La plana mayor de la compañía se encontraba
en la explanada delantera, justo en la frontera marcada por el perímetro de
riesgo, donde la temperatura subía a cada momento, según iba progresando el
incendio. Muchos empleados habían acudido también. Marcy pudo distinguir entre
la maraña de gente a Manele y al subdirector, desapercibidos entre la multitud,
pero el director los detectó en seguida.
–Qué harán aquí estos sinvergüenzas –dijo
Raúl.
Los dos aludidos, movidos por lo que a
Marcy le pareció inexplicable, se acercaron al director.
–Es una verdadera tragedia, Raúl –dijo
Manele.
El subdirector pareció pensativo.
–Has pensado…–comenzó a decir–. Justo en la
planta inferior a donde están las llamas está el archivo central.
Raúl lo miró atónito. El subdirector
continuó hablando, se conocía de cabo a rabo el edificio.
–Se puede entrar y salvar lo más
importante, Raúl. Para poder salir adelante después.
–¿A estas horas te acuerdas de salvar a la
Duxa? –Raúl no podía reprimir su rabia contra el que había sido, en tiempos, su
mejor colaborador.
Pero se quedó un momento abstraído.
–Eso tenemos que consultarlo –dijo al fin.
Corrió en dirección al puesto central del
operativo y regresó al poco.
–El jefe de bomberos y la autoridad
municipal dan su permiso –dijo casi sin aliento–. Ahora sólo falta el que tenga
huevos para meterse ahí.
Lo explicó en voz bien alta.
–Hay trajes especiales ignífugos.
Manele y el subdirector se miraron.
–Tenemos que ser los que sabemos dónde está
la documentación –dijo el subdirector– Manele, vamos a ponernos esos trajes.
Los dos se dirigieron decididos al puesto
de control.
–Si quieren intentarlo…–dijo Raúl a Marcy.
Y se perdió entre la gente detrás de los otros dos.
Marcy vio como los tres hombres se vestían
aquel buzo de color plateado y se colocaban una mascarilla sobre la boca y la
nariz, unas gafas de seguridad y el casco.
Sintió pánico y gritó, sin ningún
resultado, porque ya los tres habían traspasado el cordón de seguridad y se
acercaban a la puerta del edificio.
Corrió hacia el puesto de mando pidiendo
explicaciones. Se había quedado afónica.
–No se preocupe señora. Tenemos efectivos
en esa planta. La situación está controlada.
El resto de ejecutivos de la Duxa estaban
expectantes, mirándolos entrar a aquel infierno.
Tardaron una media hora en regresar. Media
hora que Marcy cronometró agónica en su reloj de pulsera.
–Hemos tenido mucha suerte –dijo el
director–. Hemos salvado el mismo corazón de la Duxa.
Portaban unas cajas metálicas, grandes,
negras, con ruedas, parecidas a maletas de las que se usan como equipaje en los
aviones.
Explicaron que la cámara de seguridad del
edificio, justo debajo del incendio, estaba intacta y que pudieron sacar todo
su contenido.
Los directivos que les rodeaban se
arrancaron a aplaudir.
Se despojaron de los trajes con rapidez.
–Ahora, a poner esto a buen recaudo –dijo
Raúl.
Marcy casi no tenía voz
–Llévalo a mi casa –dijo susurrándole al
oído–.Toma las llaves.
–Buena idea –dijo Raúl.
Y los tres hombres se fueron caminando,
arrastrando aquellas cajas rodantes en dirección al apartamento de Marcy.
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