Tardaron menos de dos horas en el trayecto
hacia la bodega a bordo del imponente vehículo de gran cilindrada de Raúl. Él
conducía bastante más rápido que Marcy.
Había querido acompañarla para recoger a
los niños después de su tiempo de estancia con el padre y ella había accedido.
–Querida, ¿te has asegurado de que esté el
subdirector?
–Claro que está allí. Todos los días que he
hablado con los niños estaba. Debe vivir allí.
Raúl conocía, a través de Marcy, los
cambios que se habían producido en la bodega y los proyectos de los nuevos
socios. Incluso le había dicho que le habían propuesto entrar en el negocio,
que querían darle un enfoque diferente, nuevo.
Marcy se dio cuenta de que Raúl no sentía
la más mínima inquietud al respecto y a ella le pareció el hombre más seguro de
sí mismo que había sobre la faz de la tierra.
–Todos tenemos un pasado, querida. Yo
también he tenido parejas antes que tú. Estamos iguales.
Marcy, por el contrario se sentía algo
nerviosa por aquel encuentro.
No sabía cómo reaccionaría Manele, ni en
qué términos se produciría el acercamiento entre Raúl y el antiguo directivo de
la Duxa.
Hacía muchísimo frío, lo notó cuando
pararon a tomar un café a mitad de camino. Dentro del vehículo de lujo no se
sentía la brisa heladora de La Vitia. Una niebla espesa dificultaba la
visibilidad, tanto que el vehículo parecía ir a tientas, flotando en medio de
la nada. Poco antes de llegar a la finca comenzó a despejar y, cuando
accedieron a la verja de entrada, ya lucía el sol, que arrancaba brillos
resplandecientes al campo, empapado por el rocío de la noche. Las vides
mostraban sus esqueletos desnudos, retorcidos, escoltando a las edificaciones
por los cuatro costados.
Al detenerse, el vehículo se deslizó unos
centímetros sobre una placa de hielo que había pasado desapercibida.
En aquel páramo, durante el invierno,
siempre hizo un frío de muerte.
Bajaron del coche y miraron en derredor, la
puerta de entrada estaba arrimada y apenas se veía actividad.
Marcy se fijó en que alguien estaba podando
las vides a unos cincuenta metros de donde ellos estaban. Vestido con vaqueros
y jersey de cuello alto negro, levantó una mano para saludar.
–Creo que está ahí –dijo Marcy.
Se acercaron a Manele, que estaba operando
sobre los viñedos con una tijera de podar eléctrica. Los hombres se saludaron
con un apretón de manos correcto. Ella dio dos besos a su ex marido y notó que
olía a musgo fresco.
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