La compañía había contratado una potente
investigación privada para averiguar las causas del incendio del Zeol, pero
después de meses sin ningún resultado concluyente, habían renunciado.
Raúl había apoyado el desistimiento.
La compañía de seguros presionaba por un
informe definitivo para soltar la pasta y no quedó más remedio que acceder para
construir el Nuevo Zeol.
Entretanto la Duxa desplegaba su actividad
en el Trass Building como si nada hubiera pasado y Marcy se afanaba en su
despacho iniciando un nuevo proyecto para construir aljibes a cielo raso en el
desierto.
Ya había acondicionado su despacho a su
plena satisfacción y aquella mañana se sentía pletórica.
Los limpiadores aún no había completado su
faena en el edificio y en ese momento estaban en el despacho del que fuera su
compañero, Nacho.
Oyó un gran estruendo. Se acercó para
averiguar lo que había ocurrido.
–Un desastre, señora –dijo una empleada–.
Estábamos limpiando este fichero y al abrir los cajones se echó todo el peso
para adelante y se nos vino al suelo.
El contenido de los cajones superiores
había quedado desperdigado por el suelo, faltaban los cajones inferiores, como
si hubieran sido arrancados de cuajo.
–Hay que recoger todos los papeles, yo les
ayudaré –dijo Marcy.
Una de las gavetas estaba cerrada con
llave.
–A ver…, llamen a mantenimiento, que venga
un cerrajero.
Llevaron todos los papeles al despacho de
Marcy. En un primer vistazo examinó hojas presentadoras de productos
tecnológicos y financieros, catálogos de proveedores, carteras de clientes,
hojas contables, lo habitual dentro del negocio financiero y de tecnología de
Lank Corporate.
–Ya está abierto el cajón –dijo el
cerrajero en la puerta de su despacho.
El operario la acompañó a donde estaba el
fichero. Abrieron y extrajeron su contenido. El hombre observó que tenía un
mecanismo de doble fondo.
–Espere, aquí hay algo más.
Accionó unas pestañas laterales y el cajón
se abrió del todo.
Allí había unos planos enrollados que Marcy
cogió.
–Muchas gracias, creo que ya hemos
terminado.
Y se los llevó a su oficina cerrando la
puerta tras de sí.
Retiró todo cuanto había sobre su mesa de
trabajo y extendió los enormes planos que parecían de un gran edificio. No fue
capaz de distinguir de cual se trataba. Lo único que le llamó la atención
fueron unas marcas hechas con rotulador rojo señalando distintas partes de la
edificación. Aquello era un galimatías de geometría lineal del que ella no
entendía ni torta.
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