Hacía un tiempo que Raúl le había explicado
a Marcy los inicios tan difíciles que tuvo el Zeol Center, cuando era una obra
de arquitectura magnífica que iba a ser inaugurada, y que había convertido a
Greda en el ombligo del mundo.
Estaban en el apartamento de él, tumbados
en la cama hablando durante horas y horas de todo en general y de nada en
particular, sin ninguna obligación ni apremio de ningún tipo.
Sus hijos estaban en el apartamento de
ella, con la abuela, seguro que jugando con la consola. Amelia estaría
ordenando cosas o cocinando o viendo un programa de cotilleo en la televisión.
Cuando estaban así, lo único que ella
echaba de menos era que, unos pisos más arriba, estuviera su padre al lado de
su madre. Pero aquello no era posible. Abrazó a Raúl con fuerza, temiendo
perderlo alguna vez.
–¿Qué me estabas diciendo de la
inauguración de Zeol? –preguntó ella.
Estaban en la penumbra del dormitorio de
él, dejando que la tarde se extinguiera, tumbados panza arriba, uno al lado del
otro.
–Fue el segundo día peor de mi vida, el
primero fue el día que lo perdimos.
–¡Venga, cuenta!
–La obra había marchado sobre ruedas,
teníamos a Román como arquitecto, era su primer trabajo de envergadura, la
habíamos coronado y habíamos puesto la bandera en la cumbre. Fuimos a pedir los
permisos correspondientes para el fin de obra…
Él se interrumpió unos segundos y comenzó a
acariciar el cabello de Marcy.
–En la municipalidad exigieron el título de
arquitecto y Román confesó que no lo tenía.
–Pero bueno, ¿no es arquitecto? –ella
estaba pasmada.
Recordó que Rafa le había dicho hacia
tiempo que se había corrido ese rumor.
–No tiene el título, no lo tenía. Él fue el
clásico niño de papa que echó años y años en la universidad. Fue un tarambana,
al parecer. Y no sacó el título.
Raúl extendió las manos, agitándolas en el
vacío, como si aún no pudiera entender aquello.
–Ni te lo imaginas, sin el fin de obra y
con la inauguración inminente, las autoridades avisadas, yo el responsable de
todo… Quise morirme.
–Pero pudisteis resolverlo.
–Fue el subdirector el que nos sacó del
atolladero. Él es un loco de la arquitectura, ya lo sabes, y tenía arquitectos
importantes conocidos, con influencias en la facultad.
–Pero Román había dirigido la obra bien,
¿no?
–Seguro. Si él sabe un montón, después de
tantos años, ¡como para no saber! Y tenía un gran equipo. Tuvimos que sacarle
el título de repente, de un día para otro.
Marcy se apoyó sobre los codos y le miró,
perpleja.
–¿Sacarle el título?
–Sí. ¿Qué hacer si no? Imagina el escándalo,
en el centro de Greda, en la Milla de Oro, el rascacielos más alto hecho por
uno que no es ni delineante. Para echar a correr.
Él colocó sus manos, entrecruzadas, debajo
de su cabeza.
–Al final todo salió de cine. Presentó el
título y se inauguró el Zeol y todos tan contentos. Cuando se lo comuniqué a la
plana mayor de la compañía le echaron sin contemplaciones.
–Pues me habías dicho que la causa fue que
no gustaba a los accionistas.
–Como para gustar, ¡si era un botarate! Ya
había tenido el lío de Imomonde y después lo del título, la compañía ya no le
perdonó. ¿Te has fijado en todo lo que he tenido que pasar hasta tenerte entre
mis brazos?
El rió y se la echó encima, como tanto le
gustaba hacer.
–Ese fue el gran fallo de León, que por
querer colocar a su hijo tan alto, lo acabó haciendo un desgraciado, eso creo
yo. Tanto se quiere a los hijos que luego pasan estas cosas.
La sujetó con brazos y piernas como en una
llave de judo, ella forcejeaba por zafarse.
–En honor a la verdad, a mí, más que los
hijos, me gustan las mujeres.
Ella advirtió que la tenía muy bien
enganchada.
Le era imposible resistirse a aquel hombre
tan bello, tan inteligente.
No se resistió.
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