–Habéis llegado bien temprano. Los niños
están en la finca de al lado, apurando las últimas horas, jugando con los
nietos de los dueños. Vamos dentro, que está muy frío para estar parados.
En el porche delantero de la casa, sobre
una mesa, depositó las tijeras, desenchufó y recogió el cable.
En el recibidor las plantas lucían algo
menos frondosas que la última vez que las vio.
Sintió un fuerte olor a vino fermentado.
–El enólogo está en la nave muy apurado,
estamos con el trasiego del vino. Está tomando muestras. El caldo este año es
de los mejores, vamos a hacer gran reserva.
Entraron al salón, donde el ambiente estaba
caldeado por la chimenea de ladrillo, enorme. Estaba llena de gruesos troncos
incandescentes que daban calor sólo con verlos. De la cocina salía un delicioso
olor a guiso de carne que se mezclaba con el que desprendía la leña.
Se oyó el ruido de pisadas bajando por las
escaleras y el antiguo subdirector de la Duxa apareció tan tranquilo, vestido
con ropas sencillas, de campo. Los de la ciudad también se habían ataviado de
una manera similar.
El subdirector sabía que su antiguo jefe y
Marcy iban a venir a recoger a los niños y no parecía preocupado por ello ni,
según era evidente, había salido huyendo de la propiedad asustado por aquella
visita. Todo lo contrario.
Marcy vio que el tresillo tenía un tapizado
nuevo, claveteado como el anterior sobre la estructura de madera, de un tejido
de pana gruesa de color granate. Lo encontró muy favorecido por el cambio.
–Mis padres están arriba –dijo Manele–. Mi padre
está en la cama con gripe. ¿Os apetece un aperitivo?
Entró en la cocina sin esperar respuesta y
volvió con unas copas pequeñas, corrientes, algo opacas del lavavajillas y una
botella de vino, sobre una bandeja.
Se sentaron los cuatro y Raúl abrió fuego
sin esperar más.
–Te extrañará que haya venido a verte –dijo
al subdirector.
El otro sirvió un poco de vino en cada copa
y no dijo nada.
–Porque yo hubo un tiempo que pensé en
meterte un tiro en la cabeza, así, sin más.
A Marcy le sorprendió aquella manera de
hablar de Raúl.
El otro mantenía la sangre fría y, como si
su antiguo director estuviera hablando del tiempo, pidió a Manele que trajera
unas aceitunas para acompañar el vino.
Marcy hizo ademán de levantarse.
–Tú quédate aquí, por favor –le indicó
Raúl.
–Pero ya no pienso así –continuó–. Voy a
decirte más, en mi opinión, ahora estás con peligro de que te pase cualquier
cosa y no te estás dando cuenta.
El subdirector manifestó incredulidad.
–¡Macho, estás ocurrente hoy!
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