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lunes, 19 de enero de 2015

Marcy (182)


La plana mayor de la compañía se encontraba en la explanada delantera, justo en la frontera marcada por el perímetro de riesgo, donde la temperatura subía a cada momento, según iba progresando el incendio. Muchos empleados habían acudido también. Marcy pudo distinguir entre la maraña de gente a Manele y al subdirector, desapercibidos entre la multitud, pero el director los detectó en seguida.
–Qué harán aquí estos sinvergüenzas –dijo Raúl.
Los dos aludidos, movidos por lo que a Marcy le pareció inexplicable, se acercaron al director.
–Es una verdadera tragedia, Raúl –dijo Manele.
El subdirector pareció pensativo.
–Has pensado…–comenzó a decir–. Justo en la planta inferior a donde están las llamas está el archivo central.
Raúl lo miró atónito. El subdirector continuó hablando, se conocía de cabo a rabo el edificio.
–Se puede entrar y salvar lo más importante, Raúl. Para poder salir adelante después.
–¿A estas horas te acuerdas de salvar a la Duxa? –Raúl no podía reprimir su rabia contra el que había sido, en tiempos, su mejor colaborador.
Pero se quedó un momento abstraído.
–Eso tenemos que consultarlo –dijo al fin.
Corrió en dirección al puesto central del operativo y regresó al poco.
–El jefe de bomberos y la autoridad municipal dan su permiso –dijo casi sin aliento–. Ahora sólo falta el que tenga huevos para meterse ahí.
Lo explicó en voz bien alta.
–Hay trajes especiales ignífugos.
Manele y el subdirector se miraron.
–Tenemos que ser los que sabemos dónde está la documentación –dijo el subdirector– Manele, vamos a ponernos esos trajes.
Los dos se dirigieron decididos al puesto de control.
–Si quieren intentarlo…–dijo Raúl a Marcy. Y se perdió entre la gente detrás de los otros dos.
Marcy vio como los tres hombres se vestían aquel buzo de color plateado y se colocaban una mascarilla sobre la boca y la nariz, unas gafas de seguridad y el casco.
Sintió pánico y gritó, sin ningún resultado, porque ya los tres habían traspasado el cordón de seguridad y se acercaban a la puerta del edificio.
Corrió hacia el puesto de mando pidiendo explicaciones. Se había quedado afónica.
–No se preocupe señora. Tenemos efectivos en esa planta. La situación está controlada.
El resto de ejecutivos de la Duxa estaban expectantes, mirándolos entrar a aquel infierno.
Tardaron una media hora en regresar. Media hora que Marcy cronometró agónica en su reloj de pulsera.
–Hemos tenido mucha suerte –dijo el director–. Hemos salvado el mismo corazón de la Duxa.
Portaban unas cajas metálicas, grandes, negras, con ruedas, parecidas a maletas de las que se usan como equipaje en los aviones.
Explicaron que la cámara de seguridad del edificio, justo debajo del incendio, estaba intacta y que pudieron sacar todo su contenido.
Los directivos que les rodeaban se arrancaron a aplaudir.
Se despojaron de los trajes con rapidez.
–Ahora, a poner esto a buen recaudo –dijo Raúl.
Marcy casi no tenía voz
–Llévalo a mi casa –dijo susurrándole al oído–.Toma las llaves.
–Buena idea –dijo Raúl.

Y los tres hombres se fueron caminando, arrastrando aquellas cajas rodantes en dirección al apartamento de Marcy. 

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