. Marcy se sirvió una copa para relajarse. Se había puesto un cómodo camisón de encaje y había ajustado el control de temperatura a veintidós grados. Se había sentado en su sofá favorito para ver el magazín de la noche.
Tenía los pies doloridos de la actividad frenética de todo el día, pero se sentía eufórica, en la cumbre de su vida.
Su carrera subía como la espuma.
Se divertía mirando los absurdos programas de cotilleos de la televisión, cuando apareció en la pantalla un programa informativo inesperado. El locutor anunciaba que el emblemático edificio Zeol Center se consumía, pasto de las llamas, desde hacía unos minutos. Las imágenes que emitían eran pavorosas.
Desde el salón de su apartamento de la Milla de Oro se divisaba el Zeol y, todas las noches, antes de acostarse, se recreaba contemplándolo, luciendo su iluminación cenital, rodeado de los demás rascacielos del centro de Greda.
Se abalanzó de un salto hacia la ventana. El Zeol Center ardía, desde la mitad hacia arriba, como una descomunal antorcha. Desde la televisión se aseguraba que no había víctimas, ya que el edificio se encontraba vacio, y que todo apuntaba a una causa accidental.
En el sótano, los ordenadores de control habían alertado de un cortocircuito, pero las llamas se habían extendido con tal rapidez que no habían podido ser dominadas.
Sonó su teléfono y Raúl le dijo que se encontraba en la parte delantera del edificio, que la esperaba allí al lado del puesto central de la policía.
Avisó a la chica de servicio de que tenía que salir, sin darle más explicaciones.
Accedió, con dificultades, al puesto, después de rebasar el primer cordón de seguridad, esgrimiendo su identificación de empleada de la Duxa.
–El esfuerzo de toda una vida, Marcy –le dijo Raúl nada más verla, a voz en grito, llevándose las manos a la cabeza–. ¡De tantas vidas!
Ella se acercó y le abrazó.
–Saldrás de ésta, como otras veces, querido.
–Dicen que no hay nada que hacer, que se quemará entero.
Las llamaradas, tan sólo una hora después, devoraban ya la mitad superior del edificio.

–Mi maravilloso Zeol, el orgullo de la Duxa Limited. ¡Estamos acabados! 

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